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El orden baña los asentamientos costeros

A la tierra se la está «comiendo» el mar. Las medidas para adaptarnos a las consecuencias del cambio climático van arrojando resultados. Hace falta más compromiso de la gente y también mayor creatividad y flexibilidad de las autoridades

Autor:

René Tamayo León

De no aplicarse medidas de adaptación acertadas, para el año 2050 el ascenso del nivel medio del mar provocaría que este cubriera los territorios donde hoy se localizan 14 asentamientos humanos costeros, además de afectar de forma parcial terrenos que abrigan a otros cien pueblos y ciudades cubanas.

Entre los lugares que dejarán de existir tal como son hoy, debido a la inundación permanente, están los que dan cobijo a los pequeños poblados de Playa Majana, Guanímar y Playa Cajío, pintorescos balnearios sureños de la actual provincia de Artemisa.

Por Majana y Cajío anduvo días atrás JR, acompañando el trabajo de especialistas de las direcciones provincial y municipal de Planificación Física de Artemisa y de la Dirección de Inspección Estatal del Instituto de Planificación Física (IPF), entidad que recientemente realizó una acuciosa indagación por zonas costeras y playas de los litorales norte y sur de las provincias de Mayabeque, La Habana y Artemisa.

Según observaron estos reporteros en Playa Majana, la aplicación de lo establecido por el Decreto Ley 212, sobre la gestión de las zonas costeras (que ha adquirido vigor a partir de 2013, bajo la «batuta» del IPF) está generando un panorama cada vez más favorable para estos ecosistemas.

A pesar de que algunas permanecen y otras surgen, las ilegalidades en este lugar disminuyen por día, y el restablecimiento del entorno crece. Alrededor de una docena de edificaciones, tanto estatales como privadas, han sido eliminadas.

Aún hace falta escombrar más el lugar, a fin de eliminar los residuos que quedan, pero la liberación del espacio promete mejores condiciones para la recuperación del hábitat natural y sus servicios, como la prohijación de manglares, primera protección costera ante la marcha inclemente del mar.

Para Carmen Esther García Fornaris, inspectora superior de enfrentamiento del IPF, lo verificado en el recorrido ratifica el avance en la recuperación de las zonas costeras y las playas del país, y la restitución del orden en ellas.

«No solo se han eliminado numerosas ilegalidades, también se han ido adoptando acciones de mejora para beneficio de la población, tanto de quienes residen en asentamientos permanentes como de los habitantes temporales y los vacacionistas».

García Fornaris resaltó el ejemplo que han dado las instituciones estatales en toda la nación, al ser las primeras en ir demoliendo —y así se les ha exigido— todo lo que atente contra lo dispuesto en el Decreto Ley 212 y el buen desarrollo y bienestar de los ecosistemas costeros.

«Con las personas naturales que han realizado acciones constructivas ilegales, se analiza, se busca persuadirlos, se les ofrecen opciones. Hay que hacer cumplir la ley, pero también tenemos que convencerlos».

—¿Resistencia?

—Siempre habrá resistencia, pero va disminuyendo en la medida en que perciben que lo que estamos haciendo deriva en una mejoría sustancial del lugar y empiezan a mermar o ser menos severas las penetraciones costeras.

«Debemos señalar, no obstante, que el trabajo que se hace en estos asentamientos es un resultado de quienes están en los municipios y las provincias. El IPF, como institución nacional, tiene un desempeño metodológico, supervisa, controla, aunque cuando realizamos estos recorridos también detectamos “cosas” que no se habían denunciando antes».

Playa Majana es un asentamiento de veraneo. Dispone de 62 viviendas privadas, de las que disfrutan en temporada de playa algo más de 200 residentes temporales, además de los visitantes. Solo tres familias utilizan el sitio de manera permanente, según nos informó Belkis Castañeda, jefa de la Dirección de Planificación Física del municipio cabecera de Artemisa.

«Viene, pero a lo mejor no me toca»

El 2050 parece lejos. El mar, sin embargo, está avanzando paulatinamente. De 1966 a la fecha, su nivel medio subió como promedio 6,77 centímetros, aunque la tendencia se aceleró en los últimos años; para mediados de siglo se prevé que acumule una elevación de 27 centímetros, y para 2100, de 87 centímetros.

