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Australia de cara al futuro: ¿China o Estados Unidos? (II)

Otros factores además de las sólidas relaciones económicas con China pueden estar incidiendo en que Australia se incline por una línea de acción en relación con ese Estado más pragmática y moderada que la deseada por EE.UU.: entre ellos, la percepción de Canberra acerca de la emergencia de Beijing como potencia regional y sobre la posibilidad de que no pueda contar con su principal aliado en la medida que lo requiera en determinada coyuntura

 

 

Autor:

Herminio Camacho Eiranova

Hay al menos otras dos razones para que Australia, sin menospreciar el valor de su alianza con Estados Unidos, se incline por una línea de acción más pragmática y moderada hacia China que la deseada por Washington.

La primera es la consideración, sustentada en predicciones de reconocidas instituciones, como el grupo de inversión estadounidense Goldman Sachs, de que si continúan las actuales tendencias, la economía china será la mayor del mundo antes de que termine la primera mitad de este siglo.[1]

Su crecimiento medio anual en los últimos 30 años ha sido de alrededor del 10 %, tres veces más que el de la economía mundial en ese período (3 %) y cuatro veces más que el de los países de ingreso alto (2,5 %), como consecuencia de lo cual su peso relativo en la economía mundial ha crecido del 2 % en 1980 al 11 % en 2007, mientras en el mismo período el de Estados Unidos, que no obstante sigue siendo mucho mayor, se redujo ligeramente.[2]

Si en 1990 China era la décima potencia económica mundial, en el 2010, según estimados del Fondo Monetario Internacional su producto interno bruto era el segundo mayor del mundo, medido tanto en dólares corrientes como en paridad de poder adquisitivo (PPA). Era además, en 2009, el mayor exportador mundial de mercancías, por delante de Alemania y Estados Unidos, y el segundo mayor importador mundial, solo superado por este último país. Y si se trata de bienes y servicios combinados, era a nivel mundial el tercer exportador y el tercer importador, en ambos casos por detrás únicamente de Estados Unidos y Alemania.[3]

No son pocos los que piensan que aunque no se cumplieran con exactitud las proyecciones del informe de Goldman Sachs, si lo que ocurre se acerca a lo pronosticado, la emergencia de China provocará ajustes en el orden mundial y regional, al cambiar la posición relativa de Estados Unidos, particularmente en un sentido económico, aunque también en un sentido estratégico, ya que, como ha reconocido el ex primer ministro laborista australiano Paul Keating, las principales potencias económicas han sido invariablemente las principales potencias estratégicas.[4]

Sin embargo, las opiniones están más divididas en relación con la magnitud de estas transformaciones y la velocidad  con que se producirán.

Específicamente en cuanto a la magnitud de lo que ocurra, el ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger en su artículo Rebalancing Relations with China afirmó que aunque la creciente dependencia de los países vecinos de China de los mercados de esta incrementará su influencia política, tal situación no es incompatible con el liderazgo de Estados Unidos, aunque sí con el mantenimiento de su posición hegemónica actual.

Esa opinión tiene puntos en común con la de otros analistas que estiman que no necesariamente el aumento del poder chino se producirá a expensas del de Washington, ya que el escenario geopolítico de la región no puede reducirse a un juego de suma cero.[5]

En cuanto a la velocidad de las transformaciones, algunos analistas sostienen que ya se ha producido un cambio en la correlación de fuerzas en la región a favor de Beijing. Entre ellos, Dan Blumenthal, miembro residente del American Enterprise Institute (AEI), afirmó en su artículo The Erosion of U.S. Power in Asia que el poderío militar de China no es una abstracción futurista, pues este ha transformado ya el balance en ese campo en Asia-Pacífico.

Un criterio diferente es sostenido por Robert G. Sutter, profesor de la Escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown, Washington, quien tras entrevistar entre el 2004 y el 2006 a 175 expertos en asuntos asiáticos de ocho Gobiernos de Asia-Pacífico, concluyó que la influencia y el poder de Estados Unidos en la región no ha disminuido, y aunque la influencia de China esté aumentando en la misma, aún presenta importantes limitaciones y debilidades que determinan que tenga por delante un largo camino por recorrer para poder competir por el liderazgo regional.

