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La aldea escondida (+ Fotos)

Sumergido a lo largo de una playa, el asentamiento aborigen encontrado al norte de Ciego de Ávila, comienza a cambiar las coordenadas del pasado de Cuba antes de la llegada de los españoles al llamado Nuevo Mundo

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

PUNTA ALEGRE, CHAMBAS, Ciego de Ávila.— Al parecer ocurrió por un designio de los dioses. Quizá Mabuya, la deidad de los taínos —dueña de los peligros y los huracanes—, decidió lanzar los vientos hacia ese tramo de la costa y levantar el manto que ocultaba el misterio de sus hijos. Pero eso todavía estaba por conocerse.

El caso es que, al anunciarse el paso del huracán Kate (1985), los pescadores del poblado de Punta Alegre se guarecieron la noche entera en sus casas, con el ruido del viento y la lluvia y el sonido sordo del mar enfurecido. Al amanecer, entre los destrozos, había una noticia.

Dos amigos pescadores, Nelson Rodríguez Torna y Pedro Guerra Arche, recuerdan los comentarios entre los ajetreos de la recuperación: «Dijeron que por allá, por el lado de Los Buchillones, se había roto un dique; y que el agua y el viento habían raspado los árboles y el fango. Dijeron también que la crecida sacó un montón de cosas de madera, y ahí nos fuimos nosotros dos para ver aquello».

En una laguna, entre el fango y los mangles derribados, Nelson y Pedrito buscaron para toparse con fragmentos de piezas de madera, que iban desde lo que podían ser trozos de bandejas hasta bastones, mangos de hacha y piezas talladas. La sospecha se verificó.

«Por esa zona siempre aparecía algo raro y la gente decía que podían ser objetos de «los indios» —cuenta Nelson—. Un vecino de acá, Serafín Córdoba, un día se encontró una espátula vómica, de las que se usaban para vomitar en las ceremonias religiosas. Luego se formó un círculo de interés, los muchachos buscábamos cosas hasta que apareció el Kate, y Pedrito y yo empezamos a revisar y encontramos todas esas cosas de madera. No fue casual, se lo aseguramos; sabíamos que allí había algo».

Cuando vieron que fuera del agua los objetos se deterioraban con rapidez, empezaron a sumergirlos dentro de recipientes. Así relataron del hallazgo, pero nadie les creía. Algunos se sonreían y otros los miraban con condescendencia.

Todo parecía volver al olvido. Hasta que en 1994, después de años de insistencia, las pruebas de laboratorio hicieron que los arqueólogos se miraran con asombro. Los objetos no eran restos de madera derribados por el viento ni arrastrados por las crecidas, ni tampoco reproducciones surgidas de una imaginación frondosa. Eran auténticas piezas aborígenes y en una cantidad jamás encontrada en Cuba. El misterio de Los Buchillones comenzaba. Los dioses habían roto el silencio.

En el mar está la clave

«Es que al principio era difícil de creer», comenta el doctor Jorge Calvera Rosés, director general por la parte cubana del Proyecto Arqueológico de Los Buchillones, adscrito al Centro de Investigaciones de Ecosistemas Costeros (CIEC) de Cayo Coco, perteneciente al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma).

De acuerdo con los informes de los investigadores, Los Buchillones se habían explorado desde la década de 1940 por los integrantes de Canoabo, un grupo de aficionados a la arqueología de la ciudad de Morón, quienes hicieron los primeros reportes. Luego, sucesivas expediciones, fundamentalmente a lo largo de la década de los 80, permitieron recuperar cientos de piezas y establecer que en la zona existió un asentamiento de taínos o agroceramistas con carácter permanente.

«Hasta que llegaron Nelson y Pedrito no habían aparecido objetos de madera, y mucho menos con el grado de conservación que tenían —cuenta Calvera—. Parecían acabados de hacer; eso nunca antes había aparecido de esa manera en Cuba. Ahí se acabó la idea de que en el lugar no aparecería nada más».

Aunque los asombros estaban por comenzar. El estudio de la madera, realizado por la doctora Raquel Carreras Rivery, del gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, precisó, entre otros elementos, que entre los tipos de árbol empleados por los aborígenes predominaban el guayacán, la caoba y el jiquí, y que los niveles de elaboración respondían a una comunidad muy desarrollada de agroceramistas.

