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Tiempos y contratiempos del Gran Teatro (II)

Con el fin de la dominación colonial española se imponía un cambio de nombre. El Gran Teatro de Tacón empezaría a llamarse Gran Teatro Nacional. Pero como apunta el historiador Francisco Rey Alfonso en su Biografía de un coliseo, el nuevo nombre estuvo sujeto durante años a una consideración ambivalente pues, por una razón u otra aun en formulaciones oficiales, lo mismo se le llamaba de esa manera que Teatro Nacional a secas, denominación que terminó por imponerse a partir de 1915, cuando en el portal del nuevo edificio se incrustaron las iniciales TN.

Los herederos del catalán Francisco Marty y Torrens se vieron obligados, en enero de 1899, a deshacerse del teatro y sus dependencias anexas que ocupaban toda la manzana comprendida entre el Paseo del Prado y las calles de Consulado, San Rafael y San José. La propiedad quedó en manos de una empresa norteamericana, la Tacón Realty Company. En 1904, otra empresa estadounidense se interesó por adquirirlo y, en igual fecha, el Centro Gallego de La Habana iniciaba gestiones en el mismo sentido. La Tacón Realty desestimó la primera oferta y entró en conversaciones con la sociedad regional española. Avanzó viento en popa la negociación y el precio de venta se determinó en 450 000 pesos americanos.

En ese punto reaccionó indignada la opinión pública cubana. Pidió al Estado que, por una cuestión de patriotismo, asumiera su papel en el asunto. El Gobierno del presidente Tomás Estrada Palma, presionado de esa manera, decidió hacer uso del derecho de tanteo y creó una comisión que, luego de evaluar el inmueble, fijó su valor en 400 000 pesos. No estuvo de acuerdo la Tacón Realty Company y, aprovechándose del fervor patriótico que despertaba el negocio, pidió al Gobierno 500 000 pesos por el teatro.

Ante tal proceder, algunos políticos sugirieron a Estrada Palma que expropiara el inmueble a título de monumento nacional. Desoyó la petición el Presidente, pero accedió a que, por ley, se adquiriera el teatro y los edificios anexos. Sin embargo, dice Rey Alfonso en su libro aludido, la compra no se realizó nunca y el asunto continuó dando pie a un contrapunteo que, en su desarrollo, no quedó exento de ciertos extremos como el del intento de soborno a Manuel Sanguily para que torpedeara la pretensión del Gobierno y cabildeara a favor del Centro Gallego. En definitiva, los senadores contrarios al proyecto consiguieron convencer a Estrada Palma y el mandatario cedió el derecho de compra a la sociedad regional española.

El 10 de enero de 1906 esa entidad pagaba por el terreno de 4 777,91 metros cuadrados, y por todos los edificios que lo ocupaban, la suma de 525 000 pesos, obtenidos gracias a la venta de una emisión de bonos amortizables en 30 años y con un interés anual del seis por ciento. Por deferencia con el presidente Estrada Palma o en un gesto de delicadeza hacia los cubanos, el teatro no cambiaría de nombre. Seguiría siendo el Teatro Nacional.

Solo que ese nombre que identificaba un establecimiento perteneciente a una entidad extranjera molestaba a muchos. Un periodista que firmaba sus notas y comentarios con el seudónimo de Chroniqueur, escribía en la revista El Fígaro, de La Habana, correspondiente a enero de 1914, que el coliseo poco tenía de Nacional, ya que la nación nada tiene que ver con él. Y aborrecía la que venía estampada en el papel timbrado de la sala: Gran Teatro Nacional del Centro Gallego, y apuntaba al respecto: «Y esta, ¡por Dios!, mucho menos».

La primera piedra 

Al efectuar la compra del Gran Teatro, el Centro Gallego se comprometió a comenzar la edificación de su nuevo palacio social en 1907 y sacó la obra a concurso. Dos proyectos se presentaron al certamen, pero ninguno llenó las expectativas de los promotores y fueron desestimados. Aun así, el 8 de diciembre de 1907 se colocaba la primera piedra del edificio. Una gran fiesta a la que asistieron figuras de la política, la cultura y los negocios y en la que Charles Magoon, jefe del Gobierno interventor norteamericano en la Isla, depositaba sobre una piedra colocada en la esquina de Prado y San José la alegoría esculpida en piedra de Lugo por el artista español Tomás Santoro.