Miles de personas quedarán sin hogar de no aplicarse las recomendaciones de los estudios de reducción de peligros, vulnerabilidades y riesgos que se implementan, cuya expresión más acabada es la Tarea Vida, el Plan de Estado de la República de Cuba para el Enfrentamiento al Cambio Climático.

Constituye una estrategia de largo aliento. No solo depende, empero, de lo que se haga por las autoridades y por la comunidad científica a nivel nacional, provincial y local. También es determinante el respeto y la comprensión de la política por parte de la ciudadanía y su incorporación activa.

La inmensa mayoría de las cubanas y cubanos, incluyendo a quienes viven a orillas del mar, tiene cultura e instrucción medioambiental. Nadie duda de los efectos del cambio climático. Es así por la educación recibida, pero también porque están a la vista: cada año los sufrimos con más severidad. Pese a ello, las actitudes no siempre van a la par.

A pesar de conocer que existe y que es inexorable, entre bastante gente no hay percepción de riesgo con respecto a las consecuencias del incremento del nivel medio del mar. Lo saben, lo perciben, pero muchos se resisten a asumirlo por aquello de que «Eso no me va a pasar a mí»… «Eso les toca a otros».

En esto pesa lo cultural, la identidad: la «fuerza interior». Un número considerable de habitantes de asentamientos costeros se niegan a abandonar el lugar donde sus ascendientes echaron raíces y donde ellos nacieron, crecieron y procrearon.

También, empero, hay cuestiones más terrenales. Para los pescadores, que a veces son la mayoría de los «nativos», reasentarse en otro sitio significa, además, perder o alejarse de su sustento económico tradicional, que a veces es de supervivencia, mas también puede resultar bastante ganancioso.

Entre los «playeros» sucede igual. La renta de habitaciones y espacios o la oferta de servicios —de manera formal o informal— en la temporada veraniega puede resultar una actividad muy provechosa, si se compara con los salarios e ingresos que puede recibir una persona en otras faenas o lugares del país.

En fin, el mar

La disminución lenta de la superficie emergida debido al ascenso del nivel medio del mar es una de las principales amenazas que se ciernen sobre el archipiélago cubano debido al cambio climático. De las acciones que hoy se tomen y el respaldo y respeto que estas reciban de personas e instituciones, dependerá la magnitud y el daño a corto, mediano y largo plazos.

Las soluciones para los asentamientos costeros vulnerables incluyen un acomodamiento en el mismo lugar, buscando mayores alturas, o la relocalización de estos poblados, que es el escenario más difícil aunque inevitable. Sin embargo, no serán sitios que «se perderán». Numerosos son los servicios ecosistémicos que brindan, incluyendo el solaz de la población, para quienes las playas son «el entretenimiento número uno».

Cuba cuenta con más de 400 balnearios de este tipo, pero la mayoría sufre procesos erosivos. Guanímar, Cajío y Majana están entre los más deprimidos. Tras los azotes de varios ciclones en la primera década del siglo, y años y años de malas prácticas en el manejo, en 2011 sus playas se declaraban prácticamente desaparecidas.

La línea de costa en el límite meridional de Mayabeque y Artemisa está retrocediendo alrededor de 1,2 metros cada año. En agosto pasado, en un reporte de Orfilio Peláez, colega del periódico Granma, relativo a las acciones del país para contrarrestar la erosión en las playas, una fuente oficial informaba de planes para verter arena en Majana, Guanímar y Cajío, en correspondencia con lo estipulado en el Plan de Estado para el Enfrentamiento al cambio climático o Tarea Vida.

Son acciones que cuestan y llevan tiempo. Denotan, sin embargo, la voluntad nacional de recuperar estos ecosistemas, incluyendo manglares y playas. Es un ejemplo que también debe replicarse a escala local. Hace falta más compromiso de «el común», pero también mayor creatividad y flexibilidad de las autoridades en las bases.

Estos son lugares que no pueden quedar al abandono, aunque los recursos sean escasos (y no solo pienso en echar mano a la contribución para el desarrollo local, tributo que apenas es del uno por ciento: con él es imposible resolverlo todo).

