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Padres, hijos, familias de nuevo tipo…

Parejas monoparentales, madres solteras, gestaciones in vitro y vientres de alquiler para progenitoras futuras, o relaciones no tradicionales dentro de núcleos de ese cuño llegan también en las representaciones cinematográficas de este festival

Autor:

Frank Padrón

Cuando en el mundo entero (y Cuba no es la excepción) se imponen nuevos Códigos de Familia, el cine de todas partes se hace eco de esas avanzadas concepciones. Parejas monoparentales, madres solteras, gestaciones in vitro y vientres de alquiler para progenitoras futuras, o relaciones no tradicionales dentro de núcleos de ese cuño, se abren paso entre los cánones patriarcales y heteronormativos.

Aos nossos filhos (Nuestros hijos) (presentada en el Festival de Río y nominada al premio Fénix) nos acerca al quehacer de la portuguesa María de Medeiros, competente y prolífica artista quien se ha puesto también del otro lado de la cámara para entregarnos cortos y, sobre todo, un largo más que atendible, el cual prosigue con esta inmersión en la sociedad brasileña de hoy mismo, donde una pareja de lesbianas se empeña en el embarazo por inseminación de una de ellas mientras su madre, excombatiente de la dictadura militar y en la actualidad directora de un hogar para niños desamparados y enfermos de VIH, no ve con muy buenos ojos la decisión y mantiene con la hija una actitud distante e incluso no colaborativa.

De Medeiros, directora también de Capitães do Abril (Capitanes de abril, 2000) que focaliza la polémica Revolución de los Claveles en su país, se enfrenta ahora a un guion tan complejo como inteligente, el cual parte de una pieza autobiográfica escrita por Laura Castro (guionista e intérprete de su propio personaje aquí) que fuera estrenada en teatro hace siete años, y en el que se mezclan con tino y verdadero cuidado actitudes, prejuicios mutuos, pasado y presente, realidades personales con un marco social difícil.

En Aos nossos filhos, Vera sufre pesadillas y trastornos por las torturas que recibió prisionera de los militares, algo que trata de exorcizar frente a un periodista que es, presuntamente, el hijo de su compañera de celda y se llama igual que el suyo recién nacido que perdió en tales peripecias. Ella dedica todas sus fuerzas al hogar que atiende, a veces entre las balaceras de los narcos y la policía en la favela vecina, en especial a un niño seropositivo y huérfano con quien parece sustituir afectivamente el que perdió hace décadas, pero es incapaz de entender a su propia hija procurando el suyo por métodos no ortodoxos, y no precisamente por homofóbica, sino porque no acaba de convencerse de su legitimidad y pertinencia, algo que sí hace su ex y padre de la joven embarazada, con quien Vera tampoco tiene mucho diálogo.

Tania, su hija, se aterra cuando el niño que aquella protege se corta y puede infectarla con la sangre de la herida; entre esta y su pareja hay conflictos respecto al proceso de embarazo y otros temas, al parecer mejor resuelto en unos amigos gays, respecto a la adopción…

La directora ha logrado que esas y otras problemáticas se alternen y entremezclen en una puesta en pantalla que evita cabos sueltos e incoherencias, para armar un discurso matizado y que sobresale por su organicidad y riqueza, amén de su audacia conceptual y su enjundia lo mismo al bucear en el pasado histórico que en la contemporaneidad, con las heridas sin cerrar que inciden en el presente.

Se apoya, entre otros elementos muy bien resueltos, en una banda sonora con canciones alusivas a algunos de los temas abordados (la pieza de donde toma su título, de Vitor Martins/Iván Lins, o ese precioso himno al amor entre mujeres que es Mar e lúa, de Chico Buarque) y un montaje que empalma los diferentes tiempos narrativos y las complicadas relaciones de todo tipo que entretejen la trama. 

Brillan las actuaciones, comenzando por Marieta Severo, esa dama encantadora de la nómina carioca, quien lo mismo encarna una villana inolvidable de telenovela que esta luchadora incansable, madre sensible aunque a veces no muy comprensiva, y por último abuela feliz de una pareja (devenida trío) que parece saldar las dudas y problemas iniciales.

A Good Man trae otra mujer tras la cámara, en este caso francesa, Marie-Castille Mention Schaar. También se trata de una pareja que no puede tener hijos por la esterilidad de Aude, y es entonces que Benjamín, su cónyuge, decide ser quien se embarace, pues se trata de un hombre transexual aun sin implantación del miembro viril y quien había nacido como Sarah.

Los conflictos familiares y sociales que implicaba el cambio de identidad se acentúan con este giro insólito (el filme parte de un hecho real), pues el joven, con su nueva presencia, incluso la barba en su rostro que el tratamiento hormonal genera, siembra lógico estupor cuando muestra una barriga creciente. Y resulta particularmente intenso el autoconflicto que genera en el trans el dilema entre la llegada de su nuevo documento identitario y la posibilidad de dar a luz por amor a su esposa y la necesidad de tener descendencia.

Mediante una eficaz edición que alterna e incorpora admirablemente los diversos planos crono-temporales de la narración, una fotografía que elude las poses turísticas para concentrarse en pasajes afectivos y excelentes desempeños (Adèle Haenel—Retrato de una mujer en llamas— en la piel de Sarah/Benjamin demuestra una vez más su clase histriónica), A Good Man se suma a la lucha por pulverizar prejuicios y clisés, y abrirse paso dentro de las nuevas y audaces miradas a la sexualidad y la familia.

A Good Man, dirigida por la francesa Marie-Castille Mention Schaar.

De familias disfuncionales y relaciones torcidas entre padres e hijos, así como choques que aunque disimulados irrumpen en los momentos más inesperados mediante acciones mezquinas y golpes bajos, trata el filme italiano Favolacce (Bad tales), un filme premiado con el Nastrod’Argento que entregan en su país los periodistas especializados en cine.

Empañado por un tempo excesiva e innecesariamente lento, un evidente abuso de los grandes primeros planos, y un montaje en exceso sesgado —en lo que tampoco ayuda el narrador homodiegético— el texto fílmico resulta irregular  en todo sentido, lo cual no impide que sigamos con interés el rastreo en los abismos socioeconómicos, generacionales y síquicos que nos descubren estas raras familias habitantes en los suburbios de Roma, sobre todo en el seguimiento que hace de los adolescentes y sus extrañas maneras de proceder.

El retiro, que pasó también por TV, es una obra de Ricardo D.Iacoponi (Argentina) donde Rodolfo, médico jubilado, quiere tener una vejez tranquila y sin compromisos, pese a que su hija y yerno hacen todo lo posible por impedírselo con sobreprotección y cuidados que él rechaza. Una circunstancia inusual lo enfrenta a fungir como abuelo (algo que no es realmente) y a replantearse la relación con esa hija a la que no atendió todo lo que debiera, sembrando heridas y rencores.

El retiro trae de vuelta a Luis Brandoni acompañado esta vez por Nancy Dupláa.

Sentido del humor, un relato inteligente y bien armado dramatúrgicamente, que consigue equilibrio entre lo serio y lo risible, personajes diseñados de manera notable a los que animan brillantes actuaciones (el admirado Luis Brandoni, Nancy Dupláa, Gabriel Goity…) y una puesta disfrutable de principio a fin, convierten a El retiro en otro momento que se agradece de este Festival y del más reciente cine del cono sur, que nos hacen vislumbrar lo mucho bueno que nos aguarda en marzo.

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