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A estas alturas

En pleno siglo XXI, cuando el Hombre ya ha soltado las hojas de parra, y el desnudo hace centurias que retomó el ideal griego de la belleza, un artista del lente, Alain Gutiérrez, lanza un S.O.S. ante el retorno de los oscuros diques del prejuicio y la pudibundez.

Alain labora en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, esa meca de la poesía y la plenitud humana; y reside en el apartamento 49 del Edificio 863, zona 25 del barrio capitalino Alamar. Y tropezó con el peñasco de la pacatería.

Cazador de imágenes insólitas y hermosas, es asiduo cliente de Foto Habana, el laboratorio de impresiones digitales de Tacón 18, La Habana Vieja, el único, según él, que imprime grandes formatos, y con gran calidad; «un tremendo adelanto para los fotógrafos cubanos, que a precios económicos, y legalmente, imprimen sus obras».

Todo se complicó cuando llevó allí unos desnudos artísticos, y el técnico le dijo que no podía imprimírselos, «por orientaciones de arriba». Fue amable, no era su culpa. «Un dolor grande, como cuando se va una novia, me llenó el pecho», confiesa.

«Cuando me explicaron la sinrazón de no poder imprimir mis fotos —precisa— de pronto me vinieron a la mente las fotos de René Peña, Sirenaica Moreira, Salas, Joaquín Blez. Reflexioné que con una directiva así, ya no podremos tener un salón de fotografía erótica, y el género del desnudo estaría desapareciendo del panorama cubano.

¿Habría entonces que buscarse una institución legitimadora de la obra y del artista para imprimirlas? ¿Qué pasará entonces para las generaciones nuevas que están construyendo su obra?», cuestiona el inquieto fotógrafo.

Desnuda sus argumentos: «Ahora, cuando el formato digital se extiende; cuando los rollos fotográficos son casi museables; cuando casi nadie revela e imprime en laboratorios; cuando los ya consagrados fotógrafos cubanos digitalizan sus negativos para integrarse a la modernidad; cuando hay por fin una opción pagable y con calidad para imprimir a gran formato, entonces una absurda directiva frena un género fotográfico».

Se adelanta a los posibles anatemas de los censores: «Cualquiera que conozca un poco de fotografía puede diferenciar entre pornografía y desnudos artísticos, e incluso fotografía erótica. Los impresores de estos laboratorios, la mayoría, son fotógrafos. Ellos pudieran distinguir una intención morbosa, falta de tacto y ofensiva de una de interés artístico. Me parece un paso atrás esa decisión. Quien pierde al final es la cultura cubana».

Y carena en las eternas complejidades que traen las prohibiciones: «¿Qué harán los fotógrafos que trabajan el género? ¿Tendremos que utilizar vías alternativas, léase ilegales, para imprimir este tipo de fotos? ¿O seguirá alguien elaborando directivas para defender la «decencia»? ¿Podría alguien responderme?».

Burocratismo que tú sabes...

No reproduciré, por pudor, los elogios de Miguel Fernández, de calle 138 No. 5715, entre 57 y 59, municipio capitalino de Marianao. Él calibra el sano talante de esta columna, no siempre bien comprendido.

Las historias que se relatan, piensa Miguel, debían avergonzar a más de un funcionario: «En su mayoría, esos criterios no tienen que ver con el período especial, el bloqueo norteamericano, ni la dura situación económica»; sino con ese mal del burocratismo que nos agobia.

Miguel no se queda en la generalización, toca el tema de los trámites en las Direcciones Municipales de la Vivienda:

«He visitado la Dirección Municipal de la Vivienda de Habana del Este en más de diez ocasiones, por un trámite —Certifico de permuta— que no debe demorar más de un mes, según un lindo mural que tienen. Pero ya llevo 69 días esperando por la firma de la directora».

«El abogado que atendió mi solicitud se muere de pena cada vez que me ve. La secretaria ya no puede hacer más, la oficina de trámites tampoco. Siempre es algo distinto. Y el resultado: descontento, impotencia y problemas sin resolver de muchos ciudadanos, que tienen que faltar a su trabajo, dejar de cumplir sus funciones quizá en otras oficinas que atienden a la población, como en mi caso: soy médico, y no tengo otra manera de resolver que no sea ausentándome del trabajo. Es, sin duda, un mecanismo cada vez más diabólico y demoledor».

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