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¿Realmente soy necesario?

Es triste que el país haga tantos esfuerzos en la formación de un profesional, para que luego, vaya a saber por qué absurda complacencia, este se encuentre subutilizado en una etapa crucial: la del adiestramiento en su Servicio Social.

Bien lo sabe Orestes Parra Lubín (Alcibíades Blanco 247, San Benito de Mayarí, municipio santiaguero de Segundo Frente), quien recientemente se graduó como ingeniero en Ciencias Informáticas y fue ubicado en la Dirección Municipal de Finanzas y Precios de ese territorio.

Cada mañana Orestes camina desalentado hacia su primer centro de trabajo, cuando debiera estar sorbiendo con fruición la experiencia acumulada y embridar las teorías con la práctica. Él lo define así: «Desde mi llegada he enfrentado la problemática de estar aislado completamente de mi profesión».

Sencillamente allí hay dos computadoras: una para la contabilidad gubernamental y la otra en uso de la secretaria del director. Y el contenido de trabajo que le han asignado a Orestes es imprimir documentos, hacer modelitos y pasar a la PC cuanto documento se genere. El de una secretaria. Y no es que desdeñe esa profesión tan importante, si no que él se preparó durante cinco años de su vida para otros menesteres.

Orestes no se ha cruzado de brazos. Ha planteado y debatido esas insatisfacciones en su colectivo. Y el director le afirma que ellos pidieron un especialista, porque necesitan alguien de nivel superior en la entidad... «Sin contar con que no tienen contenido de trabajo, ni condiciones».

En casa, por las noches, Orestes observa su título colgado en la pared y se deprime. Mil pensamientos se entrecruzan: «A lo peor aconteció mi caso por la falta de comunicación entre directivos, o hacia mi persona. La entidad se siente orgullosa de contar con un ingeniero; pero... ¿De qué orgullo vamos a hablar, si estoy subutilizado? El analfabetismo informático no puede imperar cuando se trabaja tanto hacia el desarrollo. Me exacerba lidiar todos los días con mi situación; solo pido ser útil a la sociedad que me formó, a la Revolución, que le debo todo lo que soy. Y contrasto con mi madre: Licenciada en Biología y profesora de Secundaria Básica. Vanguardia Nacional, con excelentes resultados. Jubilada y volvió a incorporarse, aun con problemas de salud. Mi padre, campesino, mi hermana Licenciada en Enfermería... Mucho ha sido el esfuerzo para que no me faltase nada mientras estudiaba, y hoy tengo que seguir esperando para incluirme en la lista de los que trabajan y aman lo que hacen».

Aun así, desde que llegó al centro el joven pervive «con la más profunda incondicionalidad de ser útil». Y lo describe así: «He ambientado la precaria escena, me he propuesto metas personales en cómo ser útil; pero la disponibilidad de tiempo y PC para esta actividad es nula».

Algunos le aconsejan que se tranquilice y espere los dos años para largarse de allí. Y Orestes, que no puede sumirse en la indiferencia, me confiesa que «lo único que he conseguido es un serio problema de presión arterial que me tiene descompensado, inusual para mis 24 años».

Este recién graduado ha hecho gestiones en las direcciones provincial y municipal de Trabajo y Seguridad Social, en el Gobierno municipal y otras instancias. Conoce la legislación al respecto y constata que, luego de que te ubican para cumplir el Servicio Social, son excesivamente difíciles los procedimientos para lograr un cambio de ubicación. Resultan casi imposibles en la práctica.

«No me queda otra alternativa —consigna— que esperar respuestas y seguir en las mismas condiciones. Cualquiera podría estar de acuerdo en permanecer hasta los 65 años de edad en mi puesto (recibir un salario sin hacer nada, o casi nada). Pero apenas empiezo en esta larga lucha como trabajador, y para mí es desalentador estar así. Antes de graduarme firmé un documento de incondicionalidad —la cual sostengo—, de ir adonde la Revolución me necesite. Pero donde me encuentro... ¿realmente se me necesita?».

Son muy serias las interrogantes que deja esta historia, como para buscarles respuestas a tiempo, en cada hornada de profesionales que se incorporan al trabajo. Tanto esfuerzo del país no puede culminar en frustración.

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