Pasarían, sin embargo, tres años para que comenzara la construcción del nuevo edificio. Porque no fue hasta el 3 de abril de 1910 cuando la directiva gallega aprobó el proyecto definitivo, obra del arquitecto belga Paul Belau, de paso por La Habana, y encomendó su ejecución a la constructora norteamericana Purdy and Henderson que, entre otras obras en la capital, acometería asimismo el Capitolio, el Hotel Nacional y el edificio de oficinas de La Metropolitana. Para entonces se habían demolido los edificios anexos al Gran Teatro y este estaba privado ya de su pórtico, el vestíbulo y los cafés, mientras que el gran salón se mantenía intacto e incluso fue, en 1911, objeto de reformas que comprendieron la reparación del cielo raso y la instalación de nuevos servicios sanitarios, entre otros beneficios. El Gran Teatro Nacional, escribe Francisco Rey Alfonso, siguió en pie ofreciendo los más variados espectáculos incluso en los momentos en que, para llegar hasta su sala, hubo que habilitar un túnel por entre las obras en construcción o abrir una de las puertas de la calle San Rafael para permitir el acceso del público.

A finales de 1913 estuvo listo el palacio social del Centro Gallego y su directiva se trasladó al nuevo edificio desde su antigua sede de Prado y Dragones. Entre las dependencias más significativas del flamante inmueble se encontraban la Caja de Ahorros y el Banco Gallego, el gran salón de fiestas de la tercera planta, la cafetería y las salas de juntas, de billar, de tresillo y de clases. Llegaba así su turno al Gran Teatro, que sería clausurado para poner en marcha las labores de reconstrucción.

Como requisito indispensable para la ejecución de esas reformas, la directiva gallega solicitó a la constructora que la acústica del teatro permaneciera inalterable, dice Rey Alfonso en su Biografía de un coliseo. Esa y otras pretensiones determinaron que cada uno de los pasos que se dieran en el histórico inmueble fuera objeto de análisis y proposiciones por más de un especialista en la materia. En tal sentido, y con el objeto de no separarse del modelo original más de lo estrictamente necesario, se aprovechó todo lo que se pudo de la estructura del Tacón y el ingeniero cubano Benito Lagueruela desempeñó un papel muy destacado en la formulación de esos arreglos. Se tuvo el cuidado de reproducir lo más exactamente posible la planta del salón y se trató de utilizar maderas semejantes a las ya existentes.

El palacio social del Centro Gallego y el Gran Teatro representaron una inversión que sobrepasó los dos millones de pesos. El 27 de marzo de 1915 el alcalde de La Habana, el jefe del Cuerpo de Bomberos, periodistas y representantes de las clases vivas comprobaron la eficacia del sistema contra incendios del edificio, constataron el funcionamiento del alumbrado en el escenario y del telón metálico que, en caso de desastre, lo aislaba de la sala. El salón crecía en 300 capacidades y el lugar de la estrella que había suplantado a la mítica araña lo ocupaba ahora un plafón con varias decenas de bombillas eléctricas. Las lunetas serían desmontables e independientes unas de otras, con asientos mullidos y cómodos respaldos, y los palcos estarían amueblados con seis sillas esmaltadas en blanco. Los nuevos camerinos fueron comparados con habitaciones de hoteles de lujo y el vestíbulo causaba una grata impresión por lo espacioso.

El 22 de abril de 1915, con la puesta de la ópera Aída, de Verdi, a cargo de una compañía del empresario Bracale, se inauguraba el Gran Teatro Nacional. Tres meses después tenía lugar en el nuevo recinto la primera temporada cinematográfica. En esa ocasión comenzó a funcionar un ventilador absorbente que hacía descender a 20 grados la temperatura de la sala.

García Lorca vs. Estrada Palma

Hacia finales de 1933, el empresario de entonces, se obstina, de manera más o menos solapada, en convertir el teatro en una sala de cine. El hombre era del criterio de que las representaciones teatrales ya no interesaban en Cuba. No logró su propósito, pero el intento resurgiría 20 años después cuando se acometieron reparaciones que denotaban a simple vista el marcado interés de sus promotores por las exhibiciones cinematográficas. Protestó la prensa y los más conciliadores aconsejaron a los arrendatarios del teatro que, sin dejar de considerar el cine entre sus planes, se esforzaran por contratar a empresarios cubanos y extranjeros que devolvieran al coliseo su esplendor de siempre.

