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Plantados juntos en un barrio llamado Cuba

Es mucha nación este Archipiélago que cobija a un pueblo unido cual masa continental. Solo juntos y erguidos —Martí lo explicaría: «Nuestro brazo de batalladores obedece a nuestro pensamiento de patriotas»— podíamos enfrentar un bloqueo que por primera vez facturó en un año más de 5 000 millones de dólares entre herida y despojo a los cubanos

Autor:

Enrique Milanés León

Un día de septiembre de un año que tanto exigió la distancia, el Presidente cubano acercó de nuevo la voz de Fidel a los oídos de los nuevos interlocutores del planeta cuando en la Asamblea General de la ONU —desarrollada, como casi todo evento, de modo virtual— lo recordó recordándonos esa frase suya que aún se escucha caliente: «¡Médicos y no bombas!».

No hay expresión mejor para evaluar la trayectoria de Cuba en una docena de meses que ya ha ganado, con todo merecimiento, varios de los adjetivos menos deseados en cualquier lengua. «Salvar vidas y compartir lo que somos y tenemos, al precio de cualquier sacrificio, es lo que brindamos al mundo desde las Naciones Unidas, a la que solo pedimos un cambio a tono con la gravedad del momento», dijo entonces, en nuestro nombre, Miguel Díaz-Canel.

Cuba no sería lo que es si no acompaña su mano franca con su puño de pelea, así que, a seguidas, nuestro guía en la senda de la continuidad condenó el «régimen marcadamente agresivo y moralmente corrupto» con el que Estados Unidos ataca el multilateralismo.

Somos los nuevos Ismaelillos de Martí, los hijos del Apóstol que, amándonos, nos retrató mejor: «Razón y corazón nos llevan juntos. Ni nos ofuscamos, ni nos acobardamos», dijo como para los pinos plenos de hoy cuando nuestros brotes ni asomaban a sus pupilas, así que en ese diálogo internacional digital resonó, contra el poderoso, la actual denuncia de los cubanos: «(Estados Unidos) emplea el chantaje financiero en su relación con las agencias del sistema de Naciones Unidas y con una prepotencia nunca antes vista se retira de la OMS, de la Unesco y del Consejo de Derechos Humanos. Paradójicamente, el país que aloja a la sede de la ONU también se aparta de tratados internacionales fundamentales, como el Acuerdo de París sobre cambio climático».

Decirlo es casi un lugar común, pero sentirlo es una angustia compartida: como si la COVID-19 fuera poco, Cuba sufrió en 2020 el azote del bloqueo estadounidense, esa pandemia cuyo virus mutante fue creado en el más cruel laboratorio conocido: el imperialismo.

Tan desfachatado es el cerco que Washington impone —a Cuba y a otros—, que un equipo de expertos de Naciones Unidas pidió en agosto su levantamiento, por una razón más que contundente: causa sufrimiento y muertes. 

Los relatores y especialistas Alena Douhan, Obiora Okafor, Tlaleng Mofokeng, Michael Fakhri y Agnés Callamard exigieron que las «sanciones» se levantaran «de modo que las personas puedan recibir productos básicos como jabón y desinfectantes para mantenerse sanas y que los hospitales puedan obtener ventiladores y otros aparatos médicos para que la gente siga viva».

En Cuba, señores, la gente sigue viva, pero por razones que la agresión no entiende. El que se va —o del que nos vamos, victoriosos, a puro coraje nacional— ha sido un año áspero, pero tal condición no menguó, sino acentuó, la política externa de paz, cooperación y solidaridad, defensa del multilateralismo y del Derecho Internacional y de sostenibilidad de la naturaleza que nos sostiene.

Es mucha nación este Archipiélago de islas y cayos que cobijan a un pueblo unido cual masa continental. Solo juntos y erguidos —Martí lo explicaría: «Nuestro brazo de batalladores obedece a nuestro pensamiento de patriotas»— podíamos enfrentar un bloqueo que por primera vez facturó en un año más de 5 000 millones de dólares entre herida y despojo a los cubanos.

El nasobuco ideológico que quiere imponernos Sam no silencia nuestras denuncias, de modo que, con la pandemia sanitaria en marcha, también  en este año que cerramos, la Cancillería cubana presentó el informe sobre la otra: las afectaciones del bloqueo estadounidense en 2020. Esa exigencia nunca fue más pertinente que ahora, cuando el carapálida al mando no solo quiere apagarnos la luz y secarnos las cuentas, sino que intenta impedirnos llevar aliento y cura a los hermanos.

