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El regreso de los halcones negros

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

 

 

La oposición islamista en Somalia está resuelta a derrotar al Gobierno Federal de Transición (GFT), por ello no acepta el diálogo político que le propone el presidente Sheikh Sharif Sheikh Ahmed, quien al verse tambaleando en una cuerda floja ha gritado socorro a todas partes. Y Washington, que no gusta del islamismo, está dispuesto a dar su mano, incluso con una intervención directa en la guerra, como mismo hizo en 1992-1993, bajo su disfraz humanitario.

La hipócrita guerra contra el terror de George W. Bush sigue intacta, y su sucesor, Barack Obama, está dispuesto a continuarla en Somalia, cuya posición geográfica despierta en Washington el apetito de establecer allí una ruta para sacar el petróleo y otros tantos recursos africanos hacia el Océano Índico, por donde transita gran parte del hidrocarburo procedente del Medio Oriente.

Como es habitual, para legitimar su agresión, Estados Unidos necesita construirse un enemigo fantasma, que no varía aunque el apelativo sea distinto en cada lugar donde el Pentágono mete sus botas. No es de extrañar entonces que como mismo los terroristas en Afganistán son los talibanes, en Somalia lo sea el grupo islamista Al Shabab, opositor de Sheikh Ahmed. Como si no fuera suficiente la clasificación, la Casa Blanca también acusa a esa formación de pertenecer al brazo armado de Al Qaeda.

Así lo dejó bien claro la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, en su reciente periplo por África. «Si Al Shabab encontrara en Somalia un refugio seguro, podría atraer a Al Qaeda y otros grupos terroristas, y esto sería una “amenaza” para los EE.UU.», dijo sin rodeos en Nairobi (Kenya), donde se reunió con Sheikh Ahmed.

Allí, Hillary Clinton prometió una mayor ayuda al mandatario africano para enfrentar a la oposición local. Este año Washington ya le ha enviado al GFT 40 toneladas de armas y municiones, además de brindarle asesoramiento militar a las fuerzas gubernamentales, según fuentes del Pentágono. Así, EE.UU. se convierte en el primer y único Estado en darle asistencia bilateral directa al gobierno de Sheikh Ahmed. También viola el embargo de armas decretado por la ONU; sin embargo manipula al Consejo de Seguridad para que condene a Eritrea, a la que acusa de dar armas y municiones a la oposición somalí.

Por otra parte, la piratería en las costas somalíes le ha dado la justificación a Washington y la OTAN para militarizar la región. A diario se realizan allí operativos militares multinacionales, en los que también participan los mercenarios y contratistas privados como Blackwater.

Hace unos meses, oficiales del Pentágono —entre ellos el vicealmirante William Gortney, comandante del Centro de la Fuerza Naval y de las Fuerzas Marítimas Combinadas—, hablaron de un enfrentamiento mucho más agresivo a la piratería en el Cuerno Africano, que incluye operaciones terrestres contra los piratas refugiados en zonas costeras de ese país.

Y la intervención militar ya ha sido estudiada. En mayo de 2008, los simulacros militares anuales del ejército estadounidense (Unified Quest) incluyeron por primera vez escenarios africanos como Somalia, con el objetivo de evaluar la capacidad de su armada ante una crisis en esa nación, que proyectan para 2025. En estos «juegos de guerra» no faltaron los contratistas privados como Rand Corporation y Booz-Allen.

Los halcones negros —Black Hawk, helicópteros usados por EE.UU. durante su intervención en Somalia en 1993— prometen regresar. Las razones, verdaderas y falsas, ya están, y con las altas temperaturas en esa nación africana puede ser que Washington decida «jugar» en serio antes de 2025.

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