En Majana la aplicación de la ley va despejando los lugares que por desconocimiento o irresponsabilidad se fueron cubriendo de elementos constructivos, y los manglares se instalan poco a poco; sin embargo, la playa deja mucho que desear.

La arena que se debe verter allí tal vez demore, pero pueden hacerse suficientes cosas para el bienestar y el ocio de quienes viven en los numerosos pueblitos cercanos al lugar, incluyendo a los habitantes de la ciudad de Artemisa, a unos 20 kilómetros. Claro está, siempre promoviendo la convivencia armónica de las personas con la naturaleza.

Manos a la obra

Las playas, incluidas las del sur —generalmente fangosas e intrincadas—, son vitales para el solaz de cubanas y cubanos;  sin embargo, su uso por quienes nacimos aquí es estrictamente estacional. Apenas se disfrutan por la población durante unos tres meses, con pico en el período vacacional de los estudiantes; es decir, alrededor de 50 días para la mayoría del alumnado y los adultos encargados de acompañarlos.

Los pescadores de Majana ya han mejorado por propia cuenta un parquecito a la vera de la costa. La recuperación de un estrecho espigón en el sitio, que a primera vista parece estructuralmente viable para el paseo de las personas, también pudiera ser una iniciativa para el placer general.

Debido a la historia que conocemos, en Cuba nos gusta construir cosas que duren para siempre. Es un «mal» que nos «afecta» a todos. Esta «visión» debería cambiar en no pocos ámbitos, empezando por las playas, muy vulnerables al cambio climático, donde la percepción de lo estacional debería imperar entre decisores, planificadores y constructores.

Establecer facilidades temporales, que puedan ponerse y quitarse al fin de la temporada vacacional o que sean duraderas por solo unos pocos meses, haría más factible y placentera esta demanda, y daría mayor protección a los ecosistemas, que tras tres meses de gentío tienen nueve de «recuperación».

Vuelvo al ejemplo del espigón de Majana; tal vez sea una pésima sugerencia de nuestra parte, pero ahora que por suerte las tablas de palma han vuelto a «ponerse de moda», quizá se les pudiera echar mano para cubrir la estructura de concreto, a menos que la humedad y el salitre las vuelvan peligrosas para el trasiego de las personas, en especial de niñas y niños.

Si fueran viables, y es solo una «insinuación», ¿por qué no usarlas?, bajo el criterio de que «no es para que duren toda la vida», sino solo por unos tres o cuatro meses y que, además, sería bueno retirarlas al final de las vacaciones y evacuarlas, para que no se conviertan en basura contaminante.

Debatiendo estas opiniones con las especialistas y directivas de Planificación Física territorial y nacional a quienes acompañábamos en su recorrido por Cajío y Majana, Idania Rodríguez Leal, de la Dirección de Inspección Estatal del IPF, nos comentaba que hay buenos ejemplos en la rehabilitación de lugares de este tipo para el beneficio de la población local.

Así ocurre —nos decía— en la playita de Surgidero de Batabanó, donde las autoridades, respetando normas y decisiones, han trabajado para la recuperación, en una primera etapa, de un espigón y diez cabañas e identificado una zona para el parqueo de vehículos, para que no entren al área de baño. «El Surgidero —agregaba— ha avanzado mucho».

Ojalá que en todas estas playas del sur se lograran iguales resultados.

Nota: El próximo miércoles, en la segunda parte y final, JR aborda historias de vida de los habitantes de Playa Cajío y una opinión experta.

 

La rehabilitación de las zonas costeras y las playas del país, y la restitución del orden en ellas avanza, afirman las expertas Carmen Esther García Fornaris (izquierda) e Idania Rodríguez Leal, de la Dirección de Inspección Estatal del IPF. Foto: Abel Rojas Barallobre

 

La línea de costa del sur de las provincias de Mayabeque y Artemisa ha estado retrocediendo alrededor de 1,2 metros por año. Foto: Abel Rojas Barallobre

 

¿Por qué no recuperar este espigón como pasarela de los bañistas? Foto: Abel Rojas Barallobre

 

Los residentes temporales y permanentes de Playa Majana repararon este parquecito para mejorar la estética y estancia en el lugar. Foto: Abel Rojas Barallobre

JR también le propone leer el reportaje «Playareros»... son playas, parecen basureros (+ Video) 

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