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La magia de comunicarse

Para «leer» a tu pareja debes cultivar estrategias más allá del razonamiento de lo hablado o la percepción de sus señales físicas, incluidas las que se asocian al sexo

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

La vida decide quién entra, pero tú decides quien se queda.

Anónimo

Algunas personas tienen tanta fe en el amor que llegan a pensar que su pareja tiene poderes síquicos. Sin decir una palabra sobre lo que necesitan, sueñan o desean, esperan que sus fantasías se cumplan al instante de elaborarlas y asumen que complacerles es la mayor dicha del mundo.

A este fenómeno la sicóloga chilena Pilar Sordo lo llama pensamiento mágico y es más frecuente en las mujeres, pero también les pasa a muchos hombres. Lo peor es que cuando la realidad decepciona, tampoco hablan claramente del asunto, sino que reaccionan con cambios de humor, posturas o actitudes… y una vez más hay que adivinar la turbulencia en su mente o en su corazón.

Si la otra persona tiene similar estilo de (in)comunicación, es como habitar planetas diferentes, pues tanto el lenguaje verbal como el corporal dependen de la complicidad afectiva y de un código propio previamente pactado: gestos y expresiones no significan lo mismo para todas las personas en diversas circunstancias.

Y si difícil es adivinar, peor es jugar a los escondidos: hay quien oculta sus emociones y criterios por temor al ridículo, a profundizar el vínculo o a que la otra parte lo subvalore. Una relación de ese tipo es muy desgastante, porque nunca se logra dar nada por sentado y el miedo a fallar paraliza.

Lectura del alma

Para «leer» a tu pareja debes cultivar estrategias más allá del razonamiento de lo hablado o la percepción de sus señales físicas, incluidas las que se asocian al sexo. La milenaria filosofía del Tantra, surgida en la India, propone refinar la intuición emocional, espiritual y ambiental para captar una mejor panorámica del otro en su contexto y, por ende, de sus aspiraciones y necesidades.

Esa capacidad decodificadora descansa en el sexto chakra, el llamado tercer ojo u ojo de la mente (ubicado entre las cejas), pero su éxito depende del fluir de tu energía desde el resto del cuerpo y particularmente desde el quinto chakra, llamado laríngeo o de voz, ubicado a la altura de la garganta, donde se «almacenan» los dones comunicativos.

De nada vale que la piel despierte, el corazón se agite y la mente sueñe, si no aprendemos a comunicar en qué medida ese conjunto de sensaciones (placenteras o molestas) se deben a la acción o la presencia de otro ser, y además calibrar el impacto que en él producen esas emociones.

Aunque suene irónico, es más usual incomunicarse bajo los efectos del amor que del desamor. Cuando la pasión acaba, es fácil encontrar palabras de ruptura, aunque resulten dolorosas. Lo difícil es descubrir el punto medio entre nuestros ideales y lo que la persona real está dispuesta a hacer para ajustarse al rol asignado en esa fantasía.

Al hacerse patentes tales brechas, una unión inmadura puede romperse en dos minutos. Cuando hay experiencia, una de las partes suele proponer tomarse un tiempo, que casi siempre equivale a distancia física, antes de rendirse del todo.

Como estrategia no está mal, siempre que se emplee para reflexionar sobre lo que falta cambiar de nuestro lado, no para torturarnos repasando lo que la otra parte no quiere, no sabe o no puede hacer, como si solo nuestras demandas fueran válidas y eso le obligara a volver porque «nadie va a amarle más que yo».

En cualquier obra social o de la naturaleza (y la pareja humana tiene de ambas), las brechas son oportunidades de paso para la luz, el aire y todo lo que simboliza vida. ¿Por qué no aceptarlas como espacios de individualidad no negociables, al menos en las presentes circunstancias, y regocijarnos con el resto de las líneas en fusión?

El amor auténtico no es intransigente y sobrevive a acuerdos. Si te atrincheras por capricho, espejismo o asidero ante la soledad del alma, difícilmente alguien cambie su vida para llenar tus vacíos a costa de su propia involución espiritual.

Nadie nace el día que empiezan a amarnos, ni renuncia a quien es por arte de magia para encajar en sueños ajenos. Hay lazos previos, proyectos por cumplir, y también logros y heridas restañadas. Eso es lo que somos y desde donde amamos, y es sano compartirlo antes de que nos coloquen el incómodo traje de príncipe o princesa encantada.

Al descifrarnos primero como individuos, ayudamos a evaluar en qué planos de nuestras vidas seremos una comunidad amorosa y en cuáles debemos mantenernos al margen para que cada quien siga el curso de su búsqueda interna y llegue a acuerdos razonables con sus propios fantasmas.

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