Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Por qué la llegada de petróleo iraní a Venezuela es un triunfo

Dos naciones sancionadas por EE. UU. se unen para desafiar sus presiones

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Guerra no declarada de carácter multidimensional. Así puede catalogarse la urdimbre de medidas financieras punitivas, apoyos a saboteadores y mercenarios, persecución comercial, y agresiones diplomáticas con que la administración de Donald Trump sigue intentando defenestrar al Gobierno de Nicolás Maduro, lo que significaría derrotar al chavismo y terminar de voltear el panorama geoestratégico de una región que con Venezuela, después de Cuba, abrió paso a una presencia mayor y más firme del progresismo en América Latina.

Cortar a Venezuela los ingresos que le reporta su principal recurso, el petróleo, e, incluso, provocar el desabastecimiento de combustible en el país, es una de esas vías.

Por eso no constituye exageración ni fomento de un falso patriotismo, ese carácter de victoria con que han sido recibidos en Venezuela los barcos petroleros iraníes que han ido arribando a sus puertos a lo largo de la semana que termina, y que serán, en total, cinco.

Las naves no solo han desafiado las amenazas militares de Estados Unidos, primero, en el propio Golfo Pérsico —adonde Donald Trump, amenazante, envió sus barcos de guerra artillados nada más zarparon los tanqueros— y luego, en el Caribe, región en la que el Comando Sur realizaba ya maniobras militares que tienen como declarada misión, supuestamente, combatir al narcoterrorismo.

Además, Irán, ya castigada y satanizada por Washington —lo que ha provocado a ella misma una merma en su producción de crudo y su posibilidad de exportar—, ha desafiado las prohibiciones y castigos estadounidenses, causantes de la carencia de gasolina en Venezuela. Con ello, insufla una importante bocanada de oxígeno a Caracas… y se oxigena ella misma.

El envío iraní no solo permite a Caracas contar, de primera mano, con entre 40 000 y 60 000 barriles diarios para un mes —dicen algunas fuentes— que fueron trasladados por los buques Fortune, Forest y Faxon y acabarán, de momento, con las colas y, posiblemente con el racionamiento que ha debido decretar el Gobierno en una nación que posee, paradójicamente, las mayores reservas de petróleo del mundo.

Además, hay una ganancia mucho más importante: la entrega llega acompañada de insumos que permitirán al Estado bolivariano echar a andar sus propias refinerías y no depender más, al menos por ahora, de importaciones que Estados Unidos persigue para castigar al proveedor.

Por tanto, tiene leña de menos el intento de implosión con que Washington procura el hartazgo de la ciudadanía venezolana, para que la situación reviente desde adentro.

Para los cubanos, la estrategia yanqui es conocida. Fracasaron con la invasión por Playa Girón, con las reiteradas infiltraciones mercenarias y acciones terroristas, con el deseo de aislarnos, y siguen apostando al bloqueo, que llegó a su más alta expresión en 2019, y al corolario de su espíritu genocida al intentar coartar cualquier posibilidad de que nos llegue, precisamente, petróleo.

En el caso venezolano, las sanciones que decretaron el castigo a todas las entidades estadounidenses que compraran crudo a Caracas y bloquear los activos de empresas que comerciaran con la nación bolivariana, dictadas por Trump también el año pasado, reflejan la imposibilidad de derrotar al bolivarianismo en las urnas, o mediante el golpe por la vía violenta que se intentó en 2017, usando a la oposición no democrática en las guarimbas que dejaron un centenar de muertos, muchos de ellos linchados por hordas violentas a las que se insufló el odio, entre otros métodos injerencistas fallidos fraguados desde Washington.

Las medidas empezaron a hacerse fuertes desde que, ausente Hugo Chávez, los halcones pensaron que adueñarse de Venezuela era pan comido. No aceptaron la elección de Nicolás Maduro en 2013, y en 2015 un Barack Obama menos agresivo que el actual mandatario pero plegado igualmente a los designios imperiales, declaró a Venezuela como un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos.

El decreto abrió en firme un período de satanización y conversión mediática de Venezuela en «Estado forajido» que fomentó el entorpecimiento de los vínculos comerciales, abrió los entuertos financieros, y fomentó un desabastecimiento asentado en el saboteo y el acaparamiento que contó con la labor de zapa del gran empresariado local, alineado junto a la derecha política.

