Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Y viceversa…

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

 

Una vez más, el Principito emprendió vuelo sin avisar cuánto tardaría. En su ausencia, el representante de una importante Productora de Audiovisuales de la Tierra, interesado en documentar la historia, convocó a los personajes a una videoconferencia para saber de qué iba ese libro y por qué tanta gente lo disfrutaba aún.

«¿En qué colección deberíamos incluirlo?», preguntó, mirando a la Rosa. «En jardinería, claro», dijo la aludida, y el Farolero farfulló desde su minúsculo planetoide: «¡Presumida! ¿No ve que es un libro sobre trabajadores?».

El Guardavías quiso apoyar esa propuesta, pero el Hombre de Negocios lo interrumpió mientras pasaba un mensaje al Astrónomo y al Geógrafo para garantizar su complicidad: «¡Ni tanto! Aquí el protagonismo lo tienen las cifras: no hay nada más importante en todo el universo».

El Rey sacudió el cetro y desplegó pomposo la capa: «Está clarísimo para el público que el libro trata sobre autoridad…», pero el Vanidoso inundó con fanfarrias y luces la pantalla: «¿No se les olvida algo? Con alguien como yo en el set, el cuento tiene que versar sobre la belleza».

Desde el fondo de su caja, la ovejita baló un poco molesta: «¿En serio nadie nota que es una historia de arte?», pero no la escucharon porque la cobertura fallaba mucho en el desierto.

A pocas millas de allí, a la orilla de un campo de trigo florecido, una zorra los escuchaba mientras acicalaba su preciosa cola. El agente la contempló desde su esquina en la pantalla, y aunque admiraba en secreto al enigmático animal, estaba dispuesto a desconectarla para no perjudicar el debate con su indiferencia.

«Piensen en algo que pueda estar en todas partes sin ser nada, y ser todo sin comprometerse», dijo la pelirroja a las 3:27 p.m. El Borracho repitió la frase a través de una botella y se escondió un poco para farfullar: «A esta sí que le gustan las cosas turbias… Me avergüenza no saber de qué habla».

Las rosas terrestres se consultaron mutuamente y corearon lo que creían la mejor respuesta al acertijo: «¡De amor, claro! Este es un libro de amor».

La zorra avanzó hacia una colina, oteando al horizonte. «Yo hablaba de ética, esa esencia que crece en tu interior, así trates de ignorarla, y arroja luz sobre todos tus actos. Pero está bien: Ella no vive donde falta el amor… y viceversa».

Casi sin ruido, una bandada de palomas se detuvo al otro lado de la colina y una figura brillante saltó a tierra. «¡Cuatro en punto!», dijo la zorra felicísima, poniendo fin a la discusión.

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