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Y entonces comenzó el cambio de época

Las próximas elecciones del 7 de octubre de 2012 estuvieron en el centro del encuentro que sostuvo este martes el presidente venezolano Hugo Chávez con la prensa

Autor:

René Tamayo León

CARACAS.— Rebosante de salud, cuero cabelludo negreando y amenazando con un afro —como ya dijo una vez—; lúcido y dueño —como siempre— de la palabra, el presidente Hugo Chávez sostuvo ayer un encuentro de más de tres horas con periodistas locales y del extranjero; el más largo tras la crisis de salud que lo afectó a mediados de año.

Conversó sobre la celebración, la víspera, de los 13 años de su primera elección en las urnas, donde se alzó con poco más del 56 por ciento de las boletas. Fue una victoria, como sus otras muchas, que siempre se le han otorgado en franca mayoría.

Habló sobre la evolución del proceso bolivariano, los problemas globales que hoy amenazan a la humanidad, el camino indetenible ya de la unidad latinoamericana y caribeña —tras la CELAC—, y también, como siempre, de Cuba y Fidel.

Las próximas elecciones del 7 de octubre de 2012 estuvieron en el centro de la «tertulia». Las encuestas, la radicalización social, económica, humanista y solidaria de la revolución, y el sentido común, indican que su triunfo está seguro. Mi experiencia como periodista de 20 años de ejercicio, obligado a observar y estudiar las realidades, tampoco me deja lugar a dudas.

El desafío —como dijo Chávez a la prensa— estaría en lograr, entonces, diez millones de votos para su próximo mandato.

Alcanzar en las urnas el beneplácito del 70 por ciento del electorado es tarea ardua. No porque no lo tenga, sino porque todos han de ir a votar, y ya eso puede ser más cansino para algunos. Veremos.

Obras son amores

Venezuela y su revolución no caben en estadísticas. Aunque a veces, estas algo alumbran. Y quienes quieren injuriarla, han de callarse cuando a su origen se le unge de imparcialidad.

Tal es el caso del informe Panorama Social de América Latina 2011, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). En 2010 —reza el documento— en este país las personas en situación de pobreza habían descendido a un 27,8 por ciento, para ocupar el tercer lugar de naciones de la región con menos pobres al hilo.

CEPAL puntualizó, además, que entre 2002 y 2010 la pobreza disminuyó en 20,8 por ciento, al pasar de 48,6 por ciento a la cifra anteriormente dicha, y la pobreza extrema bajó del 22,2 al 10,7 por ciento.

Según los números del Instituto Nacional de Estadística (INE) local, la CEPAL agrega, empero, que «la pobreza extrema» para el primer semestre de 1998 se ubicaba aquí en 24,7 por ciento, mas para el primer semestre de 2011 se colocó en solo 8,9 por ciento, número pequeño, pero intolerable para Chávez y su pueblo, según este mismo ha dicho.

Cifras respetables, por supuesto. Sin embargo, hay un índice que ni Arquímedes, ni Pascal; ni Newton ni Einstein podrían formular. Hay una ecuación hasta ahora imposible de construir: la dignidad. Y si hay algo que se ha sumado y sumado en esta nación, es dignidad. Y eso vale más que el dólar.

La irreversibilidad de un proceso

Pataleta aparte de una oposición disminuida y dividida, aunque quiera mostrar lo contrario, el proceso bolivariano es, ante todo, un movimiento social que a la luz de cualquier criterio objetivo ha de afirmarse como irreversible.

La cronología del proceso bolivariano, profundamente institucionalista y democrático, aun con las reglas del juego al «mejor estilo» burgués, ha ido desde la refundación constitucional, a golpes de Estado castrenses y oligárquicos, seguidos —frustrada la reacción— de radicalizaciones antiimperialistas, socialistas e incluso con postulaciones comunistas, hasta crisis de salud con pronósticos inicialmente difíciles de su líder.

El programa bolivariano es, sin dudas, uno de los procesos fundacionales más convulsos, dramáticos, heroicos y bellos de la actual historia latinoamericana y caribeña. Resume en algo más de una década toda la magia, candor, ardor, de una revolución genuina, auténtica e irrepetible en la historia, como lo son todas.

Un colega, hermano de muchachadas y correrías de la Universidad y más allá del campus, y que mantiene un vínculo casi sanguíneo con este país, me aclaró que para entender a Venezuela, a su revolución, ha de sopesarse ante todo sus dos más grandes fuerzas: a su líder y a su pueblo. Ambos son peso y fiel de una balanza que ya es inamovible. Fuerza inmanente. Y así es.

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