El ala más radical de esa derecha ha sido el sostén para que Washington sustente las sanciones de todo tipo, en el nombre falso de la democracia y la libertad. El muy venido a menos Juan Guaidó, desinflado presidente interino, es su más reciente expresión.

Mientras, EE. UU. mantiene abierta la vía militar, sin recurrir —al menos no todavía— a una intervención bélica directa.

Así lo ha demostrado la recién desarticulada operación Gedeón, que se fraguó en EE. UU. con firmas contratistas de aquel país y conocidas de Trump, y que usó a mercenarios para matar o, en última instancia, secuestrar a Nicolás Maduro y, como el vulgar fugitivo que no es, montar al Presidente constitucional de Venezuela en un avión, y llevarlo a territorio estadounidense.

En ese contexto de constante agresión por todos lados, el virtual colapso de las refinerías de Venezuela y la consiguiente escasez de gasolina constituían otro alimento para hacer estallar la caldera, que ahora suelta presión.

De las sanciones al robo de Citgo     

Escasez y colas por gasolina, racionamiento e insatisfacción, apuntaban al deseo de caos venezolano que Washington no ha conseguido. Quienes, dentro y fuera del país, adversan al bolivarianismo, alegan que por falta de inversiones y mantenimiento las refinerías venezolanas están en bancarrota.

Pero la realidad no es tal, si bien es cierta la caída de su refinación de petróleo, que ha descendido de 1,3 millones de barriles por día hace unos años, a unos 600 000, coinciden diversas fuentes. 

Lo que se dice poco son las causas reales de la «sequía» en las plantas venezolanas de refinación, que operan mediante tecnología estadounidense: Washington ha impedido la adquisición de piezas y otros insumos necesarios no solo para reparar, sino para producir.

Ahora, fuentes extraoficiales aseguran que dos de los tanqueros iraníes llevaron, además, aditivos que algunos llaman alquilatos, y que resultan imprescindibles para que arranquen al menos dos de las cuatro refinerías importantes del país: el complejo de Paraguaná y El Palito.

Se afirma que el puntillazo final contra la capacidad de refinación de Venezuela fue el retiro de operaciones de la empresa de nacionalidad rusa Rosneft, que abandonó el mercado venezolano hace tres meses, acosada por las sanciones de Washington. Iguales presiones sufrieron la española Repsol, la italiana Eni y Reliance , de India, entre otras.

La persecución ha sido tal que Ben Cahill, presentado por medios de prensa como becario del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, ha dicho en torno a las medidas restrictivas de Washington contra Irán y Venezuela que «se ha convertido casi en una situación de locura en la que cada vez que se produce una transacción ilícita que involucra a Venezuela, el Gobierno de Estados Unidos trata de imponerle sanciones (…) Pero hay retornos decrecientes, nos estamos quedando sin entidades a las que sancionar».

Las presiones que buscaban golpear la columna vertebral de la economía venezolana (recordar el fallido paro petrolero de 2002), retornaron antes de 2017, cuando los suministradores estadounidenses empezaron a negar piezas e insumos, agravando una trama que incluyó la traición de algunos directivos de Pdvsa.

Pero el banderín en el incremento del castigo lo dio Trump el año pasado, cuando el Departamento de Estado emitió la orden ejecutiva 13884, mediante la cual se embargaron, además, todos los activos venezolanos en Estados Unidos, lo cual representó el vulgar robo de Citgo, la filial de Pdvsa en EE. UU. que fue puesta en manos de Guaidó, lo cual es igual a decir apropiada por Washington.

Hasta entonces y desde que empezaron las sanciones, Citgo proveía a Venezuela de la importación de gasolina, repuestos y aditivos químicos para la industria petrolera.

Ahora, una corte del distrito de Delaware acaba de autorizar que Citgo, valorada en 34 000 millones de dólares, sea rematada por 1 200 millones de dólares, lo que ha sido denunciado por el venezolano viceministro de Relaciones Exteriores para América Latina, Carlos Ron, no solo como un robo, sino, además, muestra de que «el interés de Estados Unidos y sus aliados es desmantelar nuestras empresas; así como se quiere llevar Citgo, quieren tomar el oro (…)».

Esa es la historia subyacente detrás de los cinco tanqueros de Irán. No es otra.

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