Uno de los sobresaltos grandes —y que aún persiste— apareció con los estudios radiocarbónicos. A partir de un convenio con el Citma, arqueólogos del Museo Real de Ontario, en Canadá, tomaron una muestra de diez piezas y las sometieron a análisis. El resultado fue que el asentamiento aborigen en Los Buchillones se desarrolló durante 400 años, desde el siglo XIII hasta el XVII, cuando ya la conquista de Cuba por los españoles se consideraba concluida y todas las poblaciones indias habían sido subyugadas.

Posteriores expediciones, sobre todo en 1998, permitieron localizar los primeros restos de viviendas: un bohío de forma circular, en una zona compuesta por la costa, una franja de arena y la laguna. Los arqueólogos empezaban a preguntarse si realmente lo encontrado allí eran viviendas aisladas o una aldea.

Miraban hacia la playa y se preguntaban cómo eran las construcciones fuera de tierra. ¿Existían, realmente? En 2004 apareció la respuesta. El doctor David Pendergast, del Instituto de Arqueología de la Universidad Colegio de Londres y director del proyecto por la parte extranjera, y el doctor Calvera propusieron la construcción de un dique circular en una de las zonas donde se sospechaba la existencia de viviendas.

Al dique se le extraería el agua con motobombas y los investigadores podrían explorar el lecho de la costa. Las labores fueron arduas; aunque al final de varios días de trabajo, en febrero de 2004 y bajo el rigor del frío, el sol y los mosquitos de la costa, unos pilotes inmensos de madera fueron desenterrados a pura fuerza del fondo de la playa. Esa fue la noticia. En Los Buchillones, lo que en verdad existió, fue una gran aldea taína.

Décadas por llegar

«¡Esto es impactante!», exclamó el doctor David Pendergast ante el descubrimiento. «No hay ningún lugar dentro de las Antillas en el que se haya podido rescatar la estructura de una vivienda aborigen antes de la llegada de Colón. Lo único encontrado han sido huellas, ¿pero casas?, ¿con sus estructuras de madera?».

¿Qué tamaño tenía la aldea? ¿Hasta dónde llegarán los hallazgos de las viviendas taínas? Esas son algunas de las interrogantes que comparten los investigadores sobre el Área Arqueológica de Los Buchillones, la cual se encuentra compuesta por dos sitios: Los Buchillones, en tierra firme y donde aparecieron los restos de un enterramiento aborigen, y el de la Laguna, zona en la que se hallaron las viviendas y la mayoría de los objetos de madera.

«Hoy la zona de estudio posee 1 500 metros de largo y por la playa, si se recorre en bote, se pueden ver unos pequeños montoncitos en el fondo. Cada vez que se exploró una de esas formaciones se sacó una casa, y esos montoncitos se salen de la zona de los hallazgos y llegan casi a las inmediaciones del pueblo de Punta Alegre», advierte el máster Lázaro Calvo Iglesias, especialista del Centro de Investigaciones del Área Arqueológica de Los Buchillones, perteneciente al CIEC de Cayo Coco.

Además de cumplir funciones en el monitoreo de las cosas y los efectos del cambio climático en la zona, esta instalación, construida en 2010, será el recinto donde se estudiarán las piezas encontradas y la base donde los investigadores pernoctarán para las excavaciones en el área. También, dentro de las aspiraciones del Citma en Ciego de Ávila, se incluye convertirla en una escuela para la formación de arqueólogos avileños.

No es para menos, pues todos los pronósticos indican que tomará décadas conocer realmente la magnitud de ese sitio y lo que está escondido bajo tierra. Ya desde la confirmación de la presencia de la aldea, los investigadores recorrieron los cayos frente a Punta Alegre y confirmaron que una serie de sitios localizados en los islotes eran en verdad paraderos o puntos de estadía de los taínos de Los Buchillones en sus expediciones de caza y pesca, junto a la demostración —mediante un recorrido en kayak— de la capacidad de navegación de esos aborígenes.

«Es difícil calcular cuánto tiempo demorarán los trabajos allí; todavía sabemos poco del sitio y es muy difícil excavar por la presencia del mar y el tipo de sedimento de la zona», apunta el doctor Roberto Valcárcel Rojas, investigador auxiliar del Departamento Centro Oriental de Arqueología del Citma en Holguín, quien ha desempeñado un papel importante en los estudios.