Cuando el Gran Teatro volvió a abrir sus puertas, luego de aquellas reparaciones, se pudo comprobar que, si bien la caseta de proyecciones cinematográficas había sido dotada de nuevos equipos, la planta de la sala, en forma de herradura, permanecía inalterable. No así el vestíbulo, hasta entonces muy espacioso, que lucía achicado. Y es que se había hecho necesario levantar un conjunto de falsas paredes y estructuras de aluminio y cristal para ocultar el sistema de aire acondicionado. La climatización repercutió sustancialmente en el interior de la sala, dice Rey Alfonso en su Biografía de un coliseo, pues mermó la acústica luego de reconstruirse de hormigón el piso de la platea.

Corría el año de 1955. Desde meses antes había empezado a construirse, en la entonces llamada Plaza Cívica o de la República, actual Plaza de la Revolución José Martí, el edificio que albergaría al Teatro Nacional de Cuba. No podrían existir dos teatros que se llamasen de igual manera en una misma ciudad. Se imponía una nueva denominación para el coliseo de Prado y San Rafael. Se llamaría Teatro Estrada Palma. El cambio ocurrió ya en 1959, el 24 de octubre, fecha en la que entonces se celebraba en Cuba el Día del Periodista. Ese día, en una ceremonia de homenaje a la prensa que promovió la Sección de Inmuebles del Centro Gallego con el apoyo de la Asamblea de Apoderados de la sociedad regional, el escritor Jorge Mañach hizo el panegírico del primer presidente cubano en presencia de sus familiares, directivos gallegos y propietarios y empleados de publicaciones periódicas. Tres días después el nuevo nombre del teatro alcanzaba carácter público al anunciarse en ocasión de la puesta en escena de un espectáculo conformado por Ernesto Lecuona, Esther Borja, Rosa Fornés, Candita Quintana, Alicia Rico y Armando Bianchi.

No por mucho tiempo identificó el nombre de Estrada Palma a nuestro emblemático escenario. El 19 de agosto de 1961, en ocasión del aniversario 25 del asesinato de Federico García Lorca, la Junta Interventora del Centro Gallego daba a conocer que el coliseo llevaría el nombre del poeta granadino. Ahí no paró el asunto. En 1967 se le dio el nombre de Gran Teatro de Ballet y Ópera de Cuba, y diez años después el de Liceo de La Habana Vieja, cuando se rescataron para la cultura los valiosos espacios que fueron parte del palacio social del Centro Gallego. En 1978, el teatro, remozado otra vez con motivo de la celebración en Cuba del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, tenía capacidad para 1 556 personas sentadas.

Nueva Organización

A partir de entonces se buscó una nueva organización de las potencialidades del edificio, rebautizado en 1981 como Complejo Cultural del Gran Teatro García Lorca, sede estable, bajo la dirección general de Alicia Alonso, del Ballet Nacional de Cuba, la Ópera Nacional, el Teatro Lírico Gonzalo Roig, el coro y la orquesta. El desarrollo de esas agrupaciones da lugar a un suceso significativo en la historia del inmueble: todas sus áreas se suman al trabajo cultural. La incorporación de los nuevos locales, apunta el historiador Francisco Rey Alfonso, daba inicio a un proyecto ambicioso e inédito en Cuba. Al teatro, llamado ahora Sala García Lorca, se añadieron las salas Ernesto Lecuona (conciertos) Lezama Lima (conferencias) y Bola de Nieve (actividades musicales) así como otros locales destinados a clases, ensayos, exposiciones...

En junio del 85, ese complejo cultural pasa a denominarse, y siempre bajo la dirección general de Alicia, Gran Teatro de La Habana. Surgen las salas Alejo Carpentier (artes escénicas), Imago (antes visuales) y Artaud (teatro arena), al tiempo que importantes agrupaciones artísticas, como el Ballet Español, Danza Contemporánea y el Ballet de Lizt Alfonso hacen del coliseo su sede. Eventos internacionales tienen su escenario principal en el Gran Teatro (de Tacón, Nacional, de La Habana) que se reafirma como el símbolo por excelencia de las artes escénicas en Cuba.

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