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Carencias y también indisciplinas

Las considerables carencias de transporte, sobre todo entre municipios y localidades que tradicionalmente tuvieron especial trasiego, se agravan mucho más con problemas subjetivos de indisciplina y descontrol. A veces aparece el recurso, quizá un paliativo, y ni así...

Algo de ello hay en la carta de Maricela Martínez, vecina de Sexta avenida Norte número 5, entre Quinta y Séptima del Este, Quemado de Güines, provincia de Villa Clara:

Ella comienza su carta afirmando que leer la sección Acuse de Recibo la ayuda «a militar contra la desesperanza». Y refiere que últimamente ha viajado con frecuencia a la ciudad de Santa Clara, distante 72 kilómetros de su localidad. Constata que hoy Quemado no dispone de medio de transporte para esos fines, en contraste con los años más críticos del período especial, cuando al menos tuvieron los famosos «camellos», que paliaron tantas urgencias.

Como alternativa, la provincia ha recurrido a TRANSCENTRO para facilitar el servicio posible. «Y todo estaría a pedir de boca —dice—, si no fuera por la falta de seriedad y disciplina con que los choferes encargados han asumido esa responsabilidad».

Y ejemplifica: «Hasta último momento, unas tres horas antes, la Terminal de Ómnibus Municipal no puede garantizarles a los viajeros que vayan a mandar una guagua. ¿Por qué? Pues porque sencillamente si los choferes lo estiman conveniente no realizan el viaje, ya sea porque aluden no tener condiciones de alojamiento adecuadas para pasar la noche, cuando deben viajar la madrugada siguiente; o por la mala calidad de la comida... y así una larga cadena de etcéteras. Eso sin contar las dos ocasiones en que se han vendido los pasajes, y a última hora resulta que el ómnibus se encuentra roto y se marcha sin pasajeros».

Maricela no pide soluciones mágicas para la difícil situación del transporte, pero sí que «se asuma con responsabilidad y respeto a los ciudadanos».

Parque prohibitivo

Judith Pantoja es de esos habaneros que tienen la suerte de vivir alrededor del emblemático Parque Maceo, de la capital, una especie de pulmón expansivo en medio de la ruidosa y congestionada Centro Habana.

La lectora, quien reside en Marina 51, entre Jovellar y Hornos, ensalza la reparación capital realizada hace más de tres años por la Oficina del Historiador de la Ciudad, que le devolvió el esplendor a dicho parque y lo ha salvado de tanto vandalismo y destrucción.

Sin embargo, tanto ella como otros vecinos disienten de las medidas y prohibiciones que se han ido tomando en torno al mismo. Plantean esas inquietudes en las asambleas de rendición de cuenta del delegado, y no reciben respuestas.

Aunque para Judith los parques son sitios de esparcimiento, el Maceo «cambió su objeto social, y en estos momentos resulta inaccesible. Si lo visita encontrará en la entrada un cartel que, entre otras prohibiciones, más o menos dice: Se prohíbe entrar con pelotas, entrar con animales, entrar con ropa inadecuada y montar bicicleta».

Significa que el parque está en una zona densamente poblada, donde los edificios carecen en su mayoría de patios y áreas donde niños y adultos puedan disfrutar de esparcimiento al aire libre. «Sin mencionar los horarios —enfatiza—, quisiera que nos dijeran: ¿a qué se va a un parque? Si entrara en las horas del día para solo sentarme, ¿dónde lo haría? Porque en los horarios en que está abierto el sol es agotador. Y si quisiera hacerlo en la noche, el tiempo que tiene un trabajador, está cerrado».

Judith considera que esas disposiciones están condicionando que los niños, por la necesidad que tienen de jugar, lo estén haciendo en la parada frente al parque, en calles y aceras, con riesgo para sus vidas y molestando en esos sitios. Y los ancianos, para coger fresco y conversar, ocupan entonces los bancos de la parada, que están concebidos para los que esperan los ómnibus.

Muchos vecinos que han crecido y vivido por años en esa zona tienen un grato recuerdo del Parque Maceo, afirma Judith, quien teme que, con todas estas medidas, y sin un criterio que armonice el celo por preservarlo con el fin del esparcimiento, habrá generaciones que no disfrutarán esa evocación placentera.

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