«Los Buchillones se deben proteger con su entorno natural —insiste— y eso se logra con la comunidad que allí vive. Sus habitantes deben participar de la preservación del área; eso es muy importante. Por supuesto, un manejo adecuado implicará décadas. Desconozco cuántas, pero nunca serían pocas si el trabajo se hace bajo los estándares internacionales y con las técnicas adecuadas. A partir de lo que se ha excavado, la tendencia correcta sería hacer prospecciones más lentas y detalladas para recuperar una mayor información y preservar mejor los materiales, que ha sido un gran problema».

La historia se mueve

Hasta ahora en Los Buchillones se han recuperado más de 2 000 piezas, que abarcan desde estructuras de viviendas hasta dujos o asientos ceremoniales, ídolos, vasijas, azagayas, mangos de hachas, canoas, perforadores, agujetas y otras muchas herramientas y artefactos con un alto nivel de elaboración y preservación al momento de ser exhumados. Su número supera ampliamente los objetos de las culturas agroalfareras localizadas en un solo sitio en Cuba y en todo el Caribe insular.

A ello se le unen las casas. De acuerdo con el inventario hecho, entre 1997 y 2004 se descubrieron 11 viviendas aborígenes de distintas formas junto a restos de otras construcciones, cuyo tipo no se pudo definir. Hasta ese momento la información sobre los tamaños, tipo de material empleado y técnicas de construcción de las moradas de los taínos solo eran referenciados por los cronistas o, en el caso de Cuba, en las huellas dejadas por los postes.

Sin embargo, una de las mayores dificultades ha sido la preservación de los hallazgos. Por ahora las técnicas usadas no han dado resultados y numerosas piezas, una vez extraídas del fango y del agua, se han deteriorado. De acuerdo con el doctor Calvera Rosés, una de las causas por la que los objetos aborígenes han llegado a nuestros días es la concentración de azufre en el lodo de Los Buchillones, lo cual inhibe el desarrollo de hongos, bacterias y otros organismos biológicos sobre las piezas.

De ahí la decisión del equipo de investigadores de no extraer más objetos hasta no contar con un método adecuado de conservación. No obstante los estudios continuarán. Hoy una parte de las indagaciones se dedica a evaluar las piezas de Los Buchillones.

Su examen ha empezado a cambiar muchos de los criterios que existían sobre las comunidades agroalfareras en Cuba; pero ¿hasta qué punto? ¿En qué medida el pasado del país será distinto a partir de lo que se descubra en ese litoral?

Los arqueólogos son cautos y solo hablan a través de las evidencias. No obstante, en lo que sí coinciden los investigadores consultados es en que, a partir de lo descubierto en Los Buchillones, se puede afirmar que las culturas taínas de la isla eran más complejas de lo que se creía e incluso sus grupos más avanzados pudieron poblar otras regiones y no solo la oriental, como tradicionalmente se pensó.

Para el doctor Valcárcel, lo descubierto en el lugar ofrece indicios únicos para recuperar detalles de la vida indígena y su ambiente, advierte sobre la posible existencia de sitios similares, unido a la certeza que aporta de que el mundo de los grupos agroceramistas era más rico, a partir del grado de elaboración de los objetos y figuras labradas en las piezas de madera.

Para el máster Juan E. Jardines Macías, investigador auxiliar del Departamento de Arqueología del Centro de Investigaciones y Servicios Ambientales y Tecnológicos del Citma en Holguín, quien ha participado en excavaciones en 30 sitios aborígenes de Cuba, la evaluación de los objetos revela que esa comunidad contaba con una complejidad social hasta ahora no registrada en un asentamiento taíno del centro del país.

«El estudio de las piezas revela que Los Buchillones era una sociedad fuerte, capaz de organizar acciones laborales con participación de grandes grupos de personas —señala—. Antes de esos hallazgos se pensaba que las comunidades taínas más desarrolladas eran las del oriente de Cuba, y ya vemos que no fue así. Si a estos resultados se añade que la parte excavada del área es aún relativamente muy pequeña, entonces debe esperarse que los futuros trabajos de investigación en el sitio aporten un conocimiento insospechado y colecciones tan o más valiosas que las descubiertas hasta ahora».

