Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Emociones traducidas en… Cuerpos

La compañía Acosta Danza, que dirige el bailarín y coreógrafo Carlos Acosta, emociona en estos momentos en el Reino Unido

Autor:

Toni Piñera

Cuerpos, con esa palabra que resulta el instrumento principal del artista se definió la temporada con la cual abrió 2020 sus presentaciones la compañía Acosta Danza, que dirige el bailarín y coreógrafo Carlos Acosta, en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, el mismo programa con que en estos momentos emociona en el Reino Unido. 

De la mano de obras ya conocidas pero siempre muy bien recibidas y el estreno mundial del coreógrafo brasileño Juliano Nunes, Mundo interpretado, la agrupación armó las funciones que anclaron durante dos fines de semana en el coliseo de Prado, para seducirnos con la gestualidad y esa manera de expresar sentimientos desde el movimiento.

Mundo... atrapó al espectador por todos sus flancos. Visualmente fue «bordado» por la sutil coreografía, en correspondencia con la sugestiva escenografía de nuestra artista Glenda León, elementos que cuelgan cual ¿flores? o ¿estrellas? en el cielo por alcanzar, y logran luminosidades indirectas que aportan un misterio al decir danzario... Vocabulario personal que la conocida creadora construye entre dibujo, videoarte, instalación, fotografía y escultura… En este caso se transforma en una escenografía minimalista, que nos da sensación de espacio, altura, lejanía…, donde engloba elementos artificiales/naturales que persiguen siempre la intimidad con su poder metafórico. Allí se mueven los diestros bailarines, motivados por la intensa sonoridad de la ideal música de Pepe Gavilondo, quienes en corto tiempo entendieron el decir del coreógrafo. Nunes re-interpreta el universo, interrelacionado en este caso con los ritmos y la energía del cubano para vivir y, por qué no, para bailar y subsistir…

Marianela Boán por Dos

Marianela Boán, Acosta Danza mediante, nos volvió a atrapar con sus redes creativas de alto voltaje escénico. Primero llegó El cruce sobre el Niágara, que parte de una obra homónima, premio Casa de las Américas 1969, del peruano Alonso Alegría, en la que hace gala de las dinámicas y ritmo del movimiento, entrelazado todo con concepciones del diseño. Trabajar sobre límites formales ha sido huella de la insigne coreógrafa cubana a través de los años. Y en este caso específico lo consigue plasmar, sobremanera, y con un dramatismo visceral, en esa diagonal de vértigo/suspenso. El cruce... es de esas obras que demandan del físico de los artistas la máxima expresividad —Mario S. Elías y Raúl Reinoso rozaron la perfección. En ella —la música de Olivier Messiaen es protagonista también— se explotan las líneas del cuerpo, imponiendo una fundamentada motivación para que los gestos transmitan una variada gama de inquietudes/aspiraciones de dos hombres frente —y encima— a una cuerda sobre el… Niágara.

Con nueva carga de dinamismo/originalidad llegó la segunda pieza de la Boán: Cor, estrenada con mucho éxito el pasado año. Regresó renovada, pues su autora le incorporó gestos/ideas que la bordaron sobre las tablas. No hay dudas de que esta gran artista aporta en sus acciones una fuerza escénica en la cual el drama se nos hace consustancial a nuestra respiración, traspasando las barreras formales del espectáculo. Cor no es más que la raíz de varias palabras: coro, corazón, coral… Y se convierten en conceptos multiplicados en la obra, cuya música original (¡excelente!), interpretada en vivo por el pianista/compositor Pepe Gavilondo, a partir de la canción tema Consuélate como yo, de Gonzalo Asencio, es indiscutiblemente parte esencial y protagonista de la historia.

La expresión corporal aquí, desatada por los seis ideales bailarines (Zeleidy Crespo, Marta Ortega, Mario S. Elías, Alejandro Silva, Carlos L. Blanco y Raúl Reinoso), y la voz se cargan de electricidad, conductores óptimos como el texto de la canción… En ella vuelve a acariciar la cotidianeidad, mediante gestos habituales del ser humano, la palabra y otros recursos que dan lugar a lo que la Boán califica como «danza contaminada», más allá del movimiento puro. Seis tambores que resultan coprotagonistas en la danza junto a los bailarines, que hacen sonar muy bien, aportan a la originalidad de la obra que está impregnada de pura cubanía, y en la que, además, pasea un diálogo perenne con los danzantes moviéndose a su compás.

Se suman en Cor las voces de los propios intérpretes, quienes aportan interesante musicalidad construyendo el coro —detrás de ese arreglo están las manos de la maestra Alina Orraca y de Gavilondo, que ilumina también de «personalidad escénica», junto con las luces de Bonnie Beecher y el vestuario de Alisa Peláez para elevar la efectividad.

Sutil Aliento de Yemayá

Un sutil aliento cobró el escenario con las imágenes que bordó en el espacio la hermosa Zeleidy Crespo, quien volvió a enseñar credenciales de altos quilates al encarnar la danza de Yemayá en Impronta, firmada por María Rovira. Es que título y acciones se hacen eco en la bailarina, pues indiscutiblemente deja huellas de enorme tensión: danzaria/dramática con una fuerza inusitada que surge de lo profundo, de lo más interno de sí. Entonces convierte los segundos en un instante de incalculable magia, en que el traje azul se mueve como las olas en el mar y de ella parece resurgir la diosa, en éxtasis danzario en consonancia con una interpretación que no cesa de recibir ovaciones.

Acosta Danza en Mundo Interpretado.Fotos: Cortesía Acosta Danza

Momento impresionante de la jornada fue, sin duda, Soledad, del español Rafael Bonachela, a quien pertenecen también los diseños (atractivos) de escenografía y vestuario. Aquí llegó la soledad que integra a su decir la música de Astor Piazzolla, Chavela Vargas y Gidon Kremer para «dibujar» la relación de una pareja en la intimidad. En esta ocasión, Marta Ortega y Raúl Reinoso se sumergieron, con mucha seguridad/espontaneidad, en los intrincados caminos de la estética del coreógrafo que se mueve entre el ballet clásico y el neoclásico. Híbrido que con soltura y destreza cruzaron los jóvenes bailarines con precisión para regalarnos instantes inolvidables acerca del difícil juego del amor.

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