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El Mayor, en su inmortalidad

Un 11 de mayo de 1873, en los potreros de Jimaguayú, entrega su vida por la libertad de Cuba el mayor general del Ejército Libertador Ignacio Agramonte

Autor:

Juventud Rebelde

Fue en el amanecer del 11 de mayo de 1873. Allí, en los potreros de Jimaguayú, con solo 31 años entrega su vida por la libertad de Cuba el mayor general del Ejército Libertador Ignacio Agramonte, uno de los grandes hombres de la Guerra de los Diez Años, cuyo legado permanece esculpido para siempre en las páginas de la historia nacional. 

Ese día, antes de salir al campo de batalla, arenga a su tropa y le expresa que la más alta y noble misión del hombre es el trabajo, cimiento de la sociedad, y el único medio de conquistar una patria honrada, que es el fin del programa que «nos ha arrastrado llenos de amorosa fe, a estos turbulentos campos para convertirnos en obreros de la humanidad».

Sobre el momento de su muerte, el Comandante en Jefe, Fidel Castro, expresó en el acto por el centenario de su caída en combate: «Cruzando de un lado al otro del potrero para darle instrucciones a la caballería, se encuentra de repente con una compañía española; que sin ser descubierta todavía, había
penetrado en el potrero de Jimaguayú, protegiéndose en las altísimas hierbas de guinea. En esas circunstancias, de una forma inesperada, Agramonte acompañado solo de cuatro hombres de su escolta, se ve de repente en medio de aquella compañía española y muere en aquella acción por una bala que le atraviesa la sien derecha».

Los soldados españoles capturaron el cadáver y, al reconocer los documentos, ordenaron trasladar el cuerpo hacia Puerto Príncipe, donde fue expuesto en el hospital de la Iglesia de San Juan de Dios. Aún se investiga qué sucedió cuando llevaron su cadáver al cementerio general con el propósito de desaparecerlo, y cuál fue el destino final de sus restos.

Sin embargo, lo cierto es que su pensamiento y acción han cruzado las fronteras del tiempo y constituyen fuente para el presente y futuro de la obra revolucionaria, porque figuras como Agramonte, plenas de sueños y virtudes, alcanzan un sitio en la inmortalidad.

 

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