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Sin casa ni trabajo

Los dolores de cabeza de las familias de menos recursos en Estados Unidos están ahí: casas y trabajo, o mejor dicho, en la falta de recursos para pagarse una vivienda adecuada y la pérdida o la amenaza de quedarse sin trabajo. Pero no se escapan de esa preocupación las de clase media, acogotadas por una recesión que en los años de 2007 al 2010 ha reducido sus ingresos…

El Proyecto de Indicadores de la Fundación del Bienestar de Niños y Jóvenes de la Universidad Duke ha reportado que prácticamente todos los progresos económicos hechos por la familia para su bienestar desde 1975 se han desvanecido a partir del año 2010.

El sistema ha fallado, y la ansiedad y la depresión se sentaron a la mesa del comedor, decía la doctora Peggy Drexler, una psicóloga investigadora, en un artículo que publicó en Huffington Post, donde analizaba la situación, sobre todo en aquellas familias encabezadas por madres solteras, cuando las cosas se han tornado críticas, y son incapaces de resolver la rutina diaria para garantizar el alimento y otras necesidades básicas de las personas a su cargo.

Si han perdido sus hogares y sus trabajos, y sus hijos han tenido que cambiar de escuelas y amigos, hay un quiebre en las condiciones psicológicas, que a menudo se traduce dentro de la familia en abusos o violencia verbal y física. Entonces, la situación empeora con el miedo y la incertidumbre apoderándose de las relaciones, del presente y del futuro. ¿Los grandes afectados?: los niños, cuyas vidas —dice la psicóloga— transcurren en ese fuego cruzado de los cambios en su existencia y el estrés de sus padres.

Un reporte de la Brookings Institution expone ese problema bajo el título de Las Familias de la recesión–Padres desempleados y sus hijos.

Uno de cada nueve menores de edad en EE.UU. tiene un padre desempleado, esto se traduce en 8,1 millones de niños que han experimentado estar sin casa; otro estimado aporta que 3,3 millones de jóvenes, en edades entre los 16 y los 24 años de edad, están ellos mismos desempleados.

Se trata de los muchachos empujados a la pobreza por la crisis económica y entre los impactos que reciben, es especial el de la educación, pues por esa causa un 15 por ciento menos pueden concluir la Enseñanza Media (High school) y un 20 por ciento menos podrán terminar el collage, si se les compara con los no-pobres. Eso los convierte en una generación —la llaman del Milenio— donde asumen forzosamente que «todo lo que viene después es una ilusión —que ha sido construido sobre fundamentos inseguros», al decir de un artículo en USA Today.

La realidad es que esta recesión ha desmoronado dos décadas de bienestar en Estados Unidos, según los datos del Gobierno, y si el índice de pobreza se ha incrementado, también están en declive las familias de la clase media, para las cuales los ingresos se han reducido en un 39 por ciento en los tres años que median entre 2007 y 2010, llevándolos a los índices de 1992.

Por lo tanto, decía The Washington Post, se ha evaporado el progreso acumulado por toda una generación, que ha perdido, en primer lugar, la propiedad de su casa, hasta ahora el emblema del bienestar, y también han tenido que vender el otro artículo de vitrina: el automóvil, mientras les crece la deuda personal. Un daño que para no pocos es, además, irreversible.

Un estudio de la Reserva Federal estadounidense (Fed) encontró que, hoy por hoy, cerca del 11 por ciento de las familias de clase media se demora hasta 60 días en pagar una cuenta cuando en el año 2007 lo hacían en siete días. Están cargando con un mayor número de deudas, pero están haciendo menos dinero cuando sus ingresos se redujeron en esta etapa en el ocho por ciento.

Entonces, la tarea de los psicólogos se multiplica, y difícilmente logren una estabilidad emocional cuando los recursos de los bolsillos no los acompañan. Están sin casa, sin empleo y sin tranquilidad…

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