Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Que la vacuna nos sorprenda cuidándonos

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Esperábamos el comienzo de este año. Con ansias, los cubanos contamos los días desde que meses atrás se divulgara la intención de comenzar la vacunación contra la COVID-19 en el primer trimestre de 2021. Por supuesto que anhelamos la inmunización total de nuestra población, a sabiendas de que existen cuatro candidatos vacunales en ensayos clínicos. Pero temo que por habernos esperanzado en los resultados del arduo trabajo de un grupo de científicos, hayamos olvidado nuestro deber primero.

Cuidar nuestra salud y la de quienes nos rodean ha sido la petición que, de manera reiterada, se nos ha hecho cada día desde que la propagación de la COVID-19 signó nuestra cotidianidad. Sin embargo, el incremento de los casos positivos en los últimos tiempos hace pensar o que hacemos caso omiso o que no hacemos lo suficiente.

Cada rebrote significa un retroceso en lo ganado. Abrimos, confiamos, nos relajamos… volvemos a cerrar. Y el ciclo puede repetirse tantas veces descuidemos el uso del nasobuco, no mantengamos el distanciamiento físico, dejemos de lavarnos las manos o de usar soluciones desinfectantes para limpiar las superficies.

No es propio de la inteligencia humana sucumbir ante una guerra avisada, aunque podemos tropezar con la misma piedra una, dos, tres veces, siguiendo el refrán. Pero las estadísticas son concluyentes: no somos tan inteligentes ante un virus que se ha adueñado del mundo como jamás imaginamos que podía suceder.

Es difícil, lo sé. Lograr un propósito requiere de constancia, de perseverancia, de renovación en el pensar y el actuar, de aceptación, de ingenio, de sentido común… Pero es necesario, es imprescindible, es urgente… y más cuando se trata de un virus como el SARS-CoV-2 que mata o deja secuelas que no siempre son leves.

Una vez más me dispongo a escribir sobre el tema que ha inundado los medios de comunicación y entonces no sé si sea mejor resumir los números, o comprometerse con historias reales de contagiados y sus familiares, o apelar a la sensibilidad individual o construir la motivación colectiva.

Finalmente, resuelvo pensando que yo, como usted que me lee, también salgo a la calle, hago colas, toco superficies comunes, hablo con los demás, camino, vivo… Pero respeto la distancia, evito aglomeraciones, lavo o desinfecto mis manos y no hay quien me vea mal llevando el nasobuco. ¿Acaso soy más inteligente que los demás? Claro que no.

Pero quizá saber que el primo de un amigo murió de COVID-19, o que la madre de una vecina estuvo muy grave, o que un entrevistado intenta convivir con las secuelas que le ha dejado la enfermedad, o que mi madre apenas se me acerca porque sabe que me expongo al salir o que poco puedo abrazar a un niño… quizá todo ello me hace extremar las medidas, y aspirar a que todos lo hagan.

La vacuna puede llegar, soberanamente. ¿Bastará con eso? Tal vez. La vacuna es la solución, se piensa. No es errado pero no absoluto. Nuevas cepas se identifican y ello entraña más retos para la investigación. El doctor Francisco Durán retomó su horario diario en TV, nuevas medidas se ponen en vigor en La Habana, ya se corre el rumor de una fecha tentativa para el cierre… y otra vez el ciclo, el de la indisciplina, la poca firmeza, la despreocupación.

¿Qué hacemos después? ¿Quejarnos? ¿Lamentarnos? ¿Prometer? Mejor que no… es preferible que la vacuna nos sorprenda cuidándonos.

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