Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Su majestad La Negra

En vez de diadema, Elizabeth Peña Turruellas —prácticamente desde que vino al mundo— luce en su cabeza un sombrero de yarey. La mujer que ahora integra el Consejo de Estado comenzó a levantarse a la vida desde una humilde casa de madera con piso de tierra

Autor:

Marianela Martín González

Tiene nombre de reina, pero en cuanto empezó a espigar su abuelo la apodó La Negra, y en vez de diadema, Elizabeth Peña Turruellas, prácticamente desde que vino al mundo, lo que luce en su cabeza es un sombrero de yarey. 

Su palacio fue una humilde casa de madera, con piso de tierra. Su séquito el caballo que la llevaba a la escuela y a otros lugares distantes, entre otros animales de aquel lugar paradisiaco que entre sus atributos posee un río, donde ella aprendió a nadar y donde sus familiares les celebraban los cumpleaños.

«No somos nada si no tenemos en cuenta que todos podemos aportar, pues nadie hace nada solo». Esa es la filosofía de esta mujer nacida hace 53 años en Guabaciabo, un lugar que, perteneciente a Velasco, municipio de Gibara, en la provincia de Holguín, ni siquiera un geógrafo supo ubicar, cuando ella siendo muy joven fue a hacer sus prácticas docentes como técnico en Química Analítica al Instituto de Investigaciones Fundamentales en Agricultura Tropical (Inifat).

«Crecí en un ambiente extremadamente humilde que no me quitó el deseo de que, si existiera otra vida, quisiera que comenzase de igual manera: con mi abuelo como mentor, pendiente, a pesar de su ceguera, de cada uno de mis pasos, pero a la vez dejando espacio para mi libertad personal. Enseñándome a sembrar, a sacrificarme para poder disfrutar de los logros y no avergonzarme porque me cayeron del cielo».

Conversar con ella es placentero, porque, aunque haya sido elegida recientemente como miembro del Consejo de Estado, ser una científica de renombre y fundadora del Grupo Nacional de la Agricultura Urbana y Suburbana, su tono es familiar, sin altisonancias, salvando siempre el nosotros antes que el yo.

Ser autora de varios logros científicos, de los cuales cuatro han sido premiados —dos constituyen Premios Nacionales de la Academia de Ciencias y dos Premios Ramales del Minag—, le refuerzan que el conocimiento de nada sirve sino se socializa y se pone al servicio de la gente. Y de que estamos interconectados, que nada, ni el conocimiento que generamos nos pertenece, es patrimonio común.

«Esos logros tienen un poquito de muchas personas que me han ayudado, entre ellos los doctores Adolfo Rodríguez Nodals (Adolfito), Nelson Companioni Concepción y Miriam Carrión Ramírez, a la que además de contribuir en mi formación profesional le agradezco haberme tratado como una madre».

El haber participado como autora de seis libros científicos, lejos de hablar de ellos con pose academicista, la lleva a concluir que los jóvenes deben aprovechar las posibilidades de superación. Con solo 14 años Elizabeth se fue a estudiar al Instituto Politécnico de Química Mártires de Girón, en La Habana. Y, a pesar de que sus padres insistieron en llevársela de regreso a la casa, porque era alérgica al pescado, el plato casi omnipresente en la beca, ella, con el apoyo del director del centro, impidieron el retorno. 

«Llegué a la capital gordita y a los pocos meses había adelgazado mucho, luego descubrí una tienda donde vendían leche condensada y queso crema que fueron mi salvación. Aun así mi madre insistía en llevarme porque, según ella, estaba demasiado lejos y sin ningún pariente a la redonda. Mi negativa costó que ella me dijera que me olvidara de mis padres, una sentencia que duró un abrir y cerrar de ojos, porque me dediqué a estudiar, como les había prometido, sin darles ningún dolor de cabeza».

—¿Cómo es que logras hacerte ingeniera agrónoma, y luego estar ligada permanentemente a la agricultura cuando tu formación inicial fue la Química Analítica?

—Siendo muy pequeña me llamó la atención cómo mi abuelo apilaba montoncitos de hierba en las cabeceras de los surcos y los dejaba descomponerse para luego reusarlos como nutrientes. Nosotros no sabíamos que aquello se llamaba compost, pero sabíamos que era bueno y eso nunca lo olvidé.

«Hay un cuento que me agrada hacer porque refleja lo grande que era mi abuelo y también explica mi amor por la agricultura: un día me propuso sembrar caña y dijo que ese cultivo se sembraba a una cuarta un canuto del otro. Yo iba por un extremo del área y él por el otro para encontrarnos en el medio. Una cuarta de mi mano de niña no era realmente competitiva con la de mi abuelo y técnicamente lo que yo estaba haciendo era un desastre. Un vecino que pasó me dijo que yo lo que estaba haciendo era un semillero de caña.

«Me sugirió entresacar los trozos y hasta me ayudó para poder competir con el abuelo, que ciego y todo era un tren cuando de trabajar se tratara. Quizá por eso también cuando me gradué en 1983 de Técnico Medio en Química Analítica y realicé mi tesis en el Inifat fue que definitivamente dije que lo mío era trabajar para que la tierra fuera próspera.

