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Que no se repita

«Las obligaciones entre los ciudadanos y el Estado debieran ser recíprocas en prontitud, para que prime el respeto», sentencié aquí el pasado 8 de julio, al comentar la denuncia de Isidro Cedeño sobre lo sufrido por su padre Romárico Cedeño, campesino y septuagenario.

Entonces, Isidro contaba que Romárico, desde 2006, había transferido, mediante contrato de compraventa, la propiedad de su casa al Estado, con un precio legal de tasación de 3 624,53 pesos, en Ramón del Portillo, municipio granmense de Pilón. Más claro: le vendió su casa al Estado, para irse a vivir con Isidro a Guanábana, en Matanzas.

Ya la vivienda estaba habitada por otra familia, y Romárico aún no había podido cobrar lo suyo cuando su hijo me escribió, sin entender tanta demora con su padre.

La respuesta a propósito de José Hilario Rodríguez, director del Sistema de Vivienda en Granma, reconoce la inadmisibilidad de que un proceso investido de las garantías y formalidades exigidas «haya tenido un alcance tan negativo» respecto a los intereses de Romárico. Y lamenta que no se lograra el pago «con la eficacia y responsabilidad que merece el caso», aun cuando los funcionarios que tienen a su cargo la operación financiera fueron notificados oportunamente.

Precisa que en marzo y septiembre de 2007, y en marzo y julio de 2008, conocido dicho impago por las direcciones municipal y provincial de la Vivienda, «fueron emitidos los escritos correspondientes para que se procediera por parte del director de Economía y Planificación del Poder Popular provincial, a la tramitación y consecuente autorización del efectivo».

De ello se infiere, agrega, que la responsabilidad en modo alguno debe imputarse exclusivamente al Sistema de la Vivienda. En ello están implicadas las direcciones municipal y provincial de Finanzas —subordinadas en su conjunto al Consejo de la Administración Provincial—, las que fueron convocadas, a raíz de la denuncia, para que a través de la llamada Cuenta Única se pagara de inmediato.

Explica que así se dejaron las bases para el tratamiento que en lo sucesivo debe darse a estos casos, en aras de evitar molestias en la población. Y agrega que se le solicitó al afectado que se dirigiera a la Dirección Municipal de Finanzas de Pilón, donde se encuentra depositado el efectivo, «para de esta forma poner fin a este lamentable capítulo». Yo agregaría: para que no se repita.

Garantía para los espejuelos

El pasado 15 de junio, Miguel Zaldívar, de Rafael Freyre, provincia de Holguín, refería aquí que el 23 de junio de 2008, en la óptica de Santa Lucía, en su municipio, mandó a hacer unos espejuelos. Y los mismos, dos días después de usarlos, perdieron el aditamento que descansa sobre la nariz.

Miguel retornó a la óptica, para al menos repararlos, pero le manifestaron que no tenían solución, pues se les había partido la base metálica que sostiene el componente roto. El cliente planteó entonces que le reemplazaran la armadura, y le manifestaron que el sistema de ópticas no tiene establecida garantía para ninguno de sus productos. Y a Miguel le parecía injusto.

Ahora responde la doctora Catherine Chibás Pérez, de la Oficina de Atención a la Población de la Dirección Provincial de Salud de Holguín, quien reafirma la historia tal como la narró Miguel, y expone ciertas consideraciones.

«Los espejuelos no tienen garantía —sostiene— pues los mismos constituyen un producto fácilmente manipulable, debido a que su fabricación generalmente es a base de cristal, plástico o metal. En nuestras ópticas se prestan servicios de reparación (excepto soldadura, por falta de equipos para soldar) para dar tratamiento a los defectos posventa que puedan presentarse».

Aclara que, de acuerdo con información brindada por la Directora nacional de Farmacias y Ópticas del Ministerio de Salud Pública, «en la actualidad no hay un procedimiento escrito sobre garantía de las armaduras, el que se está haciendo y saldrá en el 2009. Para los servicios de soldadura que se deben brindar en las ópticas, está contemplada en el plan de 2009 la compra de los equipos para la reparación de las armaduras».

Al final, la propia respuesta refrenda la razón de Miguel.

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