Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Por Abel, Fidel y el futuro de mi hijo

Autor:

Aracelys Bedevia

«¿Qué haces ahí muchacho?», le preguntó a mi hijo Jorgito una periodista extranjera al verlo en uno de los colegios electorales el pasado año. Como en otras ocasiones, mi pequeño había acudido bien temprano, vestido con su uniforme de pionero, a custodiar las urnas el día de nuestras votaciones.

«En Cuba, periodista, las urnas las cuidamos los pioneros. A pecho, como usted me está viendo. Aquí sí que no hacen falta armas para evitar que se haga fraude o se armen líos porque para eso estamos nosotros los pioneros. ¿Y sabe qué? Nos respetan».

Desde la altura de sus ocho años, mi hijo supo explicarle bien cómo transcurren las elecciones en Cuba y el compromiso que con la Revolución tienen nuestros pioneros. El recuerdo de ese diálogo, que dejó emocionados a muchos de los que lo escucharon, vuelve a mí una y otra vez durante estos días en que el país entero se prepara para el referendo constitucional que viviremos el domingo 24.

«¿Iremos juntos, verdad, mamá, ustedes a votar y yo a cuidar las urnas?», preguntó esta mañana camino a la escuela y, sin tiempo para esperar una respuesta, «uno de los niños más revolucionarios del aula», como le dice su maestra Patricia, dijo: «Lo haremos por Cuba».

Luego vino el abrazo y el momento de evocar a Abel (Santamaría), porque votar Sí este domingo es cumplir con Abel, que cuando conoció al joven que encabezaba la Generación del Centenario, le dijo a su hermana Haydée: «¡Yeyé, he conocido al hombre que cambiará los destinos de Cuba! ¡Se llama Fidel y es Martí en persona!».

Abel, que soportó golpes, torturas y dejó que le arrancaran los ojos antes que delatar a Fidel y al resto de sus compañeros de lucha. Abel, «el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba», como le calificó Fidel en el juicio del Moncada. Abel, Abel, que lo único que pensaba, lo único que deseaba era que Fidel viviera. Abel, que se ha multiplicado entre nosotros y vive en cada cubano digno como lo hizo en Fidel, quien vivió para hacer la Cuba que quería Abel.

Por Cuba, sí, por Cuba, y para que nadie nos robe el derecho de vivir en un país donde la ley suprema es el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre, iremos juntos a las urnas otra vez este domingo, hijo, con papá y abuelo, y daremos nuestro Sí rotundo. Porque es la hora de «convertirnos en un pueblo de gigantes y que cada uno de nosotros sea un gigante, que todos unidos hagamos muchos gigantes», como dijo Fidel durante el acto central por el  aniversario 35 del triunfo de la Revolución, efectuado en Santiago de Cuba.

Es la hora de definir juntos nuestro destino y aprobar la nueva Carta Magna, que ratifica el papel rector del Partido Comunista en nuestra sociedad, y que formula los deberes y derechos de los ciudadanos sobre la base del debido respeto a las personas, al tiempo que condena todo tipo de discriminación y defiende los derechos de la infancia y la adolescencia.

Mi hijo escucha cada palabra y muestra su alegría por la llegada de un domingo en el que haremos realidad nuestros sueños, esos por los que lucharon siempre Fidel y la Generación del Centenario; y, sin perder el tiempo, me pide una y otra vez, como lo ha hecho tantas veces durante este último año, que lo lleve a conocer al Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez. «Para verlo, de cerquita, mamá, pues yo quiero cuando sea grande ser Presidente como él».

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