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Solo el principio de una mala Maga y sus embrujados

Del consentimiento de la brutalidad policial, racista y xenófoba, al terrorismo de las turbas de supremacistas blancos, Estados Unidos quizá vive los prolegómenos de una confrontación social

 

Autor:

Juana Carrasco Martín

 «Siempre dije que continuaríamos nuestra lucha para asegurarnos de que solo se contaran los votos legales. Aunque esto representa el final del mejor primer mandato presidencial de la historia, es solo el principio de nuestra lucha por hacer a EE. UU. grande de nuevo».

Ha sido la declaración —insolente y soberbia— de Donald Trump, quien ya está a punto de ser sometido a un segundo proceso de impeachment, si no actúa de manera razonable por una sola vez y sigue el consejo que le diera el ex secretario de Estado Colin Powell
de que renuncie antes, tal y como lo hizo Richard Nixon en su momento.

Se lo están pidiendo o exigiendo en todos los ámbitos de la sociedad estadounidense, menos aquellos que siguieron su conminatorio «detener el robo de las elecciones» y salieron al asalto del Congreso pisoteando el foco de la democracia, exhibida y demandada hasta ese momento como el non plus ultra ante el resto del mundo.

Mucho le consintieron al tren de Trump que, con el nombre de Maga, se había descarrilado desde tan pronto llegó a la Casa Blanca con su carga de caos y autocracia. En sus cuatro años de (des)gobierno se hizo difícil seguir el número y nombre de personas que estuvieron en algún cargo en su equipo y fueron despedidos o renunciaron, signo evidente de que, al igual que profundizó la división en la sociedad estadounidense,  también lo practicó con los hombres y mujeres en sus filas trumpistas.

Make America Great Again fue canto de sirena para millones y el mejor dulce para la diversa extrema derecha del país, fundamentalistas religiosos, neofascistas o neonazis, ultranacionalistas, alt-rights, remanentes del Tea Party, kuklusklanes tradicionales y las nuevas nomenclaturas de boogaloos, QAnon y Proud Boys, por citar algunos, casi todos organizados como milicias civiles armadas hasta los dientes y ostentando y hasta empleando ese poderío en manifestaciones o enfrentamientos.

Para estos engendros del fanatismo, Trump se convirtió en su dios, o cuando menos en su máximo representante en la Tierra. Fieles seguidores que se fueron envalentonando, enfervorizando y fortaleciendo a medida que el hombre de la Casa Blanca les exaltaba, encumbraba y protegía.

Los violentos de la extrema derecha se trocaron en soldados de infantería del trumpismo y con mayor claridad ocuparon ese espacio de milicias armadas del racismo y la xenofobia frente a la ola de protestas contra la bestialidad
policiaca —exacerbada contra ciudadanos negros desarmados, asesinados durante arrestos brutales—, que dio origen al movimiento Black Lives Matters,
donde se unieron ciudadanos de todos los colores agrupados contra la discriminación racial.

La puesta en escena de la invasión al Capitolio de la nación, tuvo su ensayo el 22 de diciembre en Salem, la capital de Oregón, cuando en total impunidad algunas decenas de manifestantes, entre ellos miembros del grupo de ultraderecha Patriot Prayer, portando armas de fuego, irrumpieron en el Capitolio de ese estado para protestar contra las restricciones impuestas por la Covid-19, cuando los legisladores debatían la respuesta sanitaria y económica a la pandemia, y exigieron también la dimisión y el arresto de la gobernadora demócrata Kate Brown.

Unos días antes, el 19 de diciembre, en su cuenta de Twitter, ahora y demasiado tarde totalmente suspendida, Trump anunció: «Gran protesta en D.C. el 6 de enero. ¡Estad allí, será salvaje!»

Quiénes son los terroristas

 Ahora, Donald Trump dice que no irá a la inauguración del presidente electo Joe Biden, el 20 de enero, en la escalinata de ese Congreso asaltado el
miércoles 6 por sus huestes terroristas que, por primera vez en la historia de Estados Unidos, hicieron ondear en los pasillos de la sede legislativa la ultrajante bandera de la Confederación, símbolo del poder de la esclavitud.

La turba team Trump. Foto: AP

Joe Biden considera que es lo mejor que Trump puede hacer.

El FBI dio a conocer el pasado jueves —y pide colaboración a la ciudadanía en su búsqueda e identificación— las imágenes de algunas personas
que participaron en el asalto; pero en septiembre pasado Paul Goldenberg, miembro del Consejo Asesor del Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU., le confesaba a BBC Mundo: «Las milicias han estado involucradas y activas en  EE. UU. durante décadas o siglos en algunos casos. Pero lo que vemos ahora es un momento absolutamente sin precedentes en la historia de EE. UU.»

Me atrevo a decir que tanto el FBI como el resto de las más de dos decenas de instituciones y cuerpos policiacos, de seguridad, de inteligencia y contrainteligencia de Estados Unidos conocen de sobra a los grupos de supremacistas blancos y a sus miembros, fanáticos defensores, seguidores de Trump y legitimados por este, que participaron en la insurrección terrorista: QAnon, The Proud Boys, The Patriots, The Kek Flag, The Three Percenters, el movimiento Stop the Steal, el National Anarchist Movement, por citar algunos.

Jake Angeli, quien se hace llamar el chamán de Qanon o el Lobo de Yellowstone, cuya imagen grotesca recorrió el mundo, es de Arizona, el mismo estado del que seis representantes habían anunciado que impugnarían la votación del Colegio Electoral. Esa operación de rechazo para evitar la presidencia de Joe Biden, la dirigía el texano Ted Cruz, senador «cubano-americano», y estaban acompañados de otros legisladores, todos de estados del sur profundo y ¿otrora? esclavista.

QAnon, iniciado en 2017 sobre teorías conspirativas de que una élite secreta secuestra niños y quiere apoderarse del mundo, y de la que dicen forman parte los demócratas, llama a «La Tormenta» o «El Gran Despertar», y ha logrado que dos seguidoras de esas creencias obtuvieran escaños en la próxima Cámara de Representantes: Marjorie Taylor Greene y Lauren Boebert. QAnon, que se afirma une fuerzas con la vieja derecha, nazis y esotéricas, se está extendiendo a otros países, entre ellos Alemania, Reino Unido, Canadá y Australia. El otro movimiento de esta ultraderecha violenta más conocido y también ensalzado por Trump, es Proud Boys (Chicos Orgullosos), creado por el británico-canadiense Gavin McInnes, cofundador de Vice Media, y dirigido actualmente por el floridano de origen cubano Enrique Tarrio. Solo hombres armados en sus filas, antinmigrantes, y enemigos declarados de la izquierda radical. «Hacer América grande de nuevo», la Maga de Trump, les vino como gorra para la cabeza.

Tarrio no pudo estar personalmente en el Capitolio por orden judicial luego de que fuera arrestado unos días antes, pero alabó el asalto y advirtió, sin mencionar fecha o lugar, la posibilidad de que se lleven a cabo acciones parecidas en otros edificios públicos de EE. UU…

Similares son los otros grupos involucrados en los sucesos del 6 de enero.

No podemos obviar que el pasado no está muerto, ni el glorioso ni el de oprobio tan enorme para la Humanidad como el escrito por las hordas
hitlerianas. Lamento que el subconsciente me haga recordar, a pocos días del 20 de enero, a John Wilkes Booth. 

 

 

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