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El fantasma de la tontería «informa» sobre Cuba

Autor:

Juventud Rebelde

«Fantasma de la crítica recorre Cuba de Raúl Castro», «Jóvenes cubanos critican a dictadura». «Quieren ver el mundo real», «La mirada crítica de Silvio», «El periódico comunista critica al Partido Comunista», «La bola de nieve de la crítica llega en Cuba incluso a círculos oficiales», «Intelectuales cubanos se abren a la crítica sin tapujos»... así titulan en las últimas semanas varios medios del mundo las noticias sobre el debate interno en la sociedad cubana al rebotar despachos de corresponsales de prensa acreditados en La Habana.

Se ha tergiversado tanto la realidad de Cuba que cualquier variación en nuestro patrón de conducta pública mueve a analistas, periodistas y agoreros en busca de la noticia de «la hora final de la Revolución». Hasta Silvio Rodríguez, que sin rendir sus guitarras ha vivido toda su vida con la crítica a cuestas, es usado hoy como «avenido» para intentar ilustrar la supuesta rebelión de las conciencias de los cubanos.

Pretender simplificar las cosas no ayuda a su comprensión. ¿Es que en Cuba no ha existido nunca el debate? Desde luego que es ridículo para los cubanos escuchar semejante afirmación. Y no me voy a detener en los aspectos socioculturales y la proyección psicosocial del cubano, harto discutidor, inconforme perenne, crítico burlón y humorista mordaz, aunque nunca suicida que se haya servido de esos recursos para negar su condición humana y política, y mucho menos denigrar su proyecto de país y de familia, como bien reconoce Abel Prieto, nuestro ministro de Cultura, en el lúcido ensayo El oso Misha y el chiste político en el socialismo real.

Está por otro lado la creencia del pensamiento liberal burgués de que en la discrepancia, la confrontación, el enfrentamiento y la inestabilidad de los sistemas están las fuentes de su desarrollo, lo cual para nada tiene que ver con la visión dialéctica de que la estabilidad y desarrollo de los sistemas radica en la unidad y lucha de sus fuerzas internas, en la negación de un estado de cosas que niegue al anterior, dentro de una espiral de transformaciones cualitativas y cuantitativas que sostenemos los que nos adscribimos al pensamiento revolucionario marxista.

No me refiero a nada de eso, sino a los hechos contumaces, porque si algo no ha faltado en esta Revolución son las convocatorias, y no siempre desde las masas, sino también desde la propia dirección revolucionaria, a vivir permanentemente insatisfechos con nuestra obra, a transformarla y a superarla, a criticarla y, sobre todo, a buscarle soluciones; es decir, no solo plantear tiñosas, sino ofrecer jaulas para meterlas. Claro, hablamos de criticar para construir y no para destruir. Ahí está la clave.

Un inventario honesto del pensamiento autocrítico de la Revolución Cubana asombraría a sus más profesionales detractores. Para los cubanos, negarlo sería como desconocer nuestros propios genes. Más allá de las oleadas comunes a cualquier proceso político, como el llamado a la disciplina y la exigencia a fines de los años 70, la rectificación en los 80, los parlamentos obreros en los 90, lo que nos ha faltado tal vez haya sido la consistencia para sostener la reflexión en el tiempo y ahondar en ella cada día, y quizá una actitud diferente de las políticas editoriales y, también, reconozcámoslo, en los periodistas.

Algunos dicen que se exhortaba pero que no había voluntad real de rectificar errores. Otros la emprenden contra los informadores y los medios de información. Terceros bendicen la llegada de la era digital a nuestro ámbito. Todos somos testigos de cómo, en el funcionamiento de las estructuras políticas y económicas, más allá de su marco regulatorio y normativo, son los seres humanos quienes con sus conductas, actitudes e intereses determinamos el rumbo de los acontecimientos y de las organizaciones.

Puede también que una parte de nosotros, crecidos al amparo del Estado socialista paternal, que dominó una buena parte de nuestro camino, no asumimos responsablemente nuestros deberes de propietarios y nos enajenamos de responsabilidades derivadas de esa condición. Los otros de nosotros, que crecimos sobre todo a lo largo del período especial y no fuimos tan beneficiados por el paternalismo, a la vez que coincidimos con una era de mayor exigencia al conocimiento y a la cultura, estamos un poco, solo eso, un poco más predispuestos a responder a los llamados de practicar la crítica, la autocrítica y la reflexión para mejorar nuestra propia obra.

Cabría pensar también, con mente retorcida —porque de todo puede haber tras la alharaca—, que esta sobredimensión mediática de la crítica y la reflexión ciudadanas en Cuba estaría buscando reacciones de contención al proceso, por aquello de «lo que se anda diciendo en la prensa internacional» y porque según asegura la tradición, una vez destapada la caja de Pandora, difícil sería volver a taparla y mucho menos guardar los males.

¿Qué quieren?, ¿stripteases políticos como los de los ex socialistas europeos? Basta de tonterías, señores. Si lo que pretenden es que nos despellejemos en público, no lo lograrán. Si lo que quieren es que nos avergoncemos de nosotros mismos y de nuestra historia, no les daremos la oportunidad. Si lo que buscan es que la humorada desdiga de nuestra condición de pueblo valiente, listo, vencedor, mucho menos les daremos satisfacción. Incluso, tampoco lo obtendrán si persiguieran que, animados por un sentimiento de autopreservación, pusiéramos freno a esta revolución dentro de la propia Revolución y hagamos carne, en vez de proclamarlo en vallas, el concepto de Revolución que definió Fidel en el año 2000.

Por cierto, tomen nota de esa fecha. Tal vez se enteren ahora que la bola de nieve comenzó a rodar hace tiempo, solo que la hacemos visible en el momento oportuno, de la forma adecuada y en el lugar preciso. No olviden que quienes la echaron a rodar son conspiradores natos.

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