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Los cubanos somos especiales

El reconocido artista cubano, Premio Nacional de Artes Plásticas 2017, dialogó con JR sobre sus inicios en el arte, su obra, su familia, su país...

 

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«Sí me lo creo, y lo agradezco de corazón, pero mi obra no será mejor o peor por ello. A lo largo de mi carrera he recibido importantes reconocimientos en Japón, España..., pero “se me olvidan”, aunque la gente me refresque la mente, me los recuerde: «Oye, Choco, felicidades», pero, ya te digo, yo hago todo para que se me olvide. Para poder seguir faja’o».

Fue la reacción de Eduardo Roca Salazar cuando JR le preguntó cómo recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas 2017, a raíz de que dejara inaugurada en el Edificio Arte Cubano de Bellas Artes, por tan importante acontecimiento, la exposición Con los pies en la tierra. Pero Choco no está entre quienes se confían —mejor llámelo así porque si lo interpela utilizando su nombre verdadero, lo más seguro es que no «caiga» en cuenta de que la conversación iba con él. Con tanta fuerza se ha arraigado ese pegajoso apodo que quedó en las dos primeras sílabas del Chocolate con que lo bautizaron mientras estudiaba.

Quedó claro cómo Choco piensa al respecto en el momento de referirse a la primera exposición en que sintió que había triunfado. «Todavía no le he dado la patá’a la lata. Siempre se lo digo a mis colegas: si te ganas un premio, sigue trabajando; si te otorgan una condecoración, no te confíes y sigue trabajando, porque de lo contrario puedes empezar a creerte que eres grande, que llegaste y te perderás “en la curvita”. Para mí un premio no es el fin. Este jurado decidió por mí, pero si hubiera sido otro,  es posible que su veredicto hubiera sido distinto, porque todo está marcado por la subjetividad. ¿Te das cuenta?».

Escuchándolo, aunque lo consideres un genio, entiendes a la perfección por qué decidió titular de ese modo su más reciente expo. Y es que estar con los pies en la tierra ha sido el estado natural de quien naciera en Santiago de Cuba, «en un barrio marginal, pobre, lleno de necesidades pero también de unas ganas de vivir impresionantes. Aquel matorral con una zanja por el medio se nombraba La Manzana de Gómez y se encuentra al lado del lugar desde donde Fidel nos custodia en el Cementerio de Santa Ifigenia. Es un lugar que no olvidaré jamás, ahí pasé mi infancia y tuve mis primeros amigos, muchos de los cuales pudieron salir adelante, darle a la vida otra visión.

«Soy de los que piensan que todo ser humano tiene un artista dentro, pero que ese creador llegue a tomar forma ya son palabras mayores. Es una carrera de élites, que cuesta mucho dinero en el mundo. Pero yo tuve la fortuna de que llegara en 1959 la Revolución. Por eso pude desarrollarme, porque para mis padres hubiera sido imposible, una quimera. ¿Un negro como yo, artista? Algo impensable.

«La Revolución nos salvó y nos está salvando. Como se dice popularmente: nos tiró la soga. A nosotros nos tocaba ser consecuentes y sacarle el máximo partido a esa gran oportunidad, coger la sartén por el mango. Hoy soy un artista que he podido expresar ideas, sentimientos con toda la libertad: un privilegio que nos ofrece el arte: defender por medio de tu obra a los tuyos, a la humanidad, darles voz».

—¿Cómo elegiste las artes plásticas?

—En el año 1962 salió una convocatoria para el Primer Curso Emergente Nacional de Instructores de Arte. Lo principal era tener vocación de servicio, ansias de ayudar a los demás. Se trataba de darnos las herramientas que nos permitieran acercar el arte a los más desposeídos para que pudieran entenderlo mejor, disfrutarlo y enriquecer su espiritualidad como una manera de vivir más inspirados.

«Al igual que otros como Francisco Paneca, Raimundo Orozco, Ernesto García Peña..., estuve en el curso, pero nuestra edad no era suficiente para desempeñar ese tipo de labor, así que nos dieron la posibilidad de continuar en la Escuela Nacional de Arte, sin siquiera saber que queríamos ser artistas. Te imaginarás que entré con un miedo tremendo, no fue difícil entender que estábamos ascendiendo un escaño muy superior. Nosotros éramos unos guajiritos que intentábamos dar los primeros pasos en un mundo lleno de misterios. Por suerte recibimos el apoyo de maestros maravillosos: Fernando Luis, Antonia Eiriz, Portocarrero, Servando Cabrera..., quienes lograron no solo apasionarnos sino también hacernos sentir como una gran familia.

«Nos formaron y lo hicieron requetebién, nos inocularon el virus del arte que te lleva a luchar contigo mismo, a alimentarte de todo lo que te rodea; es muy difícil, a veces traumático, pero cuando se apodera de ti se convierte en lo más bello que ojos humanos han visto, como dijo el poeta de la navegación. Fue una maravilla estudiar al lado de grandes músicos, actores, bailarines... Cuando uno se unía a ellos era como si te hubieras leído diez libros en una noche».