«Aunque, después de graduarme como técnico, no me quedé trabajando en el prestigioso lugar, porque no había plaza, dejé allí todos mis datos para que si se daba alguna posibilidad me tuvieran en cuenta. Un año después dos compañeros del Inifat fueron a buscarme donde residía en aquel entonces. Ya, con 20 años, había tenido a mi hijo, quien solo tenía 45 días de nacido, pero les dije que buscaría la manera de que me lo cuidaran para incorporarme.

«Fue cuando Roders empezó a tener muchas buenas tías y yo a tener como siempre la ayuda de su padre que nunca nos ha abandonado, a pesar de que se disolvió nuestra unión consensuada. Todos me ayudaban en recogerlo del círculo infantil y en otras tareas para que yo pudiera salir adelante. A todos, también, les debo algún capítulo de mis investigaciones y este orgullo sano de poder superarme.

 «A la Universidad me incorporé por examen de ingreso para estudiar Ingeniería Agrónoma por curso dirigido. A los dos años, por premio del Decreto-Ley 91 y avalado por los resultados académicos, me permitieron continuar los estudios por la modalidad del curso regular diurno, sin que me afectaran el salario. Más tarde el rector decide formar un grupo de estudiantes con alto promedio, llamado Grupo de alto ritmo de asimilación y lo integro. Pude, como los demás, vincularme a un centro de investigación y regresé al Inifat a trabajar como investigadora y realizar la tesis en producción de hortalizas sobre bases orgánicas en los llamados organopónicos.

«En 1994 me gradué como Ingeniera Agrónoma y me quedé trabajando en el Inifat, donde permanecí 26 años y transité por diferentes categorías científicas».

A esta mujer, que el presente año fue elegida diputada al Parlamento por el municipio de Contramaestre, en Santiago de Cuba, le fue otorgada una beca en 1995 en Argentina sobre Transferencia de Tecnología en los cultivos de maíz y trigo. En el 2000 obtiene el grado de Máster en Nutrición de los Cultivos y Biofertilizantes en el Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas. En el año 2003 la invitan a dar una Conferencia Magistral en el marco del Congreso de Agroecología en Brasil, y después de la conferencia, cuando visitó la Universidad, en la cual se ofertaban becas, el entonces director del Inifat, Adolfo Rodríguez Nodals, la nominó para que asistiera, y un año después resultó ser elegida para cursar su doctorado en Brasil. Se estimaba que su preparación durara cinco años, pero Elizabeth se propuso terminar su tesis en solo 18 meses y así fue. 

«El Banco Mundial debía cubrir mis gastos, pero mi dinero no fue depositado por ser cubana, entonces Embrapa, una empresa brasileña a la que estaría vinculada en la realización de mi tesis, evaluó la posibilidad de que desarrollara una tecnología en la producción de abonos orgánicos como tema de investigación, que también los beneficiara a ellos. Esta entidad, entonces, cubriría mis gastos».

Para optimizar el tiempo Elizabeth insistió en que le cambiaran un lujoso apartamento en la ciudad por un cuartico adjunto al centro productivo, donde se almacenaban reactivos. Su tutor se opuso, pero fue tanto el reclamo que terminó viviendo en aquella casita de tejas, que como un símbolo de la insistencia y la austeridad, está plasmada en su tesis, que en el año 2006, cuando la terminó, por su impacto, resultó ser la más destacada en el Ministerio de la Agricultura en ese año.

Para Elizabeth, quien ha sido acreedora de la Medalla 23 de Agosto y la Orden Carlos J. Finlay por los resultados científico-técnicos y su impacto en la producción de alimentos, uno de los desafíos más impactantes en su vida profesional fue el haber sido designada directora del Instituto de Investigaciones Hortícolas Liliana Dimitrova. Allí permaneció cuatro años y su trabajo le valió para que la reconocieran en 2009 como cuadro destacado del Ministerio de la Agricultura.

«Lo primero que me propuse allí fue que tuviéramos las áreas sembradas con suficiente alimento para los trabajadores y sus familiares. Por la mañana trabajábamos en el campo y la tarde era para darle continuidad y empezar nuevos proyectos de investigación».

Su labor en ese lugar también la avaló como delegada al 6to. Congreso del Partido y luego promovida a Directora Nacional de Semillas y Recursos Fitogenéticos en el Ministerio de la Agricultura, donde se desempeñó por seis años hasta que en el mes de enero de 2018 fue designada como jefa del Programa Nacional de la Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar del país.

—Dirigir un programa que antes fue conducido por el doctor Adolfo Rodríguez Nodals creo que es el reto mayor de tu vida profesional. ¿Qué estimas?

—Adolfo será siempre el líder indiscutible del Programa Nacional de la Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar del país, y por esa misma razón hay que seguir sus enseñanzas e incluso aportar a su legado, porque los hombres y mujeres de ciencia no podemos detenernos.

«Este es el año del aniversario 30 de los organopónicos, el 20 de la Agricultura Urbana, el Movimiento de la Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar y tenemos que en lo adelante avanzar con mayor integración, como siempre insistía Adolfito, porque la comida del pueblo y la comida más sana está allí en el organopónico del municipio. Esa es una realidad que tenemos que interiorizar».

—¿Qué sintió una mujer de un origen tan humilde al ser elegida como miembro del Consejo de Estado?

—Cuando me llamaron para informarme que estaba en la propuesta para el Consejo de Estado me ericé, quedé como «choqueada», porque nunca aspiré ni pensé llegar a una responsabilidad tan grande con el pueblo. Sé que no significa ningún privilegio, en todo caso un ejercicio para darse mucho más a las tareas.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.