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El dilema de Los Mangos

En el barrio Los Mangos, de la ciudad de Matanzas, hace ya décadas que el problema y la obsesión de todos los días se llama agua. Ya sus pobladores están desgastados de tanto tramitar, esperar y hasta suplicar a las instituciones del territorio, sin que se vislumbre una respuesta efectiva y una solución.

En nombre de los vecinos me escribe Nelson Falcón Quintero, residente en la calle 63 número 6120, entre 314 y 318. Y lo hace con ese tono febril de quien ha quemado todas las naves, sin ningún resultado; pero convencido de que está reivindicando el derecho de una colectividad a que se le atienda.

Refiere Nelson que hace años Los Mangos, a pesar de que ha crecido urbanísticamente, no recibe agua potable pues no tiene redes de acueducto, sino que a duras penas recibe el líquido por soluciones, iniciativas e inventos de la propia comunidad, nada seguros y confiables para la salud humana. Y todo ello, a pesar de que a solo 150 metros de sus casas pasa una conductora de agua que bien podría tributarles.

Una parte de las familias recibe la escasa agua que consume de trasmano, por medio de dos tanques inadecuados que, con una débil turbina, insuficiente en potencia, rebombea a una cisterna no menos impropia y peligrosa, la cual, a su vez, tributa con otra débil turbina a esas viviendas.

Según dictámenes de Higiene y Epidemiología Provincial y Municipal, únicas entidades que se han adentrado en el asunto, esa agua es potencialmente peligrosa, pues los tanques están enterrados en un yerbazal, al acceso de personas, animales y los desechos de instalaciones cercanas. No tienen tapas adecuadas y son vulnerables a la entrada de roedores y otros vectores. La improvisada cisterna tampoco tiene las mínimas condiciones higiénicas.

Ya Higiene y Epidemiología prohibió el consumo humano de esa agua, pero es la única que muy escasamente reciben las familias, sin acceso a las redes de acueducto institucionales, y responsabilizadas con los gastos y la atención a ese primitivo sistema de acueducto «por cuenta propia». ¿Qué van a hacer si no arriesgarse ante el olvido? Lo otro es consumir el agua de lluvia, que no posee las normas de seguridad.

El otro grupo de familias depende del suministro de agua por pipas, que está lastrado por todos los inconvenientes mecánicos, de combustible y hasta de disponibilidad técnica, al punto de convertirse en un sucedáneo agónico.

Tanto unas como otras familias consumen un promedio de litros de agua per cápita muy deficitario, por debajo de las normas mínimas; a más de que tanto el servicio de pipas como el sistema improvisado de bombeo implican elevados gastos energéticos.

Los afectados han gestionado reiteradamente con las autoridades de Hidrología y del Gobierno tanto en el municipio como a nivel provincial. Pero no han sido atendidos concretamente, y se sienten «marginados y olvidados». Es un serio dilema: está prohibido consumir esa agua, pero es la única que apenas tienen. Y no pasa nada.

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