Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lo toma o lo deja

El escribidor lo ha dicho más de una vez. El primer bar que dispuso en Cuba de esa maravilla que es el aire acondicionado, fue el Pan American, en la calle Bernaza número 1 esquina a O’Reilly, en La Habana Vieja. Como la innovación amenazaba con dejar sin clientela a El Floridita, Constantino Ribailagua, su propietario, se vio obligado a hacer lo mismo, aunque a regañadientes, pues prefería el local abierto.

Si el Pan American fue el primer bar cubano dotado de aire acondicionado, el primer establecimiento habanero de su tipo que dispuso del servicio de meseras fue el bar Manzanares, en el cruce de Carlos III e Infanta, toda una novedad entonces.

El lugar había sido una sala de baile, muy frecuentada por el mítico Alberto Yarini, que gustaba asimismo de ir a bailar a La Verbena, en el Marianao de entonces. Con los años, Manzanares se descomercializó como sala de fiestas y su espacio dio asiento a diversos comercios, entre ellos el bar que adoptó el nombre del lugar y que introdujo a las meseras, innovación que no tardó en ser imitada en otras cantinas.

Digamos de paso que camarera y mesera no son exactamente lo mismo. Mesera es la empleada de un bar o centro nocturno que tiene como propósito esencial que el cliente gaste el mayor dinero posible en el establecimiento… Lo acompaña en la mesa, bebe con él, le sigue la conversación y lo hace sentirse importante y escuchado. Luego cliente y mesera pueden compartir la cama o no, pero eso no es lo esencial.

Todavía en 1963 el escribidor vio meseras en algunos bares habaneros.

La mayor armada

La armada británica que en 1762 atacó y tomó La Habana fue la mayor concentración de buques y hombres que hasta entonces había cruzado el Atlántico, asegura Eduardo Torres Cuevas en su Historia de Cuba. La integraron 34 barcos de línea y de carga bajo la conducción del almirante Sir Jorge Pockock, y el ejército de operaciones mandado por el Conde de Albemarle, estaba compuesto por 10 000 hombres de tropa y 8 000 tripulantes. A ellos se sumaban refuerzos de las Trece Colonias y 2 000 peones negros de Jamaica. Más de 20 000 hombres en total.

La iglesia más alta

La parroquia del Sagrado Corazón y San Ignacio de Loyola, la llamada iglesia de los jesuitas o, sencillamente, la iglesia de Reina, emplazada en la calzada de ese nombre esquina a Belascoaín, del más puro estilo gótico, es la más alta de las construcciones religiosas cubanas. Su primera piedra se puso el 7 de agosto de 1914 y quedó inaugurada el 3 de mayo de 1923 luego de ser consagrada por monseñor González Estrada, obispo de La Habana. Se trata de un edificio que resulta importante en la silueta capitalina. Destaca por la esbeltez de su torre, y aquí viene lo interesante ¿Cuál es su verdadera altura?

Algunos refieren que el edificio, con su torre, mide 77 metros, a lo que se suma la cruz de bronce de cuatro metros que lo remata y que le da un alto total de 81 metros. Para otros, es de 74,27 metros la altura real de la edificación, de los cuales más de 50 corresponden a la torre. Pero sea una u otra la cifra real, lo interesante del asunto es que en la construcción de dicha torre no se utilizó una sola cabilla, sino que se hizo de piedra y concreto.

Diez plantas para el Sevilla

La ampliación del hotel Sevilla con el bloque de diez plantas con salida al Paseo del Prado y comunicación con el patio interior de la instalación hotelera, requirió para su construcción del empleo de 1 500 000 ladrillos que se colocaron a razón de 25 000 ladrillos por jornada. El contrato para la edificación de este añadido, que permitió que el hotel Sevilla contara con un total de 300 habitaciones, se firmó el 24 de enero de 1923 y la obra quedó terminada menos de un año después, el 2 de enero de 1924. La planta alta de la edificación la ocupa el Roof Garden, con un espacioso salón, cocina y pantry, en tanto que la planta baja acoge a una decena de establecimientos comerciales.

Escorial de topes de batista

Se cuenta que en los años 30 del siglo pasado, el coronel Fulgencio Batista, entonces jefe del Ejército, hacia una cabalgata por las montañas del Escambray, en Topes de Collante pensó que se trataba de un sitio ideal para la construcción de un hospital antituberculoso. Lo obsesionaba y aterrorizaba la tuberculosis; su madre, muy joven, y dos de sus hermanos, habían sido víctimas de esa enfermedad, la llamada peste blanca, en una época en que no existían las sulfas ni se había descubierto la penicilina.

