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Cuando la lluvia se ensañó con Matanzas

Cifras cercanas a los 300 milímetros de lluvia se reportaron en varios municipios de la provincia de Matanzas recientemente. No hubo pérdida de vidas humanas, pero sí grandes daños en el patrimonio personal de los habitantes de dichas zonas

Autores:

Arnaldo Mirabal Hernández
Guillermo Carmona Rodríguez

Al recorrer algunas de las zonas de Matanzas con las que el temporal se ensañó la última semana constatamos cuánto dolor y miedo puede producir la naturaleza descontrolada. Tres o cuatro días después, cuando el nivel de las aguas bajó a ras de suelo, los habitantes de estos sitios solean sus vidas en los portales y patios.

Encima de dos sillas, todo jorobados, encaraman los colchones con la fútil esperanza que el calor endurezca el relleno. Colocan los televisores en los caminos empedrados del jardín con la pantalla hacia la sombra y la carcasa hacia el sol para que la luz se lleve la humedad de sus transistores. Osos de peluche, ahora lavados, cuelgan de las tendederas por las orejas.

Cifras cercanas a los 300 milímetros (mm) de lluvia se reportaron en varios municipios de la provincia de Matanzas, entre ellos Jovellanos. Según datos aportados por Lucila María Hernández, presidenta de la Asamblea Municipal del Poder Popular de este territorio, durante la evaluación preliminar se reportaron 562 viviendas afectadas y 120 de ellas pertenecen al consejo popular Carlos Rojas, donde el agua llegó en las zonas más bajas a ocultar viviendas enteras.

En Camilo 1, por otra parte, perteneciente al territorio de Pedro Betancourt, se registró un acumulado de 289 mm de precipitaciones, informó Reynaldo Báez Hernández, director de la Unidad de Base Provincial de Acueducto y Alcantarillado, lo que provocó que el canal del poblado se desbordara y ocasionara inundaciones.

No se reportó la pérdida de vidas humanas, pero sí grandes daños en el patrimonio personal de los habitantes de dichas zonas, sobre todo en equipos electrodomésticos y otros artículos de uso diario, aquellos que en ocasiones ni notamos su presencia porque los concebimos como pegados a nuestras rutinas y vivencias.

Durante y después de los incidentes, ocurridos en un lapso temporal que va desde el sábado 4 de junio hasta el martes 7, los damnificados han contado con el apoyo material  de las autoridades políticas y gubernamentales de la provincia y del país. La idea es a través de la gestión administrativa amainar las pérdidas. Para ello se entregan colchones, zapatos para los niños, módulos de aseo y se asegura la alimentación.

No obstante, aunque puedan remplazar los juegos de sala, renovar los juegos de sábanas, darle tanto trapero al piso que la última mancha de tierra desaparezca, los habitantes de estos poblados difícilmente puedan librarse de la zozobra de esas noches cuando parecía que el agua lo arrastraría todo al fin del mundo.      

Un río fugaz y nocturno en el luarentino

Desde el otro lado de la calle, Liudmila y su esposo Joel, refugiados en la segunda planta de la vivienda de un vecino, contemplan cómo el agua se apodera de su hogar. Entornan los ojos con la esperanza de poder sobrepasar la noche con la mirada, atravesar la espesa cortina de lluvia e ir más allá, para saber si la guata del colchón, poco a poco, se desprende de los muelles, como la carne de un hueso cuando se le deja demasiado tiempo hervir en la cazuela. Los trastos de cocina seguro, piensan ellos, navegarán dentro de la casa. El jarro para calentar la leche del desayuno andará por el baño y la cafetera por el escaparate. La incertidumbre de no saber cuánto quedará, cuando el cielo se despeje, destroza a uno.

No es la primera inundación en Laurentino, barrio del consejo popular Carlos Rojas, de Jovellanos. Hace más de 20 años conviven con este tipo de eventualidades, pero con anterioridad el nivel de las aguas solo había llegado hasta media pierna. Sin embargo, en la noche del sábado 4 de junio superó los pronósticos de la historia y la experiencia.

«Antes con un bloque en la puerta resolvías. Nosotros habíamos puesto cosas en alto, pero el agua se fue por arriba. Levantamos las patas de la cama en bloques, luego sobre el bastidor pusimos unos porrones y encima el colchón, pero no fue suficiente», explica ella.

 El matrimonio dormía cuando la lluvia, poco a poco, como pequeñas culebras, comenzó a meterse por el resquicio de la puerta y se estancó contra las paredes y comenzó a subir y a subir. Daba por los bajos del pantalón, cuando debieron ir a ayudar a sus vecinos, dos ancianos solos, a colocar sus pertenencias en sitios altos. Los años en los mismos trajines convierten al ingenio en rutina. Al regresar a su casa, ya el agua llegaba a la altura del pecho. Todo ello ocurrió en menos de 20 minutos.

