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Piquera de molestias

El doctor Ramón García Mirás (Calle 84 No. 4113, entre 41 y 43, Marianao, Ciudad de La Habana) y sus vecinos no tienen quien   les resguarde la paz y la tranquilidad. Sencillamente, viven a una cuadra de la Terminal de 84 y 41, desde donde parten autos y camiones con destino a diferentes localidades de la provincia de La Habana.

Manifiesta el remitente que, desde hace unos meses, los autos de alquiler con chapa de la vecina provincia habanera se parquean desde horas tempranas en la mañana en 84 entre 41 y 43. Ocupan toda la cuadra, incluso durante todo el día.

Un ejemplo de lo que sufren en su casa: la hija y el nieto del doctor Ramón duermen en un sofá cama en la sala de la casa. Y el ¡de pie! muy temprano es el ruido de la piquera, incluidos sábados y domingos.

Los vecinos se han quejado en las asambleas de rendición de cuentas, mas parece que el desasosiego de ellos no cuenta. «Prácticamente tenemos que vivir con las puertas cerradas, por el gran trasiego de autos y personas, y la indisciplina que trae: los autos pitando y encendidos, expeliendo gases hacia nuestras casas».

Significa el doctor que se han generado discusiones entre los choferes y los vecinos. «Se nos imposibilita disfrutar de un rato sentados en el portal de la casa para conversar, explica. Los vecinos que tenemos autos no podemos, ni por un minuto, recoger o dejar a nuestros familiares frente a la casa. Se destruyen los jardines, se vierten todo tipo de desechos. Nuestros niños no pueden jugar en la cuadra. No tenemos tranquilidad».

Lo más curioso es que en esa cuadra, a raíz de ciertas gestiones pasadas de los vecinos, hay todavía una señal de No parqueo, que ya semeja una pieza museable.

Es lógico que exista la piquera, pero lo inteligente sería buscarle un emplazamiento alejado de la zona residencial. ¿Es tan difícil? ¿Hasta cuándo las personas sufrirán en la intimidad de su hogar avalanchas impuestas como esta? ¿Quién las protege?

Ozonodulzura

Aunque algunos lectores quisieran siempre ásperas historias, de vez en cuando hay que deslizar delicadezas que nos animen entre tantos contratiempos.

Maritza Romero (Los Mangos 14, entre Calzada de Managua y Pinos, El Retiro-Calvario, Arroyo Naranjo, Ciudad de La Habana) sufrió hace un año la meningoencefalitis bacteriana. Se quedó sin caminar, con parálisis en la mano derecha, y sorda.

Le indicaron un tratamiento de ozono y se presentó con muchas dudas en el Departamento de Ozonoterapia del Hospital Salvador Allende (La Covadonga). Pero la delicadeza y profesionalidad de los miembros de ese colectivo, en especial de las enfermeras Fifí, Luisa y Maritza, fue el alivio mayor para ella y tantas personas que sufren.

«Ojalá y todo el personal de Salud tuviera ese comportamiento, esa dulzura para con sus pacientes», afirma Maritza. Y es muy profundo su deseo. La mayor cura es el cariño.

Universidad nómada

Amparo Pérez (Edificio 207, apto. 15, San Agustín, La Lisa, Ciudad de La Habana), es una señora de 83 años, que hace cinco pasó la Universidad del Adulto Mayor (UAM). Pero jamás ha perdido el vínculo con esa institución, pues «el que lo hace de corazón se envicia con lo que representa».

El problema es que esa UAM no cuenta con un aula para las clases y tiene que vagar de aquí para allá. No hay quien les preste un lugar fijo por dos horas una vez a la semana.

Afirma Amparo que aún así, los veteranos responden con un entusiasmo docente que ya quisieran muchos jóvenes. Pero al final, la Filial 2, Mariana Grajales, de la Universidad del Adulto Mayor, requiere de una solución adulta para tanto peregrinaje.

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