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Si los muertos hablaran

El título de hoy lo sugiere la propia lectora que envió la carta-denuncia: Tailyn Castillo Medinilla, residente en calle Novena, sin número, Nuevo Mariel, en la localidad habanera de Mariel.

La lectora asegura que el dramático asunto solo se resolverá si se publica en esta columna, porque ya ha quemado todas las naves de sus gestiones en el territorio, y todo sigue igual:

Refiere que hace dos años exhumó los restos de su padre en el cementerio de esa localidad. Y desde entonces, los mismos andan vagando por un almacén de la propia necrópolis donde se guardan los instrumentos de trabajo y otros recursos.

Precisa que, como su caso, hay sacos con restos de otros exhumados, que se han deteriorado por las filtraciones del local; y lo único que tienen es un papel amarrado con el nombre del fallecido. Con la situación reinante allí, se han mezclado los huesos de unos y otros.

A Tailyn le queda el consuelo de que ella misma se ha encargado con el tiempo de renovar el saco de los restos de su padre, y eso le permite por ahora tenerlos identificados, hasta el día en que pueda protegerlos en un osario.

Aunque ya sean polvo inanimado, los restos de quienes partieron un día son sagrados para los familiares que sobreviven a esos decesos. Y, como tales, deben ser tratados con respeto y dignidad. Al menos, si no hay los osarios adecuados, pueden buscarse alternativas de depósitos fabricados con otros materiales; pero nunca relegarlos a la nada y el deterioro. Es muy triste y es muy grave.

Pero de los abandonos tampoco escapan los vivos. Bien lo sabe Pedro Márquez Robles, vecino de calle Tercera número 1 en el reparto Torre Blanca, de la ciudad de Camagüey; y fresador de los talleres de la Empresa de Servicios Mecánicos Vladimir Ilich Lenin, del Ministerio de la Industria Azucarera.

Señala el lector que en 1992, ese taller pertenecía a la Empresa de Automatización Industrial (EDAI) del MINAZ. Y entonces le asignaron cinco viviendas de bajo costo para trabajadores, que construiría la Empresa de Construcción y Montaje Agroindustrial (ECMAI) del propio Ministerio, con el concurso de los obreros seleccionados por su necesidad habitacional y méritos.

Manos a la obra, y así se concluyeron cuatro de las casas, pero quedó pendiente la de Pedro, que luego de tener la «anilla» la mandaron a demoler porque no poseía las condiciones técnicas para soportar el techo. Y así hasta hoy: allí está el solar inhóspito y desolado.

Pedro ha envejecido en gestiones: con la empresa ejecutora primero, luego, en enero de 1999, la EDAI y la ECMAI se comprometieron a entregar la vivienda ese año. No se cumplió ni se chequeó el cumplimiento.

Ese mismo año, habló con el delegado provincial del MINAZ en el territorio, que delegó en el subdelegado, que a su vez delegó en el jefe del Departamento de Construcción de esa institución.

En febrero de 2002, Pedro volvió a escribir. Y en abril de ese año, fue enviada una carta al delegado del MINAZ en la provincia, solicitándole resolver el problema.

En abril de 2004, argumentó que todas las gestiones habían sido nulas, y sin embargo, esa empresa ejecutora todos los años cumplía sus planes de construcción de nuevas viviendas.

Y con la reestructuración de la industria azucarera, y la consiguiente Tarea Álvaro Reynoso, el taller donde labora Pedro dejó de pertenecer a la EDAI y pasó a la Empresa de Servicios Mecánicos V.I. Lenin que, aunque se subordina al mismo Ministerio, ya no tiene que ver con tal problema.

Resumen: Pedro Márquez Robles se quedó «colgado de la brocha», como se dice en el barrio. «El pasado año estuve seis meses convaleciente por un infarto del miocardio, atendido en el Hospital Militar de esta ciudad, motivado, entre otras cosas, por lo que se sufre cuando uno se ve impotente para resolver sus problemas».

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