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Ráfagas de segundos (+ Fotos y Video)

Calma, cortesía, profesionalidad... la mente enfocada de quienes en menos de una hora ya estaban dando todo el apoyo posible, contrasta con el nerviosismo de los prptagonistas involuntarios ante el fuerte tornado que vivió la capital, especialmente en Regla, uno de los municipios más afectados

Autores:

Mileyda Menéndez Dávila
Jorge Sánchez

Quince segundos. Solo eso duró el paso del tornado por la zona que circunda la avenida Rotaria, entre la intersección con la calle Enlace (donde radica el policlínico Lidia y Clodomira) y el semáforo sobre la Vía Blanca entre Regla y Guanabacoa.

Se habían anunciado fuertes vientos y algo de lluvia, pero un fenómeno de esta naturaleza jamás puede vaticinarse, y ninguna medida es suficiente para contrarrestar su furia ciega. Su remolino arrancó paredes, tejas, verjas, postes, levantó vehículos y zarandeó a las personas como impotentes marionetas.

Decenas de heridos graves, probablemente algunos fallecidos, será el saldo de este inesperado suceso. Es pronto para hacer estimados, nos dijo uno de los oficiales del Ministerio del Interior (Minint) que casi de inmediato llegaron a la zona para ocuparse, en primera instancia, de las vidas humanas.

Eran poco más de las nueve de la noche. A pocas cuadras de allí, donde vivimos, sentimos el rugido del viento, y casi de inmediato sobrevino el apagón preventivo. Tomamos las últimas medidas, sin sospechar el alcance de lo ocurrido.

En el último instante, desde el techo vimos acercarse una nube cargada de relámpagos, dejando tras sí una estela de llamaradas y objetos que saltaban y caían de prisa.

Teníamos visita en casa, una amiga y sus hijas, que partieron media hora después de la ventolera decidieron salir hacia su casa, en Guanabacoa, preocupadas por su mascota y la integridad de sus propiedades.

Diez minutos después, su llamada nos alertó: «Esto parece una zona de guerra. Son solo unas cuadras, pero por acá se acabó el mundo, a duras penas logramos cruzar la Vía Blanca».

Las sirenas de ambulancias y carros de bomberos indicaban que no era simple exageración de nuestra asustada amiga, y decidimos salir con apenas un celular y una linterna a tomar impresiones.

Las calles son una amalgama de postes, cables, árboles, tejas, tanques arrancados de sus bases y retorcidos en el suelo. El vecindario empieza a reaccionar y se pregunta a gritos por la gente que vive sola, los niños, los ancianos. Los más prudentes hablan de puerta a puerta. Los más atrevidos salen a la calle, gesticulan, cuentan su aterrada vivencia, dan razón a quien pregunta por este o aquel sujeto.

El movimiento de bomberos, rescatistas, personal de las ambulancias, policías, da la impresión de una inquieta colmena. Se mueven sobre los despojos con destreza y laboriosa seriedad.

En calle Primera, un vecino nos cuenta que una ráfaga abrió su puerta del frente, lo empujó contra el fondo y arrancó la puerta de una habitación. Cuando se recuperó del susto y se asomó al patio, se encontró con la calle: el muro ya no existe, y el aire acondicionado, ni sabe a dónde fue a parar. Como aturdido, recoge una banqueta de la cafetería de la esquina, de la que apenas queda la mitad, y mira con dolor a las dos casas colindantes, cuyo segundo piso prácticamente desapareció.

Un conocido, también vecino de la cuadra, nos da detalles mientras observa ansioso la labor de los rescatistas en el techo de la vivienda del frente… «No es el techo, aclara. Ahí había dos habitaciones y un baño, todo de mampostería» Baja la voz, apenado. Le preguntamos si su casa sufrió mucho y dice con gravedad que nada, comparada con la desgracia ajena.

Su familia ha dado refugio a una de las afectadas, pero aún permanece, bajos los escombros, pero con vida, otra señorade más de 90 años. Piedra a piedra se gana terreno para arrancársela al extinto techo.

De muy cerca llega otro hombre para averiguar por las familias damnificadas. Según cuenta, cuando escuchó el extraño rugido abrió su puerta para ver de qué se trataba, y en un instante su casa se llenó de transeúntes y pasajeros que lograron abandonar las dos guaguas atrapadas en Vía Blanca por el baile del viento.

Nos acercamos a los vehículos. Parecen intactos, puede decirse que milagrosamente, porque entre ellos cayó de plano un cartel de unos diez metros cuadrados que voló, no se sabe de dónde. En el yutong azul, el chofer camina y se sienta y vuelve al fondo, aún impactado por el susto.

El transmetro que cubre la ruta del P3 está tan cerca que cabe asumir una colisión lateral cuando fueron ambas arrastradas «como muñequitos, y los carros impotentes le pasaban cerca o encima a la gente que saltaba las ventanillas», cuenta un testigo involuntario de la macabra danza.

A poco más de cien metros, en la siguiente entrada del municipio frente a la fábrica de materiales de construcción, un amasijo de hierro con las ruedas al aire yace sobre la acera y el parque. El viento debió levantar el ómnibus y dejarlo caer sobre el techo, y todas las columnas y cristales cedieron, indefensos.

Era de una empresa, y siendo domingo en la noche no tenía mucha gente, pero cada vida cuenta. Agentes de la policía nos comentan que es imposible cuantificar las víctimas de los tres ómnibus o los vehículos ligeros por el momento. La prioridad es atenderlas con urgencia y enviarlas hacia los hospitales de la ciudad, todos activados a menos de una hora de la catástrofe.

Calma, cortesía, profesionalidad… la mente enfocada de quienes en menos de una hora ya estaban dando todo el apoyo posible, contrasta con el nerviosismo de los protagonistas involuntarios.

Nadie sabe con certeza donde se originó el tornado, pero hay información de daños en al menos otros dos municipios cercanos. Sobre Regla avanzó aproximadamente de Oeste a Este, a juzgar por el testimonio de quienes observaron a cierta distanciala terrible nube que avanzaba vertiginosa a ras del suelo.

Solo quince segundos, y el destrozo es mayúsculo.

En décadas de experiencia reportando ciclones no había visto tanto daño en tan poco tiempo.Aunque es pronto para comparaciones objetivas, en varios puntos escuchamos la misma frase, dicha en un tono similar sorpresa: «!Ni la Tormenta del Siglo fue tan desastrosa!».

Pasan de las 12 de la noche y decidimos regresar a nuestro barrio. Fuera de aquellas seis o siete manzanas, todo es calma. Oímos a alguien en un teléfono decir que hacia la zona industrial del municipio también hay daños significativos. Temprano, saldremos a recorrer y hacer fotos.

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