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La masacre de 1912: memorias del olvido

Se requiere de nuevas y profundas investigaciones que pongan al descubierto aristas desconocidas de la masacre de 1912 contra los integrantes del Partido Independiente de Color

Autor:

Daisy Rubiera Castillo

Juan Mata Vinent, un anciano que a los 90 años, allá, en su humildísima casita del poblado del entronque de El Desengaño, municipio de Songo La Maya, me narró sus recuerdos de los hechos ocurridos en 1912 contra los miembros y simpatizantes o no del Partido Independiente de Color. En aquella ocasión, noviembre de 1996, entre otras cosas me dijo:

«Sobre la guerra de los negros, recuerdo que corrí mucho y me e’condía entre los matojos, porque los guardias mataban to’ lo que fuera negro. Recuerdo que traían a los negros en fila, amarra’o, muchos, muchos, en cantidad y lo’ mataban y lo’ tiraban en un “cañaón” y le’ echaban gasolina y le daban candela. Alguno caía vivo todavía, pero lo quemaban también.

«Mi mamá pa’ salvarnos hizo un hoyo pa’ meterno’ adentro y nos taparon con basura pa’ que no nos encontraran. Éramo’ tre’. El ma’ grande abajo, el mediano en el medio y yo arriba, por eso podía mirar entre la basura.

«(…) ahí estaban las tropas y comenzaron a matar cristiano, a matar cristiano. No podían ver a un hombre que fuera negro que no lo mataran, aunque no estuvieran alzao’. To’ el mundo cayó, murieron como un millón.

«A mi papá y a mi tío lo’ mataron como a perros. Mi tío no e’taba en na’, mi papá sí. Y mi mamá se salvó porque era una “jutía de monte”, ella le supo jugar la cabeza a la guardia rural».

Recuerdos guardados en su memoria, pues como bien me dijo: «(…) Mira, compañera, esa guerra fue una cosa vandálica. Nunca he hablado de e’to con nadie. Porque nunca me preguntaron, pero en verdá’ porque siempre tuve miedo de que apareciera alguno de aquello’ matones y acabaran conmigo».

Miedo que devino en el olvido histórico «decretado» por el poder político como vía de ocultamiento de su responsabilidad ante tamaño y vergonzoso crimen. Miedo de los hombres y mujeres negros de contar su propia historia. Miedo que abarcó también a los que escribieron la historia en aquellos momentos que los condujo a excluir, silenciar, ocultar, que nos impide al (re)visitar la historia encontrar lo que la memoria nos pudo brindar, independientemente, de sus complicaciones en relación con la verdad, como también la tiene la información escrita en periódicos, revistas y libros.

Miedo, que siempre tuvo un apellido, al negro, a lo que agrego, a la negra, desterrando al olvido el aporte de su pensamiento, su voluntad de luchar y su accionar político en contra de la explotación e inequidad de derechos, y del dedo acusatorio ante la respuesta brutal de su intento de organización y resistencia, entre mayo y junio de 1912. Miedo que no pudo impedir que de vez en vez, la memoria social se encargara de recordar como una denuncia, cuando se cantaba: «¡Ay! José Miguel, por qué mataste tantos negros inocentes».

Los textos relacionados con aquellos acontecimientos, son como un baúl abierto en el que cada autor fue guardando sus interpretaciones de aquellos hechos. En ellos se ha tratado de desentrañar en busca de la verdad, sus manifestaciones más generales y particulares. Pero lo mucho o lo poco que se nos ofrece, requiere de nuevas y profundas investigaciones que pongan al descubierto las aristas desconocidas y lleve a un consenso con las que han propiciado un debate.

No nos desgastemos haciéndonos críticas los unos a los otros, aunemos criterios y esfuerzos, para liberar nuestra historia de aquellas debilidades. Quedan muchos aspectos por desentrañar, entre ellos: ¿Cuáles fueron las reales intenciones de los Estados Unidos al legalizar el Partido Independiente de Color, en momentos en que en su país era inimaginable una organización como aquella?, o ¿seguimos arrastrando alguno de los motivos que llevaron a la fundación del Partido Independiente de Color?

Reconstruir aquella parte de nuestra historia sin omisiones, sin reproducción de criterios basados en estudios incompletos o aquellos que en los momentos en que fueron escritos llegaron a un límite y requieren ser continuados, sin el enfoque tradicional de la cultura eminentemente blanca, es una urgente necesidad, para ofrecer una perspectiva más completa de aquellos hechos, que desentrañe el profundo dolor de quienes durante mucho tiempo perdieron las esperanzas de ver realizados los sueños por los que tanta sangre fue derramada.

Desterremos los silencios para evitar en la Cuba de hoy expresiones tan parecidas a la de Juan Mata Vinent en aquella conversación cuando me dijo: «(…) porque mira, negro siempre será negro, digan lo que digan y pase lo que pase, si no, mire a su derredor, nosotros siempre somos lo’ ma’ jodi’o, lo’ que no tenemos na’. Así fue y así parece que va a ser siempre».

Saquemos de la mente de muchos de nuestros ancianos y ancianas negros el peso de una culpa que no les corresponde, por el contrario, del que fueron víctimas, y no lo reconocen así. Como por ejemplo Juan Antonio Columbié Rodríguez, fallecido historiador del municipio Songo La Maya, cuando lo entrevisté en 1996 y me dijo:

«Las personas mayores tenemos que cargar con la culpa de haber ocultado la historia, por temor o por lo que fuera, pero no fuimos capaces de transmitir la verdad de aquella masacre a las nuevas generaciones, quizá por eso se desconoce tanto de los sacrificios de los negros por no querer que se nos discriminara como aún se nos hace, aunque el Gobierno revolucionario trata de evitarlo, pero aún no lo ha logrado».

Trabajemos, entonces, con profundidad. Rescatemos para las nuevas generaciones la historia de la afrocubanidad, en el logro de la plena igualdad, la verdadera justicia social a que todos y todas nos compromete nuestro proyecto social como contribución a la construcción de un socialismo justo e inclusivo y «(…) En ese sentido ¡queda mucho por hacer!», como planteó Reyita1, otra testigo de aquella masacre.

1 María de los Reyes Castillo, protagonista del libro Reyita, sencillamente. Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2011, p. 25.

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