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Curioso, curioso

El Capitolio Nacional ocupa una superficie techada de 10 839 metros cuadrados y otra descubierta de 1 808. Sus jardines se extienden por un área de 26 500 metros cuadrados.

Se invirtieron en su construcción cinco millones de ladrillos, 3,5 millones de pies de madera y 150 000 barriles de cemento. También 38 000 metros cúbicos de arena y otros 40 000 de piedra picada, 3 500 toneladas de acero-estructura y 2 000 toneladas de cabilla.

Su cúpula se encuentra a 94 metros del nivel de la acera. Más altas que esta, en su estilo, son las de San Pedro, en Roma, y la de San Pablo, en Londres, con 129 y 107 metros de alto, respectivamente.

Refugio No. 1

El edificio de la calle Refugio No. 1, en La Habana, comenzó a construirse con el fin de destinarlo a sede del Gobierno Provincial. Pero Mariana Seba, primera dama de la República entonces, se enamoró del inmueble y convenció a su esposo, el presidente Mario García Menocal, de que el gobierno lo adquiriese para instalar en él la mansión del Ejecutivo. Menocal fue así, en 1920, el primer presidente de la nación que usó de esa edificación. Los mandatarios anteriores —Estrada Palma y José Miguel Gómez— habían utilizado el viejo Palacio de los Capitanes Generales. Desde hace años radica allí el Museo de la Revolución.

En el primer piso se hallaban la mayordomía, la cochera y la sede de la guarnición. En el segundo, las oficinas del presidente, la sala del Consejo de Ministros y el fastuoso Salón de los Espejos, mientras que el tercero era ocupado por las habitaciones privadas del mandatario y su familia. En algún momento hubo que añadirle una cuarta planta que destrozó las líneas del fino remate del edificio. Sus numerosas ventanas, por otra parte, revelan el primitivo destino oficinesco.

Su escalera monumental es de mármol de Carrara. Su esbelta cúpula, inconfundible por sus colores amarillo y azul, tiene pechinas con láminas de oro de 18 kilates. Es muy bella la terraza norte. La fachada se abre a la Avenida de las Misiones, lo que confiere una amplia perspectiva al edificio.

El arquitecto Pedro Martínez Inclán trató, en vano, de definir su estilo. Encontró elementos de la arquitectura alemana del siglo XX, de la española, de la flamenca, del gótico... Y concluyó: «A pesar de sus defectos, que no son pocos, cualquier arquitecto moderno pudiera vanagloriarse de haber sido el autor de una obra que es constructivamente una de las mejores de La Habana».

Cosas que pasan

En el concurso definitivo, convocado en 1943, para seleccionar el proyecto del monumento a Martí en lo que sería la Plaza Cívica (Plaza de la Revolución) resultó premiado el del arquitecto Aquiles Maza y el escultor Juan José Sicre.

Se seleccionó, en segundo lugar, el de los arquitectos Evelio Govantes y Félix Cabarrocas. Ocupó el tercero el de los arquitectos e ingenieros Enrique Luis Varela, Juan Labatut, Raúl Otero y Manuel Tapia Ruano y el escultor Alexander Sambugnac.

Como el monumento que se acometería era el de Maza-Sicre, se sugirió que el proyecto de Govantes-Cabarrocas, muy funcional, se edificase como Biblioteca Nacional, y el de Varela se adaptara para monumento a Carlos Manuel de Céspedes.

Pasaron los años y nada se hizo. En 1952 Batista aseguró que todo se haría como había quedado establecido en el certamen del 43, pero seis semanas después de esa declaración decidió que se erigiera el de Varela, a quien nombró ministro de Obras Públicas. Se violaba así el derecho del arquitecto Maza, porque las bases del concurso establecían la obligatoriedad de llevar a la práctica el proyecto destacado con el primer premio.

Esa violación motivó la protesta del Colegio de Arquitectos en defensa de Maza y Sicre. Pero Sicre aceptó esculpir la estatua sedente del Apóstol que se adicionó al proyecto de Varela, y que originalmente no tenía, y que es la que está en la Plaza.

Por su parte, la Junta de Patronos de la Biblioteca Nacional llevó a la realidad, con fondos propios, el proyecto Govantes-Cabarrocas. Y el único que quedó en el proyecto fue el que resultó premiado en el concurso.

El Martí de la Plaza

Datos que ofrece el historiador Emilio Roig:

El Monumento tiene un diámetro de 78,50 metros y la pirámide es de 27,29 metros en su base, con una altura de 112,07 metros desde la calle hasta la torre de remate.

La altura total, hasta los faros y banderas, es de 141,95 metros sobre el nivel del mar.

Cuenta con un elevador que recorre 90 metros. Y una escalera de 579 escalones.

La pirámide forma una planta de cinco puntas.

La armazón es de hormigón y acero, toda revestida de mármol blanco de Isla de Pinos.

Se emplearon en su construcción: 20 000 metros cúbicos de hormigón, 40 000 quintales de acero y 10 000 toneladas de mármol.

El mirador posibilita un radio de visión de 60 kilómetros.

La estatua de Martí tiene 18 metros de alto y es de mármol de Isla de Pinos.

Los terrenos donde se erige la obra costaron 3 millones de pesos, y el Monumento, 3,5 millones.

Martí aparece sentado, en actitud meditativa, envuelto en los pliegues de su toga.

Otras fuentes conceden al Monumento una altura total de 138,5 metros.

De cualquier forma es el mirador más alto de La Habana.