Los caciques despiertan

Entre las novedades de Los Buchillones existe una que levanta suspicacias. ¿Existieron en Cuba los cacicazgos? Durante la conquista, los españoles ubicaron varios territorios regentados por caciques. No obstante, la arqueología en Cuba ha sido recelosa al afirmar la existencia de cacicazgos en el archipiélago.

Hubo períodos, incluso, en que se refutó por completo esa idea, como lo hizo el doctor Ernesto Tabío, uno de los arqueólogos más destacados, ante la ausencia de indicios. Aunque en los últimos años han existido posiciones más cercanas a esa idea, aún las dudas persisten y se sugiere realizar un mayor estudio de las evidencias.

El doctor Jorge Calvera Rosés afirma, sin embargo, que el grupo de aldeas taínas cuyos restos se encontraron entre Los Buchillones; la zona de Cunagua, en el municipio avileño de Bolivia, Caonao —al norte entre Ciego de Ávila y Camagüey—, y la zona de la Sierra de Cubitas debieron estar organizadas en cacicazgos.

«Debía existir un orden que permitiera a comunidades tan cercanas, que compartían las mismas tierras y brazos de mar, convivir a lo largo del tiempo sin destruirse; de lo contrario no se podrían encontrar los indicios que apuntan a una coexistencia entre ellas», apunta el investigador.

Entre las evidencias, estudiadas durante 35 años por Calvera, el investigador menciona la similitud de las piezas de cerámica que indican la pertenencia a una misma variante cultural, la proximidad geográfica entre los asentamientos y la capacidad de movilidad que debieron tener sus habitantes, demostrada cuando tuvo lugar el hallazgo de los paraderos de caza y pesca de los taínos de Los Buchillones.

«Un cacicazgo era un grupo de aldeas que compartieron un mismo espacio en un mismo tiempo, y que se agruparon por determinados intereses —apunta—. Cada aldea tenía su jefe; pero, a su vez, todas esas aldeas estaban dirigidas por un jefe o cacique principal.

«Por eso, en mi opinión, es importante señalar tres características para que se diera un asentamiento de esta naturaleza. Primero, varias aldeas agrupadas. Segundo, que sus casas y zonas de cultivo, de caza y pesca estuvieran cercanas y coexistieran en una misma fecha. Y tercero: intereses comunes para unirse, porque de lo contrario irían a la guerra».

Según el testimonio de los cronistas, en especial las versiones del fray Bartolomé de las Casas, los indios podían enfrentarse entre ellos por tres motivos: por la negativa de un cacique de concederle esposa a otro, por invasión de los terrenos de caza y por penetración indebida en los territorios de pesca.

«Si se analiza el espacio que compartían —dice Calvera—, nos damos cuenta de que, inevitablemente, los taínos de una aldea tenían que adentrarse en los terrenos de otra. Además, compartían un mismo brazo de mar. ¿Cómo se lograba una coexistencia? Esa es una de las preguntas que nos hace pensar no solo en una confederación de aldeas, sino también sospechar de la existencia de una unión de cacicazgos taínos. Pero esto último hay que meditarlo».

Existen otras evidencias que refuerzan en el doctor Calvera la idea de los cacicazgos. De acuerdo con los estudios en otras comunidades de América, los asentamientos regidos por caciques obedecían a comunidades con un alto grado de desarrollo, que ya superaban los lazos primarios de la familia, propio de una comunidad gentilicia. En Cuba se pensó que ese era el estado de las comunidades agroalfareras, los grupos más desarrollados entre nuestros aborígenes. Pero lo aparecido en Los Buchillones propicia otro apretón de tuerca.

«La comparación de las evidencias en cuatro áreas —Los Buchillones, Cunagua, Caonao y Sierra de Cubitas— indica que no eran comunidades tan atrasadas. Por el análisis de las habitaciones encontradas cerca de Punta Alegre se conoce que los indios vivían en casas de carácter comunal: muchos miembros de una sola familia.

«No obstante esa comunidad se estaba descomponiendo; ya existía una división del trabajo. Es lo que indican el grado de elaboración de las piezas de Los Buchillones, las pinturas en las cuevas de Sierra de Cubitas y los artefactos encontrados entre Cunagua y Caonao. No podían hacerlos aficionados, sino individuos con un grado de especialización. Así estaban cuando llegaron los españoles. Y eso es lo que están indicando Los Buchillones».

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