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Cerrar la puerta a los superlistos

Rápida e inteligente. Así fue la actitud de Delia Lázara Díaz García cuando sospechó que había sido engañada. En su carta, publicada aquí el 2 de abril, esta vecina del capitalino municipio de Boyeros daba cuenta de un suceso en la farmacia de la Terminal Nacional de Ómnibus. Buscaba entonces varios medicamentos, entre ellos el meprobamato, recetados por el médico del Ministerio de Economía y Planificación (MEP), lugar donde ella labora.

El galeno había ordenado 20 tabletas del tranquilizante, pero la dependienta le comunicó a Delia que solo podía entregarle diez porque no le quedaban más «en existencia».

La remitente aceptó, pero aplicó una estrategia para comprobar la veracidad del faltante.

Ese mismo día llamó a la farmacia de marras para indagar una vez más por el meprobamato. La misma compañera le contestó que sí había. Al revelar Delia su identidad y recordarle a la interlocutora el hecho de un rato antes, sobrevinieron mil perdones y disculpas «y que fuera a buscar la tira que faltaba, que el administrador había acabado de surtir medicamentos en ese instante».

La maraña se veía —dijimos entonces— «a la cara del cubano». Y así lo confirma la respuesta de las doctoras Nelly Fernández Maffu, vicedirectora general de Salud Pública en Ciudad de La Habana, y Mayda Abeledo Concepción, jefa del Departamento de Atención a la Población de dicha entidad.

Efectivamente —comentan las funcionarias— el vale No. 3194410, de fecha 26 de marzo de 2009, tenía plasmada la cifra de 20 tabletas de meprobamato y «se rebajó en la tarjeta la misma cantidad, siendo incierto que la dependienta despachara el total, al entregar solamente diez tabletas, aun cuando había en existencia el medicamento».

La medida disciplinaria que se aplicó fue separación definitiva del centro «por violación grave de la disciplina laboral prevista en el artículo 11, incisos i), k) del Decreto Ley 176/97.

Explican, además, que se dio respuesta a Delia Lázara y esta quedó conforme.

Agradecemos la enérgica respuesta del MINSAP y esperamos que los mecanismos de trabajo y control en nuestras farmacias impidan futuros casos similares. De lo contrario, de nada servirían las más radicales medidas disciplinarias.

También vale el caso para reiterar que si todos actuamos con la prontitud y agudeza de Delia Lázara, les dejaremos a los pícaros menos espacio para esquilmarnos.

Educarlos

Miguel Guevara Sarmiento (Calle 142, Nro. 4117 e/ 41 y 43, Rpto. Coco Solo, Marianao, Ciudad de La Habana) ya no sabe si clausurar definitivamente su casa o irse a vivir a Marte.

Resulta que junto a su vivienda existe un consultorio del Médico de la Familia al que, desde hace algún tiempo, le quitaron las puertas y ventanas con el objetivo de repararlo. Pero en lo que se espera la reconstrucción, el inmueble ha sido utilizado «por un grupo de jóvenes que juegan pelota contra sus paredes, escandalizando y profiriendo malas palabras a viva voz».

«Ya nos hemos quejado al Presidente del CDR, al delegado del Poder Popular —en cada asamblea—, al Jefe de Sector de la PNR...» Pero nada ha ocurrido.

Y Miguel tiene que permanecer con las ventanas cerradas por el escándalo. Si quiere ver la televisión debe subir el volumen a niveles astronómicos; después de una semana de trabajo le resulta imposible dormir un poco más; y se avergüenza cada vez que recibe a una visita.

«He pensado hasta en permutar, pero tendría que recibir a los posibles permutantes en horas de la madrugada, porque ante semejante situación quién va a intercambiar conmigo»...

¿Es posible que las autoridades y demás habitantes de una localidad no encuentren métodos educativos —a la vez firmes y flexibles— para educar a sus muchachos? ¿Qué podemos esperar mañana si no crecen respetando a quienes les rodean?

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