Palacio de Justicia

El Palacio de la Revolución fue construido originalmente para Palacio de Justicia. Su proyecto arquitectónico es de 1943, pero la edificación no quedó lista hasta 1957.

Tiene una superficie de 72 000 metros cuadrados y ocupa un perímetro de un kilómetro cuadrado. Es un edificio conformado por tres cuerpos unidos entre sí por galerías amplísimas. El cuerpo central se destinó a Tribunal Supremo y a su Fiscalía. El de la derecha, a la Audiencia de La Habana, con su Fiscalía. Y el otro dio albergue a los juzgados municipales de primera instancia y de instrucción, así como al Tribunal Superior Electoral. En la década de los años 60 su interior se modificó sustancialmente a fin de adaptarlo a su nuevo destino. Allí radican el Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el Consejo de Estado y el Consejo de Ministros.

Su fachada principal, con puertas de bronce, tiene una extensión de 350 metros y se accede a esta por una escalinata de mármol de 60 metros de ancho, el doble de la escalinata de la Universidad de La Habana.

Por cierto, la escalinata universitaria tiene 88 escalones, y la del Capitolio, 55.

R con r, carril

La Estación Central de Ferrocarriles, enmarcada por las calles Egido, Desamparados, Factoría y Esperanza, se inauguró el 30 de noviembre de 1912. El bellísimo edificio de estilo ecléctico hizo realidad uno de los anhelos más caros de los habaneros que, desde 1890, batallaban porque se clausurara la Estación de Villanueva, que, enclavada en terrenos que serían después del Capitolio, afeaba el entorno y dificultaba el tránsito en una zona que se iba convirtiendo en la mejor y más apetecida de La Habana.

Detrás de tan justa aspiración, sin embargo, se escondió un turbio negocio, el llamado «chivo» del Arsenal. Para hacer posible la nueva estación ferroviaria, el gobierno entregaba a una compañía extranjera, Ferrocarriles Unidos, los terrenos del Arsenal, propiedad del Estado y valorados en 3,7 millones de pesos, y recibía a cambio los de Villanueva, no adquiridos limpiamente por los Ferrocarriles y que se valoraban en 2,3 millones. El dinero que se movería bajo cuerda empaparía al presidente José Miguel Gómez, apodado Tiburón por el caricaturista Ricardo de la Torriente, y salpicaría a sus conmilitones. Porque José Miguel se «bañaba», pero dejaba siempre agua y jabón para los demás.

A las 2:45 de la tarde de ese día comenzó la ceremonia de inauguración cuando desde Villanueva salió el último tren para hacer el recorrido Ciénaga-Palatino-Jesús del Monte-Hacendados-Elevados de la calle Fábrica-Nueva Estación. En ese momento, Villanueva cerró sus puertas para siempre.

En la nueva terminal los elevados se extendían a lo largo de un kilómetro y el patio de pasajeros y carga ocupaba un área de 14 000 metros cuadrados. Su edificio central, de cuatro plantas y un entresuelo, se destaca por su decoración plateresca. Una de sus torres luce el Escudo nacional; la otra, el Escudo de la ciudad. Llaman la atención en la edificación sus balcones interiores y sus 77 ventanales.

En otra estación ya desactivada, la de Cristina, está instalado el Museo del Ferrocarril. En sus salas, entre otras piezas de alto valor patrimonial, se exhibe la locomotora La Junta. Data de 1843 e inauguró el servicio ferroviario en Matanzas.

Es la más antigua que existe en Cuba y una de las cinco más antiguas del mundo.

El lujo del baño

En las últimas décadas del siglo XIX, La Habana no podía enorgullecerse de un hotel de primera clase, al estilo norteamericano.

El primero de ese tipo fue el hotel Santa Isabel. Su empresario fue el coronel Lay, norteamericano. Lo estableció en un edificio situado al lado de El Templete, en la Plaza de Armas, y poco después conseguía lo que fue el palacio del Conde de Santovenia.

El hotel Santa Isabel se conceptuó como el mejor de la ciudad. Habitaciones grandes y aireadas. Servicio de comidas. Con la ventaja de que allí las señoras que se alojaban fueran atendidas por personas de su sexo; esto es, servicio de camareras, algo desconocido todavía en Cuba. Se hablaba inglés.

Ya en aquel momento los hoteles principales y muchas casas de huéspedes disponían de lo que se llamaba «el lujo del baño». En los hoteles y casas de alquiler de inferior categoría se daba información a los huéspedes sobre los establecimientos públicos donde podrían bañarse al precio de unos 30 centavos.

Las camas de los hoteles, incluso los de primera clase, eran duras y en pocas instalaciones se disponía de colchones. Eran por lo general un simple bastidor de tela cubierto por una sábana de hilo. Las almohadas eran de algodón en rama o fibras de miraguano. Se decía que esos bastidores se inspiraban en nuestro clima por ser mucho más frescos que los colchones de muelle que se usaban ya en EE.UU.

Los mejores hoteles tenían tarifas que oscilaban entre los tres y los cinco pesos al día, con comida, con vino o sin estos. En algunos el vino (catalán y del país) estaba incluido en el precio del servicio. Los hoteles de inferior categoría cobraban dos pesos/día.

Había casas de huéspedes, confortables y con precios moderados: De 35 a 50 pesos al mes por habitación con dos comidas al día. Se alquilaban además habitaciones amuebladas en casas de familia. Por un precio de 30 pesos mensuales, que incluía desayuno.

En 1908, hace ahora cien años, se inauguró el hotel Sevilla. Fue en su tipo la primera instalación de lujo con que contó la Isla.

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