El propietario de los terrenos los puso a su disposición sin que mediara pago alguno, y el hospital antituberculoso de Topes de Collante comenzó a construirse en 1936, y se inauguró el 9 de mayo de 1954, luego de languidecer durante el período de los gobiernos auténticos de Grau y Prío (1944-1952).

Emplazado sobre una meseta de la finca Itabo, en las montañas del Escambray, a 850 metros de altura, la obra cuenta con 32 000 metros de superficie cubierta y 11 pisos. Tiene 183 metros de frente, 63 metros de fondo y 36 metros de alto. Lo más señalado de la obra, sin embargo, fueron los obstáculos innumerables que tuvieron que vencerse para su construcción. El mayor de esos obstáculos fue la empinada carretera de 23 kilómetros de extensión que se impuso construir, así como toda la infraestructura de albergues, almacenes, agua, electricidad y otras facilidades que hubo que acometer.

Como el edificio requería el empleo de unos seis millones de ladrillos, se construyó un tejar en sus inmediaciones y se abrió una cantera de roca volcánica en la falda de la loma para evitar llevar desde lejos los ladrillos y la piedra. La construcción del sanatorio antituberculoso de Topes de Collantes, que se realizó con estructura de acero, requirió de 2 860 toneladas de vigas, 4 760 toneladas de cemento, 542 toneladas de cabillas, 23 600 metros cúbicos de piedra y 40 000 metros cúbicos de arena.

Alguien la definió como una obra «musolinesca». Se le llamó «El Escorial de Topes de Batista». Apenas funcionó como centro antituberculoso.

Bueyes en el prado

En lo que hoy es el parque América Arias —frente al Memorial Granma—  estuvo instalada la estación del ferrocarril urbano cuyos trenes transportaban pasajeros hasta el Vedado. Donde después se construyó el hotel Sevilla, hubo un almacén de madera. Tres de esos establecimientos se asentaban sobre el Paseo del Prado y por esa misma calle sacaban su mercancía en carretas tiradas por bueyes.

Durante esa época, el necrocomio de La Habana —lo que hoy sería el Instituto de Medicina Legal— se hallaba en la esquina de Zulueta y Cárcel y por ahí se entraba también a los fosos municipales.

En el necrocomio, durante la Guerra de Independencia, se velaron los restos del coronel mambí Néstor Aranguren, y en 1906 los del general Quintín Banderas, muerto durante la llamada Guerrita de agosto que encabezaron los liberales contra el presidente Tomás Estrada Palma.

En esa época, los trajes para caballeros, de alpaca negra y azul, se vendían en 16,80 pesos oro español, y los de dril blanco en 8,50 pesos oro, mientras que un restaurante del Paseo del Prado ofrecía un menú compuesto por consomé, huevos a la turca, filete de pargo gratinado, riñones furbilete, frutas varias, pan y café, por 80 centavos.

En esa fecha no existía aún la moneda cubana y circulaban en el país las monedas norteamericana, española y francesa. Un centén español equivalía a 5, 63 pesos plata, en tanto el luis francés era a 4,51, más o menos, pues había que estar al tanto del cambio del día, que se publicaba en los periódicos.

Helicópteros

Si oye decir que hubo en La Habana una terminal de helicópteros, no lo ponga en duda… A mediados de los años 50, en una burda maniobra especulativa, se demolió el viejo convento de Santo Domingo, de enorme valor histórico, para construir un edificio de oficinas donde también funcionaría la terminal de helicópteros de La Habana. Las protestas de Emilio Roig, entonces historiador de la ciudad, y de otros intelectuales e instituciones de la época, no lograron impedir aquella arbitrariedad.

En ese sitio, toda la manzana que enmarcan las calles de Obispo y O’Reilly, San Ignacio y Mercaderes, mantuvo abiertas sus puertas la Universidad de La Habana desde su fundación, en 1728, hasta su traslado a la loma de Aróstegui, su emplazamiento actual, a comienzos del siglo XX.

Otras entidades ya le habían echado el ojo a aquella manzana. El Banco Nacional quiso edificar su sede en ese terreno, y con ese fin lo adquirió en 1951 por 323 956 pesos. Lo traspasó a Terminal de Helicópteros S. A. ,que acometería un edificio con todas las de la ley, con una inversión de más de dos millones de pesos, pero que desentonaba en su contexto.

La terminal, hasta donde sé, no funcionó. El edificio mismo estaba inconcluso al triunfar la Revolución y el presidente de la sociedad, el ruso Vladimir M. Kresin, murió de un infarto el 18 de enero del propio año 1959. El Gobierno Revolucionario destinó el inmueble al Ministerio de Hacienda y luego se instaló allí el Ministerio de Educación, hasta que la Oficina del Historiador de la Ciudad logró recuperarlo para instalar la Universidad de San Jerónimo y las sedes de las academias de Historia y de la Lengua, entre otras dependencias.

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