«Ese día en Carlos Rojas cayeron 292,5 mm, un número considerable. Por eso subió tan rápido. A las 11:20 p.m. comenzó y a las 12 menos 20 estaba todo inundado», explica Liosvanys Hernández Tanquero, presidente del consejo popular.

«Llego al lugar a eso de las 11:15 p.m. y estaba inundado, pero no al nivel máximo. Todo fue muy inesperado. Aunque me dijeron que no lo hiciera, me tiré para el agua. Necesitaba saber cómo estaba la población. Me costaba avanzar en la corriente. Primero debí impulsarme con los brazos, pero después no me quedó más remedio que nadar. Iba casa por casa y gritaba para saber si había alguien, pero nadie me contestaba; por suerte ya se habían refugiado en una vivienda que quedaba en un lugar alto», narra.

Habla con los vecinos. Algunos estaban molestos. Decían que debían haberlos evacuado antes y él les explicaba que los cogió por sorpresa, que nadie se esperaba tanta saña del aguacero y que él se encontraba ahí precisamente para conducirlos a un sitio seguro. No obstante, al pensar en el río caprichoso que acababa de atravesar pidió un teléfono prestado para que con un tractor fueran a buscar un bote a la pesca. Cuando este arriba, ya en el sitio se encontraba un destacamento de los bomberos y extraían en balsas a los ciudadanos aún varados en sus hogares.

Según él, el origen de este incidente recae en que hace dos décadas existía un desagüe natural que impedía el estancamiento de las intensas precipitaciones, pero por una deficiente planificación se vendió el terreno y se construyeron casas encima. Para solucionar eso se abrieron una serie de pozos, pero que no funcionan en la actualidad por falta de mantenimiento.

A Joel y Liudmila les sorprendió la inundación mientras dormían, aunque antes su casa había sido tomada por las aguas nunca hasta tanta altura. Foto: Ramón Pacheco Salazar

«Mi amor, mira, aquí hace 21 años que nos inundamos», confirma María Victoria Abad Luis, residente de la barriada. «Esa noche nosotros subimos los electrodomésticos y todas las demás cosas de la planta baja para lo alto, pero era demasiada el agua, demasiada».

Ella, ama de casa, se dedica a cuidar a su esposo, paciente de cáncer, con una operación de colostomía. Vive en una segunda planta; sin embargo, se asustó cuando el agua empezó a ascender y parecía que no se detendría hasta que sumergiera todo y emergiera el reino de la Atlántida. 

«Le dije a mi marido, vámonos de aquí, que si te pasa algo no van a poder socorrernos. Salimos de la casa con el agua por la cintura. Sentimos mucho miedo. Nos fuimos para la otra cuadra y allí estuvimos tres días, durmiendo en casa de una amistad. De verdad que asusta porque con la naturaleza no hay quien pueda».

Sin embargo, aunque por su volubilidad el clima sea impredecible, hace milenios atrás el hombre aprendió a cómo, por lo menos, amainar sus malos genios.

«Aquí estuvo la vice primera ministra Inés María Chapman y el director de acueducto y alcantarillado provincial y aprobaron un proyecto para limpiar los pozos existentes y la creación de diez más. También hace 30 años pedimos la construcción de un canal al oeste de aquí, que es por donde baja el agua hacia esta zona. Aún esperamos su aprobación, porque conlleva un presupuesto bien grande», explica Hernández Tanquero. 

Luisa Almeida Díaz, anciana de 85 años, esa noche, sentada en una butaca, siente como el agua poco a poco asciende por su cuerpo: la planta de los pies, el tobillo, la pantorrilla, los muslos, hasta que le llega a la cintura. Hace poco sufrió un infarto y teme que su propio corazón le dé la espalda de nuevo.

«Estaba yo y la señora que me cuida y veía como se me echaban a perder las cosas y tú no sabes si las vas a recuperar o no. Una inundación como esta nunca la había visto; esta vez era —intenta buscar la palabra correcta— como un río, como un río».

 Así, aferrada a su butaca, la encontraron los bomberos rescatistas, con el miedo en los ojos, miedo de que el agua, la misma que nos sustenta, la misma que conforma el mayor por ciento del cuerpo humano, se tragara todo, sus pastillas para la presión, los adornos de porcelana, las fotos de familia guardadas en el fondo de la gaveta del escaparate, a sí misma y al mundo o, por lo menos, a su mundo.

 Para evacuarla debieron subirla encima de una balsa de goma y a la señora que la cuidaba cargarla en brazos. «¿Quieres que te diga la verdad? Cuando iba en la balsa me oriné del miedo, te lo juro, y ni lo sentí», confiesa.

Un golpe de agua devastador

 De las 400 casas que conforman el poblado de Camilo Cienfuegos, solo cuatro lograron escapar de la inusual crecida del nivel del agua.