—¿Era la primera vez que viajabas a La Habana?

—Y sufrí muchísimo en los primeros momentos.

—¿Hijo único?

—¡No, qué va, nosotros somos un batallón! (sonríe), un batallón invencible. Éramos 12 hermanos, la mayoría empezó a casarse y a dar hijos, hasta crear una guerrilla. No es en lo absoluto extraño andar caminando por Santiago y que de repente escuches: “Hola, tío”. “¿Y tú quién eres? ¿Hijo de quién?”, le pregunto (sonríe). Ya perdí la cuenta. Es increíble, pero muy lindo.

«En julio pasado fui homenajeado en el Festival del Caribe y mi socio Lescay, el Gobierno y el Partido encabezado por el gran amigo Lázaro Expósito; el Ministerio de Cultura, me propusieron que invitara a la familia. “¿Pero hasta cuántos puedo traer?, porque yo solo voy a llenar esto” (sonríe). En ese festival místico, que es como un huracán, pude reunir al 90 por ciento de mis parientes. Fue muy emotivo, porque me entregaron la Llave de la Ciudad, nos mostraron diferentes centros de interés, estuve en la tumba del Comandante, en el Segundo Frente... una visita inolvidable que me reconfirmó que Santiago es mucho Santiago, cada vez se pone más sabroso, más lindo, más elocuente, al frente del cual hay una figura que lo dirige con un rigor impresionante; la gente lo ama, lo santigua, le pasa cualquier hierba por encima con tal de cuidarlo, de protegerlo, que nada le pase.

«En resumen, que la primera vez que salí de allí fue muy fuerte, lo sentí mucho, lloré, jamás me había separado de mi gente. Pero ya sabes que el tiempo todo “lo cura”. Llevo muchos años viviendo en La Habana, aquí nacieron mis hijos, surgieron muchos nuevos amigos, he desarrollado la mayor parte de mi obra...»

—¿Cuántos hijos tienes?

—Dos... No, no, cuando yo me casé ya había televisor (sonríe). Los dos son músicos como su preciosa mamá, Gloria María García: uno estudió percusión; el otro, flauta transversal, en la ENA, en París... Ha hecho una carrera bien interesante. Ambos son extremadamente talentosos, pero no eligieron las artes plásticas, porque no quiero competencia en mi casa (suelta la carcajada).

—Grabador, pintor, dibujante, escultor... No sé si se me queda algo más...

—No, y si queda ¡le meto también! (sonríe).

—¿Cómo mejor se definiría?

—Soy un artista, si quieres: un artista de las artes visuales. El grabado, la pintura, el dibujo, la escultura… no han sido más que medios para expresarme de la mejor manera posible, para comunicarme con mi gente. Una vez me percaté de que la obra de Picasso era tan grande precisamente porque él incursionó en la escultura, en la cerámica, en la pintura..., y yo, ni corto ni perezoso, tomé ese camino... El arte es una vivencia profunda, misteriosa, solitaria. Un artista realiza su obra solo, la piensa, la sufre, pero con la esperanza de que cuando la exponga le pertenezca a muchos, de que la gente la haga suya, la traduzca a su forma, se disfrute en ella, la goce.

—Todavía se puede apreciar Con los pies en la tierra en Bellas Artes...

—Es una exposición que pensé mucho, con la ayuda de mi familia; Laura Arañó Arencibia, la impresionante y joven curadora del Museo, mis asistentes... Considero que si el Premio Nacional se otorga por la obra de la vida, entonces lo más lógico es preparar una muestra bajo ese mismo concepto, máxime cuando se realiza en Bellas Artes, la institución de su tipo más importante del país.

«Claro, era un gran reto, porque es una exhibición que no estaba planeada. Entonces decidí hacer un recorrido y tomar algunas piezas significativas y restaurarlas, retitularlas, manipularlas, modernizarlas; quitarles los años de envejecimiento que tenían encima. Guinguindo, por ejemplo, la realicé hace 30 años cuando regresé de Angola. Un óleo como El coro, debe tener como 12 años (está inspirando en una puesta en escena de la agrupación vocal que dirige Digna Guerra). Una instalación al estilo de Mañana será tarde, la cual habla sobre el calentamiento global, la guerra, las hambrunas, surgió de un evento convocado por Roberto Chile, pero originalmente medía 1.50 m x 0.90 m y la llevé a 3 m. En Con los pies en la tierra no podía faltar mi homenaje a Yemayá, orisha de muchos cubanos, porque estamos rodeados de agua y porque los azules en Cuba son impresionantes.

«La expo Con los pies en la tierra ha sido pensada para todos los gustos, colores y sabores, porque nosotros los cubanos somos un continente en una isla. En esas obras están toda esa alegría y armonía que nos han identificado. Eso no hay Dios que no los quite. Somos especiales».

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