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Discriminado por tatuaje

Lázaro Daniel Morejón Verdecia (Capricho 7710, entre Contratas y Manzano, barrio René Fraga, ciudad de Matanzas) cuenta en su carta que es de profesión cocinero, ama su trabajo, y por distintas razones se le han cerrado las puertas para ejercerlo.

Laboró casi diez años en esa especialidad en el grupo hotelero Gaviota, cinco de ellos como chef, avalado por títulos de la Casa del Chef y del propio grupo Gaviota, que capacitó a maestros cocineros. Y hace casi un año salió de esa cadena hotelera.

Pero ahora ha sido un calvario volver a emplearse en esa profesión que tanto disfruta y emprende con mucho amor y dedicación, a pesar de que el polo turístico de Varadero actualmente necesita fuerza de trabajo, incluidos cocineros, según ha conocido.

Ha intentado retornar a cadenas como Cubanacán e Islazul, pero ha sido rechazado múltiples veces, aún teniendo esas entidades necesidad de personal con experiencia. Y el motivo esgrimido es que sus títulos no son válidos, pues solo aprueban a los graduados de Formatur, aunque no tengan ni un día de experiencia frente a un fogón, enfatiza.

Morejón Verdecia intentó matricularse en Formatur, pues aún está en el rango de edad que exigen. Y una vez más fue rechazado. ¿Motivo? Tatuajes visibles que lleva en su piel.

«Personalmente lo veo como acto de discriminación, manifiesta. Tantos años de experiencia y de amor a ese trabajo no me sirven, y me veo obligado a  buscar otra profesión. ¿Por qué?».

Lamentablemente, quedan obsoletos vestigios  de discriminación basados en prejuicios superficiales sobre estereotipos satanizados en cuanto a la apariencia, que nada tienen que ver con la valía y el buen desempeño de la persona. Lo importante es que sea un buen cocinero, honrado y muy aseado.

La historia me hizo recordar aquellos lejanos tiempos de rechazo al pelo largo y demás apariencias de roqueros. No nos equivoquemos otra vez…

Gratitud

Desde la ciudad de Bayamo, en la provincia de Granma, José Acosta de la Fuente escribe para agradecer de todo corazón  a todos los médicos y personal de enfermería que atendieron a su padre en las salas de Terapia Intensiva y de Cardiología del hospital Carlos Manuel de Céspedes.

Refiere el remitente que su padre estuvo ingresado allí 20 días, tiempo en que ese colectivo de la salud demostró sus altos valores profesionales y humanos con la esmerada atención que le brindaron.

«Demostraron que, como se dice en buen cubano, a pesar de los pesares, con poco se hace mucho; todo está en el esfuerzo y el empeño que se ponga en su trabajo.

«Mi padre, lamentablemente falleció. Pero no tengo quejas del tratamiento por parte de este personal; solo elogios y eterno agradecimiento. Gracias, muchas gracias en nombre mío y de toda la familia», manifiesta finalmente.

Es elocuente que, por encima del dolor, José tenga la sensibilidad y la gratitud, el espíritu de justicia para reconocer todo lo que se hizo para intentar salvar a toda costa la vida de su padre. Eso solo se llama grandeza humana y nobleza, digna correspondencia con el celo y la entereza de nuestro personal de la salud.

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