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Buscando a Electa Arenal

A 50 años de la muerte de la artista mexicana, quien impulsara en el oriente cubano de principios de los 60 el desarrollo de la escultura y la cerámica, su legado es objeto de revisitación y homenaje

Autor:

Liudmila Peña Herrera

HOLGUÍN.— De no haberse caído del andamio, a los 34 años y a 15 metros del suelo, quién sabe dónde estaría encaramada ahora, esculpiendo con esa «infinita ternura» de sus manos los hilos tibios, tiernos, robustos, abstractos, comprometidos de su arte.

Es posible que aún lo esté —si es que resulta prudente creer en la perpetuidad del espíritu de los creadores— bajo los trazos que unen la pasión de Adán y Eva, en la Marcha de la humanidad en la Tierra y hacia el Cosmos. Algunos amigos y admiradores, locos esperanzados, todavía alzan la mirada hacia la obra, de paso por la tierra de los aztecas, en busca de algún símbolo que hubiese dejado la mexicana en la bóveda del Polyforum que ocupara los últimos instantes de una vida corta, pero prolífera en obras y continuadores.

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Ahora mismo Holguín ha sacado sus originales de los almacenes del Museo Provincial La Periquera: el autorretrato, las terracotas, la escultura Sufrimiento, el retrato a la guerrillera venezolana Nancy Alvarado Palma. También fotografías personales de la artista y documentos originales son parte de la exposición principal Por siempre Electa, que acoge la sala del Centro Provincial de Artes Plásticas que lleva, por cierto, su nombre.

Cerca de 40 artistas de todas las generaciones han aportado obras que, guardando o no relación directa con la vida o la iconografía de la Maestra, intentan expresar un agradecimiento histórico en la muestra colectiva Acompasando mis pasos. A ellos se han unido las sorprendentes miradas de niños holguineros a la obra de la homenajeada, en la expo Ecos de tu risa.

Son la estela contemporánea de aquellos primeros esfuerzos de la artista por crear, a su llegada de México en 1961, un despertar de la creación plástica en Holguín, a través de talleres de escultura, cerámica y pintura, en circunstancias complejas para un país que iniciaba su construcción revolucionaria y donde escaseaban, además, los recursos para este tipo de expresión artística.

Se han reunido sus amigos, sus colegas, los apasionados de entonces, a contar cómo era Electa, cómo andaba ebria de barro e ideas, por los sitios de Holguín donde aún quedan sus huellas. Dicen que la precisan, que están «Buscando a Electa», en una modalidad de homenaje que comenzara en Saltillo, México, los días 5 y 6 de junio pasados (gracias a la idea del artista e investigador holguinero Ramiro Ricardo) y que continúa en la Ciudad de los Parques del 12 al 14 de este mes. 

A esa mujer que nos trajo los conocimientos adquiridos en su trabajo junto al gran Diego Rivera (entre 1952 y 1954) en los murales en el exterior del estadio de la Ciudad Universitaria y del Teatro de los Insurgentes; a la artista que vino a Cuba a perpetuar lo que había aprendido junto a grandes escultores mexicanos de su tiempo, como un legado cultural a las generaciones de artistas de aquellos años, Holguín ha dedicado estos días. Pocos, si se comparan con las obras que dejó para nosotros —sin firmas, para más señas de su regalo desinteresado— en disímiles sitios de nuestra geografía oriental: a la entrada del hospital pediátrico del municipio de Puerto Padre (Las Tunas), donde se encuentra el monumental Canto a la Revolución; Infancia, un bajorrelieve no siempre bien apreciado por quienes entran o salen del policlínico holguinero Manuel Díaz Legrá; y hasta las sui géneris jardineras en granito blanco y negro que han encontrado diversas generaciones de holguineros en lugares como el hospital Vladimir Ilich Lenin y que este lunes el Centro Provincial de Artes Plásticas recibía, como gentil donación, por parte de la institución de salud.

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La amplísima sala que lleva su nombre está, el lunes temprano, todavía a medio ordenar, repleta de una luz que resbala por los cristales y se refleja en las esculturas. Los primeros cuadros —los de las fotografías familiares y los que muestran los grabados de la señora Elena Huerta— ya están situados, cada uno, donde deben ir. Las terracotas, creo, no están instaladas aún. El autorretrato ocupa un lugar privilegiado, al inicio mismo de la exposición, como si la misma Electa fuese a recibir a los visitantes que acudieron este miércoles a la inauguración, el mismo día, pero cinco décadas después, que los obreros de la construcción del Hotel de México trataron de detener en vano el andamio que la precipitaría a la eternidad.

El autorretrato está allí, esperando, con los codos apoyados sobre la base que lo sostiene, las manos de la artista todavía sujetando algún mechón de cabello, y los labios entreabiertos, como si repasasen los versos que ha escrito, a saber bajo qué circunstancias, y que hoy nos parece que cobran otros sentidos:

«Hemos tomado un buen café/ emergiendo sonrisas a nuestras caras coloradas; luego, la tarde por la calle/ en que cada quien intenta su sombra/ en busca de un pretexto/ para que el tiempo recorra su reloj/ y luego el sueño con el sabor a tumba prematura». (Tomado del libro Electa, recopilación de Elena Huerta, 1970).

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Luego de su deceso, no pocos artistas e investigadores cubanos y extranjeros han ahondado en su vida para analizar su impronta. En el libro Electa, impreso en México por Ediciones Oasis, se incluyen textos recopilados por su madre y fotografías de sus más importantes obras dentro y fuera de Cuba.

David Alfaro Siqueiros, uno de los tres grandes muralistas mexicanos, con quien Electa tuvo la posibilidad de colaborar, expresa en ese cuaderno:

«No tuvo, como la mayoría de los artistas de su generación, el anhelo de trabajar para las galerías, para el mercado privado. Sin pose, naturalmente, porque así lo sentía, se burlaba de los galimatías teóricos, de los sofismas condimentados y recalentados que perturbaban y siguen perturbando a sus compañeros».

Y dice más el artista consumado de su seguidora:

«Electa era una artista joven en el sentido íntegro del término, y estaba siempre dispuesta a promover una crítica ampliamente fundamentada, positiva y útil […] Yo, con mis 73 años, lamento su muerte a los 34, porque a fin de cuentas serán los jóvenes, con sus contradicciones justas, quienes tendrán que revisar la verdadera naturaleza y el alcance de nuestro movimiento».

Así lo piensa también la máster Yuricel Moreno Zaldívar, directora del Centro Provincial de Artes Plásticas, porque para rendirle tributo a quien nos legara una parte imprescindible del patrimonio visual de esta región del país, lo ideal sería «velar por la conservación de esos monumentos, trabajar de manera sistemática para que las personas que interactúan con esas obras sepan qué están viendo, que es lo que no sucede. Las administraciones tienen que saber qué tienen bajo su cuidado, para que, de alguna manera, se planteen su conservación».

No habrá mejor modo de encontrarla, que entre los cuerpos robustos de los combatientes del Canto a la Revolución y las tiernas líneas de Maternidad o Infancia —por solo citar estos ejemplos—. Allí donde la huella de la reverencia y el cuidado a la obra y a la artista florezcan, de seguro estará la mirada de Electa Arenal, como ella misma dejó escrito: «en la verdad y en el arte».

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