Dejamos atrás, con 2020, ciertos cinismos acompañantes, como el de una Casa Blanca —dizque transparente en la «cero tolerancia» al terrorismo— muda a raíz del ataque el 30 de abril, con fusil de asalto, a nuestra Embajada en Washington. Uno presume que a todo cubano verdadero le duela aún la bala que mordió el bronce sagrado en la estatua de Martí, pero curiosamente ciertos «patriotas» de nuevo tipo compartieron aquí y allá, en lugar de la condena indignada del paisano, el mutismo ladino del Gobierno cómplice.

A inicios de diciembre, en otro encuentro virtual en la ONU, sobre la respuesta internacional a la COVID-19, Miguel Díaz-Canel reiteró la urgencia de establecer un orden internacional justo, democrático y equitativo como condición para la supervivencia de la especie en un mundo con muchas antenas y escasa equidad.

Este país es pequeño y bravo como gallo de pelea, por lo cual no asombró que, pese a las habituales descalificaciones de Estados Unidos, el 13 de octubre la Asamblea General eligiera a Cuba como miembro del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, para el período 2021-2023.

Ganamos una silla en el salón de naciones. A fines de noviembre, durante el virtual segundo Diálogo Político sobre Desarrollo Sostenible entre Cuba y la Unión Europea, nuestro país discutió con ese poderoso bloque, en modo de colaboración, asuntos mundiales como el calentamiento global, los caminos de tránsito hacia una economía del conocimiento, con inclusión social, y el papel de los sistemas de salud y la biotecnología en el enfrentamiento a la COVID-19.

Cuba tiene voz e ideas para ser escuchada en cualquier foro, pero en el Movimiento de Países No Alineados (MNOAL), en el cual Fidel tradujo el suyo personal en liderazgo de toda su patria, la voz de esta tierra es particularmente seguida. En mayo, durante la Cumbre online del Movimiento «Unidos contra la COVID-19», Díaz-Canel volvió a cargar contra la deuda externa con que las viejas metrópolis nos asfixian de nueva manera. Cuando abogaba por su eliminación —para que no elimine a nuestra gente— y exigía al cese de la coerción de terceros, ¿era él o era Fidel? ¡Era la continuidad!

En el tránsito de 2020 a 2021, como en los tiempos de José Martí, «Cuba no anda de pedigüeña por el mundo: anda de hermana, y obra con la autoridad de tal. Al salvarse, salva. Nuestra América no le fallará, porque ella no falla a América». La idea se ha ilustrado perfectamente en su firme acompañamiento a Venezuela a sabiendas de que la principal «zanahoria» que le cuelga enfrente al vecino poderoso para aliviarle su propio agobio es que deje a su suerte a la causa bolivariana.

La diplomacia efectiva es en sí misma una vacuna. Por los hilos de la Red celebramos este diciembre la 18va. Cumbre del ALBA-TCP, a raíz del aniversario 16 del mecanismo, y discutimos cómo enfrentar la COVID-19 y levantar la economía.

El mejor mapamundi con archipiélago resaltado de 2020 pudo apreciarse seguramente en los diálogos de la Cumbre Mundial, virtual, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), donde en julio el Presidente Díaz-Canel contrastó datos elocuentes: mientras en el planeta se habían perdido hasta entonces 305 millones de empleos y 1 600 millones de trabajadores veían amenazados sus medios de subsistencia, en Cuba 36 medidas de carácter laboral, salarial y de seguridad social protegían a los trabajadores y sus familias.

No vivimos en El Dorado, ni de cerca. El brillo aquí es diferente. Padecimos mucho, con virus y sin él, este año de —particular— doble pandemia y, en medio de las angustias, enfrentamos la danza de quien flaquea al «quilero» tintineo de matones lejanos, pero mientras los sucios intentaron mancharlo y los rotos lo balearon sin éxito, para el pinar de gente que le sigue, José Martí se mantiene limpio, entero y afilado como una estrella, confiando en lo que haremos en adelante en el gran barrio que es la nación: «En Cuba —dice sereno— son más los montes que los abismos, más los que aman que los que odian, más los del campo claro que los de encrucijada, más la grandeza que la ralea». Así nos tienen que ver los vecinos planetarios.

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