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El segundo del Che

La desaparición de Vilo Acuña y los suyos estremeció la Sierra Maestra y a Cuba

 

Autor:

Osviel Castro Medel

Tuvo que realizar un desgastador entrenamiento en Cuba para rebajar de 240 libras a 180. Cuando llegó, el 27 de noviembre de 1966, era el más veterano del grupo.

Pero Juan Vitalio Acuña Núñez no creyó en la «veteranía» de sus 42 años ni en kilogramos de más y se fue a la selva boliviana como segundo al mando del Che.

Un cargo de tal magnitud no se ganaba gratis, mucho menos si su jefe era el Guerrillero Heroico. Acuña había tenido que demostrar mucho más que alma para merecérselo.

El decimista

Vilo —su mote eterno— nació el 27 de enero de 1925 en la finca La Conchita, Purial de Vicana (Media Luna, Granma), en plena Sierra Maestra. Criado en bohío de guano y sin piso, apenas pudo estudiar hasta el quinto grado, por eso se convirtió en experto recolector de café.

Su madrastra, Librada Cardero Díaz, lo retrata así: «Nunca lo vi molesto, siempre estaba jaraneando y haciendo cuentos. A todo le sacaba décimas cómicas; era sano, sin maldad. Eso sí: no le gustaban los abusos».

Por esto último partió, en abril de 1957, a unirse al Ejército Rebelde, al cual llegó en mayo de ese año. Desde ese momento se convirtió en un gran combatiente que participó en incontables acciones hasta merecer, en noviembre de 1958, los grados de Comandante.

Fue él quien auxilió a Camilo cuando este fue herido en Pino del Agua, al que transportó por kilómetros en una hamaca. Antes, en Uvero, también había ayudado a otro grande: Juan Almeida Bosque.

Camisas voladoras

Después del triunfo de 1959, ocupó responsabilidades en la jefatura de tanques de Managua, en la Unidad 1700, en las obras de Cayo Largo del Sur y en el primer Comité Central del Partido.

De todos modos, cada vez que pudo ir a su terruño no dejó de mostrar su acostumbrado aire bromista. «Una vez llegó en un helicóptero, y como en Purial nunca se había visto un bicho de esos aquello fue un acontecimiento. La finca se llenó de gente, los hombres tiraron los sombreros y las camisas al aire para saludarlo», narra su madrastra, de 83 años y residente hoy en Bayamo.

«Pero Vilo se desmontó desmayado de la risa y les dijo: “Mira qué bonito vuelan esas camisas, ¡vayan a buscarlas antes que se les pierdan!”. Él jamás se dio pompa; cuando llegaba enseguida se quitaba el traje, se ponía el sombrero de yarey y se iba a retozar con sus 11 hermanos menores. Una vez nos dijo que no sabía cuándo regresaría, que iba a un largo viaje y regresaría algún día».

Joaquín

El Guerrillero Heroico, siempre tan juicioso para los nombramientos, lo designó segundo jefe del Ejército de Liberación de Bolivia y encargado de la retaguardia. En esa tropa se llamó Joaquín.

Indescriptibles fueron los esfuerzos que hizo en aquel hostil paraje. En cierta ocasión se lamentó de ser una «carga» para sus compañeros porque tenía los pies hinchados y no le cabían en los pantalones.

En los últimos meses el par de zapatos 44 se le rompió y, como no había número para él, se sometió a andar descalzo.

Sumemos el episodio de la separación del Che: el 17 de abril de 1967, Ernesto Guevara, con la vanguardia y el centro, partió por tres días y le asignó cuidar a los enfermos y custodiar a los cuatro integrantes de la llamada «resaca» (los desertores).

Sin embargo, los dos grupos jamás volvieron a verse. El Che no pudo conocer los detalles de la traición del campesino Honorato Rojas, quien condujo al destacamento de la retaguardia a la emboscada preparada por el ejército boliviano en el vado de Puerto Mauricio.

Junto a Acuña cayeron, aquella aciaga tarde del 31 de agosto, la argentino-alemana Tamara Bunke; los cubanos Alejandro (comandante Gustavo Machín) y Braulio (primer teniente Israel Reyes); los bolivianos Polo (Apolinar Aquino), Moisés (Moisés Guevara) y Walter (Walter Arencibia).

Otro boliviano, Ernesto (Freddy Maymura), fue capturado con vida y ultimado después cerca del río. Otro sobreviviente en la emboscada, el médico peruano Negro (Restituto José Cabrera) se dejó llevar por la corriente, pero resultó apresado después y asesinado.

Esta pérdida fue la única que creyó el Che, el 4 de septiembre, al oír las generales de Negro por una emisora. «La radio trae la noticia de un muerto en Vado del Yeso, cerca de donde fuera aniquilado el grupo de 10 hombres, en un nuevo choque, lo que hace aparecer lo de Joaquín como un paquete (…) Parece que éste sí es un muerto real, los otros pueden ser ficticios…», anotó el Guerrillero Heroico.

La desaparición de Vilo y los suyos estremeció la Sierra Maestra y a Cuba. Muchos aún hoy sienten la partida de aquel guajiro ocurrente, que le rimaba al campo o a las estrellas. Los reconforta, en cambio, el hecho de que aquel río boliviano ya no suena como antes. Por él surca a cada instante, en voz de millones, la imagen de Joaquín y sus subordinados.

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