Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El mito y la historia

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Simón Bolívar, El Libertador, medía un metro con 65 centímetros, tenía pies y manos muy pequeños y posiblemente hablaba con la cadencia de los habitantes de islas Canarias y el dialecto culto de los residentes en la ciudad de Madrid.

Pero uno de los datos más interesantes de su vida —y quizá de los más ocultos a lo largo del tiempo— es su ascendencia africana, traducida, entre otros detalles, en unos cabellos ásperos y bien oscuros, y que cierta iconografía se encargó de borrar hasta convertir sus líneas en un perfil más cercano al de Julio César.

Toda esa información la descubrió Gabriel García Márquez cuando investigaba la vida de El Libertador para su novela El general en su laberinto, libro que tuvo seis versiones iniciales y nueve en la etapa última de escritura, y sobre las que trabajaron un equipo de historiadores, lingüistas y políticos para ayudar a precisar los puntos exactos en la vida de Bolívar.

Estos datos y muchos otros, que emergieron en una larga entrevista al Premio Nobel de Literatura, recobran su actualidad cuando un grupo de expertos venezolanos han logrado precisar el rostro de El Libertador mediante complejas técnicas forenses y de reconstrucción digital.

Cierto es que la cara de Bolívar guarda parecido con sus retratos y en algunos se asemeja bastante, sobre todo en aquellos realizados por los dibujantes menos célebres y en los momentos de mayores dificultades de este grande de América. Pero a la vuelta del tiempo, en esta época de tecnicidades y pragmatismos, el redescubrimiento tiene otras connotaciones.

Y una de estas consiste en la eterna invitación a reencontrarse con la verdadera historia, esa que los mitos y el tiempo desdibujan al punto de convertir en irreales a sus protagonistas y tornar los hechos en una cadena de episodios, más parecidos a una fría rotación de inventarios que a acontecimientos cargados de miedos y alegrías, traiciones y verdades, dudas y remotas esperanzas. En otras palabras, cargados de vida.

En el caso de Cuba ha habido diversas miradas. Por un lado predominó cierta visión de la historia que en determinados momentos sirvió para rescatar el papel y el heroísmo de las clases más humildes, mientras no se apreciaban todas las contradicciones fecundas de nuestro pasado.

Ello explica los gimoteos a lo Bernarda Alba de algunos,  levantados con ciertas escenas íntimas de la película Martí, el ojo del canario, de Fernando Pérez. Como si lo mundano no formara parte de la existencia del Apóstol y su conocimiento no hubiera alimentado también la grandeza de su obra literaria y política.

Por muy abarcadores que sean, los libros de texto de Historia y planes de estudio también terminan siendo incompletos, precisamente porque dejan fuera los detalles más personales y anecdóticos del pasado; y, aunque lo conciben y lo estimulan en teoría, en la práctica las acciones de clases se quedan en la relatoría de lo que señala el programa.

Quizá una de las maneras de salir de estos entuertos sea editar libros que compilen fragmentos de esa historia verdadera y contradictoria contada por sus protagonistas, y que anden a la par de los volúmenes de texto, no como orientación de una lectura opcional y fuera de clase.

Dos tipos de materiales que se complementen y tengan la misma jerarquía docente y que el anecdótico contenga historias que hagan reír, llorar… Que cuenten, por ejemplo, de las amistades y desencuentros entre Gómez y Maceo, y de cómo este último debió soportar las discriminaciones de su origen y raza desde el propio campo insurrecto, al igual que Bolívar debió enfrentar las zancadillas de sus coterráneos y compañeros de fila. Lograr, a fin de cuentas, que ese mito surgido del respeto se una con el pasado contradictorio y real. Es decir, con la verdadera Historia.

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