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La toxina de la salchicha y sus derroteros

Cada vez es más usual ver en el mundo a personas con sus caras libres de arrugas, aunque inexpresivas. Detrás de esa moda habita el rastro de una toxina peligrosa

Autor:

Julio César Hernández Perera

Hace aproximadamente una década cundió el pánico entre algunas estrellas de Hollywood al surgir el cine de alta definición: estaba la amenaza de que en pantalla pudieran verse con nitidez «defectos» como las arrugas de la cara.

Ahora se ha hecho normal que en diferentes medios de comunicación del mundo algunas de estas celebridades se exhiban ante las cámaras con una tez asombrosamente lisa a pesar de la edad. Con el anhelo de dilatar en el tiempo una imagen juvenil, posiblemente estos seres sucumbieron a los embrujos de una toxina.

Ese tipo de tonificación facial tiene secuelas entre las cuales se incluye la inexpresividad del rostro, no importa la emoción que se lleve por dentro. Las frías caras de porcelana delatan casi siempre el uso excesivo de la toxina botulínica, comúnmente conocida por muchos como bótox.

Historias

La toxina botulínica tiene la propiedad de interferir en la transmisión nerviosa hacia los músculos, por lo cual provoca parálisis. Esta sustancia posee una relación muy estrecha con una enfermedad aguda que desde finales del siglo XVIII causaba brotes de improviso y muertes.

Fue Justinus Kerner, médico alemán que ejerció en la ciudad germana de Weinsberg, quien describió detalladamente la enfermedad a la cual dio por nombre «envenenamiento por salchichas», por asociarla con el consumo de estos embutidos (probablemente elaborados con pésima higiene).

Con el transcurso de los años, en 1871, al mal se le denominó botulismo, término derivado del latín botulus, que significa embutido, salchicha.

En diciembre del año 1895, tuvo lugar en Elezelles, Bélgica, un brote de botulismo durante una elegía fúnebre. Se cuenta que después de la ceremonia luctuosa se sirvió una merienda cuyo plato fuerte fue un típico jamón salado.

En este brote enfermaron 34 personas. Los síntomas se presentaron después de las primeras 24 horas de la ingestión: tres de los intoxicados fallecieron.

Las pesquisas médicas realizadas a la postre fueron conducidas por el microbiólogo belga Emile van Ermengem, quien descubrió por primera vez el microrganismo causante de la mortífera toxina. Lo llamó Bacillusbotulinus; luego fue renombrado como Clostridiumbotulinum.

Una vez develados los secretos básicos de «la toxina de la salchicha», acecharon las intenciones viles cuando fue vista como posible arma biológica. Entre los tristes pasajes de esta historia está Fort Detrick, un centro creado después de la Segunda Guerra Mundial y localizado en Maryland, Estados Unidos, destinado a la investigación de bacterias y toxinas que podían ser empleadas en la guerra.

En este lugar se logró obtener una toxina botulínica en su forma más pura y cristalina, unida a una fracción bioquímica que la protegía de la digestión intestinal.

Organizado por la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA), es muy posible que desde aquel rincón haya salido el producto que se usaría para asesinar al Comandante en Jefe Fidel Castro, el 18 de marzo del año 1963. La toxina debía echarse a un batido que bebería el líder cubano en la cafetería del Hotel Habana Libre. Solo una casualidad llevó a que no se perpetrara el crimen.

Otras aplicaciones

Con la toxina botulínica no todo fue dañino: después de múltiples investigaciones, la sustancia, ya sintetizada en el laboratorio, se aplicó experimentalmente en humanos en el año 1977 para tratar enfermedades oculares como el estrabismo. A partir de los resultados promisorios de estos estudios se desplegaron disímiles caminos curativos.

Después de más de 20 años de usos terapéuticos, la toxina se aplica satisfactoriamente en otros tratamientos como el blefarospasmo (espasmo de los párpados), el espasmo facial, la distonía cervical (movimientos involuntarios del cuello), la espasticidad muscular, las cefaleas, y la hiperhidrosis (exceso de sudor).

Para sumar curiosidades a esta historia, hay que contar que en el año 1987 ocurrió una serendipia (descubrimiento inesperado cuando se está buscando otra cosa distinta): el oftalmólogo canadiense Jean Carruthers notó que al aplicar la toxina botulínica a uno de sus pacientes para tratar un blefarospasmo, se le alisaban las arrugas de la piel. Junto a su esposa, la dermatóloga Alistair Carruthers, comenzó a utilizar la sustancia con fines estéticos. En 1996 fueron publicados los resultados de una primera investigación.

Como consecuencia de este hallazgo se revolucionó la cosmetología. Hay quienes llegan a aseverar que el bótox (haciendo referencia a la toxina) es hoy el rey de los tratamientos estéticos.

¡Pero cuidado! Ante el intento de contentar a quienes buscan desesperadamente una «perfección física» surgen manos inescrupulosas que no dudan en inyectar bótox y cobrar por un servicio altamente lucrativo. Se dice que hay tantas formas de poner bótox, como médicos y pacientes.

Recordemos que esta toxina es una medicina y ha de tener un control, pues siempre se requerirán médicos expertos e indicaciones bien justificadas. El uso de este fármaco tiene precauciones donde continuamente se sientan sus peligros. Es algo para meditar después de examinar concisamente el voluble derrotero de una toxina que de enfermedad letal pasó a ser arma biológica, remedio útil y, por último, el camino para aparentar lozanía.

Algunas fuentes consultadas

Erbguth FJ. From poison to remedy: the chequered history of botulinum toxin. J Neural Transm. 2008;115: 559-65.

Berry MG, Stanek JJ. Botulinum neurotoxin A: A review. J PlasRecAesthSurg. 2012; 65:1283-91.

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