Como imagen imborrable quedará en la memoria de muchos las ranas y majás navegando contra la corriente que crecía a cada minuto. En sus 55 años en este asentamiento María del Carmen Ramos Álvarez tampoco recuerda nada parecido. «Y eso que vivo en la parte más alta. El pueblo está como de luto, silencioso, porque fue muy triste lo que pasó».

 Durante días la lluvia no cesaba y el lunes María del Carmen comenzó a preocuparse cuando notó que el nivel del agua llegó al parquecito del pueblo que queda a uno cien metros de su hogar.

 «Me pasé toda la noche vigilando, pero a las cuatro de la madrugada el sueño me venció. Apenas dormí una hora, porque a las seis el agua estaba en el portal con tal fuerza que me tumbó la cerca.

«Me puse a llorar, y por suerte llegaron las compañeras del Partido y el Gobierno. Los bomberos sacaron a mi madre encamada y yo me evacué en casa de mi familia en Pedro Betancourt».

Aunque no hubo fallecidos, muchos perdieron gran parte de su patrimonio. Foto: Ramón Pacheco Salazar

 A pocos metros del portal de María del Carmen, un productor de arroz, de los tantos que habitan la zona, intenta solear el grano que logró recuperar de la embestida de la naturaleza. En un angosto callejón depositó varios secos que remueve con un rastrillo. Perdió más de 20 sacos.

 En la madrugada de ese martes la sobrina le había pedido ayuda para proteger algunos bienes ante una posible inundación. Como ella vive en una zona baja siempre toman precauciones ante las fuertes lluvias.

 «Empecé a ayudarla y mi esposa me llamó asustada con la noticia de que todo estaba inundado. Perdí petróleo, el abono, el fumigo, todo los recursos para el cultivo del arroz».

«No te duermas que esto se va a llenar», le dijo Radelymi Rosales Santana a su esposo cuando notó que el agua llegaba hasta la calle frente a su casa, como nunca lo había hecho.

En una batalla contra el tiempo comenzaron a subir sus bienes encima de las camas.

«Nos refugiamos en la placa de un vecino». Desde allí, rememora Radelymi, contemplaron el triste panorama. Por suerte la llegada de los bomberos y del Consejo de Defensa del Municipio les regaló un poco de esperanza y muchos habitantes fueron evacuados a lugares seguros.

En esos momentos más que en sus bienes, pensaba en su vecina y sus cincos niños.

A Anaisa Castillo Durán la sorprendió la orden de evacuación mientras sus hijos dormían. Los bomberos la ayudaron al traslado y sus niños solo se despertaron cuando vieron las luces de los vehículos.

Anaisa se emociona cuando relata aquellos instantes, al recordar cómo la cama y los muebles navegaban en el interior de su casa. Nada podía hacer para salvaguardar la ropa de los muchachos, y hoy, a varios días del suceso, todavía descansa un cúmulo de ropa humedecida con olor penetrante.

En un levantamiento inicial se informó sobre las afectaciones de más de 77 viviendas. Entre ellas aparece la de Iliana García Martínez. Una señora que exige que se tomen medidas determinantes con los canales de drenaje aledaños al lugar.

«No puede suceder que ante las lluvias de estos meses vivamos con la zozobra de una posible inundación».

El fuerte sol de la jornada lanza una ola de esperanza sobre el batey. Permite que los artículos y equipos recuperados reciban el calor que permitirá erradicar la humedad.

En el interior de los hogares es otra la historia. En las paredes quedan las marcas de hasta dónde llegó el agua, y se puede observar unas manchas oscuras que aseguran son del petróleo y los insecticidas de los arroceros que se mezcló con el agua.

En la mañana de este viernes repartieron los primeros colchones, en el parque del pueblo están entregando módulos con artículos de primera necesidad.

Pero el momento más difícil de una inundación viene después, cuando le toca al afectado entrar a la casa y constatar hasta dónde llega la pérdida.

El llanto aflora, como le sucedió a Radelymi Rosales Santana. Se sintió paralizada al ver tanto destrozo, humedad y churre en las habitaciones de su casa. No sabía por qué lugar empezar a limpiar. Para suerte suya llegaron sus compañeras de trabajo del Inder al saber de sus tribulaciones, y comenzaron a higienizar cada palmo de las habitaciones.

La ayuda y las atenciones de las autoridades mejoran el semblante de la gente y acuden a la memoria momentos menos dramáticos de esos días, como la gatica Luna que decidió pasar el evento encima de una mata de mango, de la que no bajó hasta que todo el terreno estuviera seco.

También se hablará de las hazañas de los rescatistas, que con el agua al pecho llegaron para proteger y evacuar a los encamados.

De inmediato acudieron a las zonas afectadas las máximas autoridades del Partido y el Gobierno en la provincia y los municipios. Foto: Yenli Lemus Domínguez

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