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La jactancia de Pompeo

Del novísimo secretario de Estado de la administración Donald Trump se dice que comparte la mentalidad poco diplomática del presidente

Autor:

Juana Carrasco Martín

Del novísimo secretario de Estado de la administración Donald Trump se dice que comparte la mentalidad poco diplomática del presidente, y conocer que Mike Pompeo dio el salto desde la dirección de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) apunta a los despropósitos que traerá en cartera.

Para el hemisferio que Estados Unidos ha considerado de por vida su patio trasero, Pompeo expuso en discurso breve ante la Organización de Estados Americanos —la pervertida entidad que le sirve de instrumento para imponer dominio—, una senda de total supeditación a sus intereses y el ataque desmedido contra las tres naciones soberanas que tiene en la mirilla por desafectas a la corriente imperial. Las nombró en este orden discursivo: Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Pompeo, como sería sinónimo de su apellido, se pavoneó en los concebidos términos para engatusar y darse golpes de pecho: democracia, paz, respeto a los derechos humanos y cooperación, que supuestamente están carentes las tres naciones; pero los acontecimientos dejan claro que Washington maneja los hilos de una subversión que intenta el derrocamiento de gobiernos elegidos en las urnas.

La presión de los disturbios callejeros junto a sanciones económicas y políticas pretenden la salida de los procesos liberadores en el continente. Contra estos quieren el apoyo del resto de los miembros de la OEA, que el canciller venezolano Jorge Arreaza calificó como «una organización multilateral donde prima el unilateralismo», una sutileza diplomática que sin ambages nuestro Canciller de la Dignidad, Raúl Roa, definió tajantemente para la oprobiosa historia de esa organización como el Ministerio de Colonias de Estados Unidos.

Arreaza ridiculizó la inútil propuesta de Pompeo de que Venezuela fuera expulsada de la OEA con este recordatorio al hacedor de operaciones sucias y encubiertas: Venezuela, por decisión y voluntad soberana, anunció su retiro de la OEA el 28 de abril de 2017. El Secretario de Estado podía haberse ahorrado la propuesta y los falaces argumentos.

Ahora bien, para Cuba quieren preparar un escenario semejante y en un solo y largo párrafo, el ex CIA se dio a la tarea de apuntar hacia sus deseos insatisfechos: «el cambio es inevitable», y la reversa histórica pretendida dice Pompeo que «no puede venir con la suficiente rapidez».

Ha reiterado una apuesta que se les hace vieja, los jóvenes cubanos supuestamente desinteresados con la Revolución y que al banal entender del jefe de la «diplomaCIA» «exigen oportunidades educativas sin restricciones políticas o represión de un régimen totalitario». Oportunidades, reclamó el alardoso Pompeo, de «usar sus talentos, para ejercer su voz, alcanzar su potencial y construir un futuro brillante por ellos mismos».

Se le admite la ignorancia porque no tiene la menor idea de cuanto ocurre con una juventud que en total libertad estudia en las decenas de universidades extendidas por la geografía cubana, a las que llegan por el ejercicio de su talento y conocimientos sin pagar ni un solo centavo, provengan de donde provengan, sin importar color de la piel ni pensamiento religioso o ideológico.

Pompeo podría pedir los videos de las marchas del 1ro. de Mayo y contemplar los rostros de una juventud que desfiló alegre y comprometida, o escuchar las voces exigentes y leales de la muchachada universitaria en las asambleas que llevan a su próximo Congreso. Quizá le convendría conocer las potencialidades de jóvenes empresarios que prosperan en una economía abierta también para la pequeña propiedad productiva, y de los científicos, trabajadores y agricultores que sustentan el patrimonio y caudal del país, por no mencionar a quienes defienden la independencia de la nación. No le costaría mucho trabajo descubrir con cuanta responsabilidad los 80 diputados del Parlamento cubano que tienen entre 18 y 35 años de edad crean un futuro brillante para toda la juventud y todos los cubanos junto al resto de los 605 diputados de la actual legislatura, cuyo promedio de edad es de 49 años.

Por cierto, para ser senador en Estados Unidos es requisito 30 años y el senador más joven de su presente rama legislativa tiene 41, así que no estoy muy segura de que se reconozca el papel creativo de los jóvenes en la política de esa nación, donde más bien se incrementa la posibilidad —no de un futuro brillante para ellos mismos— sino de un presente de incertidumbre en una high school donde de pronto un adolescente abra fuego y masacre a sus condiscípulos y el desasosiego acompañe lo que fueron sueños de miles de inmigrantes, sobre los cuales pende como espada de Damocles la deportación por la frontera sur.

Valga la redundancia, el ostento de Pompeo respecto a la juventud cubana se le queda en las ganas, como inútil ejercicio de demagogia.

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