De acuerdo con Sutter, la habilidad y disposición de su país para actuar como garante de la seguridad en la región y como socio económico vital continúan siendo fuertes y constituyen una razón sólida a favor de la continuidad de su liderazgo en la región.[6]

Lo mismo piensa Fernando Delage, subdirector de Política Exterior del Real Instituto Elcano, quien aseguró que “hoy hay una única potencia hegemónica y China está muy lejos de ser un posible rival”.[7]

No obstante, las administraciones laboristas australianas de los últimos cuatro años no se han mostrado muy convencidas de que el camino que le falta por recorrer a China para competir por el liderazgo regional sea demasiado largo, o que esté muy lejos de ser un posible rival para Estados Unidos, y si relacionamos diferentes afirmaciones recogidas en el Libro Blanco de Defensa 2009 acerca de que los cambios económicos provocarán inevitablemente modificaciones en la distribución del poder, y estos a su vez traerán como resultado la transformación del orden existente, tendremos que coincidir en que Canberra considera admisible, más allá de 2030, un escenario en el que no sea Washington, sino el gigante asiático el que ostente la supremacía indiscutible a nivel regional y global.

¿Y sería racional que Australia provocara innecesariamente a un Estado que puede convertirse a la vuelta de unos años en la principal potencia regional?

Otra razón para que Australia ponga en práctica una línea de acción hacia China más pragmática y moderada que la deseada por Washington es su percepción de que es probable que en el corto, mediano o largo plazo, hasta el 2030, aun cuando ninguna otra potencia tenga la capacidad económica, política y militar para desafiar la primacía global de Estados Unidos y su preeminencia regional, sus posibilidades de proyectar poder en Asia-Pacífico cuando se necesite estén restringidas.

Esto pudiera ocurrir porque su atención esté concentrada en otros objetivos estratégicos en regiones diferentes, o porque, como reconoce el Concepto Cardinal para las Operaciones Conjuntas, el cual establece los principios para el empleo del poder militar de Washington entre 2016 y 2028, su presencia regional esté limitada por la emergencia de nuevos competidores y la creciente dificultad política para mantener fuerzas avanzadas.[8]

¿Sería lógico que Australia tensara las relaciones con un Estado cuyo poder va en ascenso, hasta el punto de provocar un conflicto, en una coyuntura en que existe la posibilidad de que no pueda contar con su principal aliado en la medida en que lo requiera?

Por lo pronto, el Estado del Pacífico Sur ha comenzado a prepararse para un escenario como este. Con ese propósito, en el Libro Blanco de Defensa 2009 se detallaron las nuevas capacidades tecnológico-militares que se proponía desarrollar en áreas como el combate submarino, antisubmarino y en la superficie marítima —incluyendo la defensa aérea en el mar—, superioridad aérea, golpes estratégicos, fuerzas especiales, vigilancia y reconocimiento de inteligencia, y guerra cibernética (ciberguerra).

Se trata del fortalecimiento más importante de la Fuerza de Defensa Australiana (ADF, por sus siglas en inglés)  desde la Segunda Guerra Mundial, en poder de combate, infraestructura militar y personal, que le permitirá a Australia estar mejor preparada para enfrentar los desafíos derivados de los cambios que puedan ocurrir en las circunstancias estratégicas.[9]

Claro está, también es posible que el desarrollo de estas capacidades militares por parte de Canberra, más que el resultado de su percepción acerca de que podrá apoyarse en menor medida en el poder de Estados Unidos, sea una expresión de la aceptación de una estrategia de este, en virtud de la cual delega en Australia una cuota mayor de responsabilidad con la seguridad regional, lo que le permitiría liberar parte de los recursos dedicados a tales fines y destinarlos a enfrentar otros desafíos externos o internos de mayor prioridad.

En el Libro Blanco de Defensa 2009, al referirse a la eventualidad de que se redujeran las posibilidades de Estados Unidos de prestar la atención requerida y proyectar su poder en determinada región por encontrarse concentrado en otra, se precisó que esto probablemente provocaría que Washington buscara asistencia activa de aliados regionales y socios, incluyendo Canberra, en situaciones de crisis, o más generalmente mantendría acuerdos de seguridad con estos para asegurar la estabilidad regional.[10]

Pero en cualquier caso el resultado sería el mismo: Australia tendría que contar cada vez más con sus propias fuerzas y menos con las de su principal aliado, lo que tendría alguna influencia en su incondicionalidad a este. Pero, no nos apresuremos a sacar conclusiones... (Continuará).

Acceder a la primera parte de este artículo: Australia de cara al futuro: ¿China o Estados Unidos? (I)

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