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Fidel, permanente predicador de la verdad

Juventud Rebelde comparte fragmentos de la presentación realizada por el director del Centro Fidel Castro, René González Barrios, en la inauguración, este 21 de enero, del evento internacional sobre la Operación Verdad convocado por Prensa Latina

Autor:

Juventud Rebelde

El triunfo de la Revolución Cubana el primero de enero de 1959 estremeció el mundo. Para el absoluto dominio hegemónico de Estados Unidos en América, fue un acontecimiento telúrico. Se rompía el modelo de relación bilateral de total dependencia, y nacía un proyecto político, económico y social, ajeno a los moldes del capitalismo global. La guerra en cualesquiera de sus variantes, por lo tanto, era inevitable. Solo faltaban los pretextos.

La primera acusación, desde los días iniciales del triunfo, fue la de comunistas contra los principales líderes del movimiento revolucionario, en el perverso entendido del significado del término para las grandes masas populares, contaminadas con la propaganda macartista que se respiraba en todo el continente, y muy especialmente en Cuba, laboratorio por excelencia de esa estrategia, con el Buró Represivo de Actividades Comunistas (BRAC) a la cabeza, y sus aliados de la CIA y el FBI.

En aquella Cuba dictatorial, en la que Estados Unidos, en alianza perfecta con el Gobierno y la mafia pensaban levantar una ciudad a semejanza de Las Vegas en el Caribe, sin escrúpulo alguno se guardó silencio ante los crímenes de Batista y sus adláteres. Contra aquellos golpistas y asesinos que quebrantaron el orden constitucional, no hubo reclamo alguno.

Más de 20 000 cubanos fueron asesinados por los esbirros del dictador. Las morgues de la Isla conservaban cadáveres de jóvenes sin identificar. Jamás hubo una comisión gubernamental estadounidense ni una campaña de la prensa internacional para cuestionarla. Los grandes medios ensalzaban la vida nocturna y el hedonismo de una Habana dispar y brutalmente desigual, dibujada como el lupanar del Caribe.

Durante el Gobierno de Batista, se cometieron crímenes horrendos. Los prisioneros del Moncada fueron asesinados y mostrados como muertos en combate. Lo mismo ocurrió en Alegría de Pío con los expedicionarios del Granma, en Matanzas con los asaltantes al cuartel  Goicuría, o con los jóvenes exiliados en la Embajada de Haití. En todos los casos, ni heridos, ni prisioneros; todos muertos. La prensa internacional no se movilizó ante estos hechos, ni ante los bombardeos indiscriminados a las ciudades de Sagua de Tánamo o Santa Clara, ni a los campesinos de las sierras orientales, víctimas de las bombas suministradas a la aviación de Batista, desde la Base Naval estadounidense en la bahía de Guantánamo.

Silencio absoluto ante las matanzas de cubanos en la ciudad de Holguín en diciembre de 1956, conocida como las Pascuas Sangrientas, o en el poblado de Cabañas, en la provincia de Pinar del Río en noviembre de 1958, que pasó a la historia como la Masacre de Cabañas.

Tampoco hubo movilización de la prensa para entrevistar a los asesinos del derrotado régimen, arribados con total protección a  Estados Unidos.

La historia, en sus cíclicos procesos, se repetía. Durante la Guerra de los Diez Años, el general Blas Villate de la Hera, conde de Valmaseda, con su llamada Creciente, exterminó a cientos de cubanos ante la mirada ciega y el silencio total del Gobierno de Estados Unidos. Lo mismo ocurrió con los masivos fusilamientos ordenados por el capitán general Antonio Fernández Caballero de Rodas. En la guerra del 95, la prensa del norte permaneció impávida ante la genocida reconcentración ordenada por el capitán general Valeriano Weyler Nicolau, que utilizaron después a su conveniencia, como pieza de denuncia, cuando necesitaron el pretexto para la intervención militar que tronchó nuestra independencia.

En los inicios de la década del 30, ya en el siglo XX, el general Gerardo Machado anegó en sangre inocente la Isla. Tampoco hubo reacción en cadena de la prensa estadounidense. Machado era un fiel aliado. Solo algunos destellos, con matices efectistas y satanizando al pueblo, cuando algunas de las víctimas de los crímenes y atropellos del tirano se tomaron la justicia por sus manos.

Lo cierto es que, en una Cuba subyugada, primero por la Enmienda Platt y los procónsules estadounidenses, y después por sus embajadores y asesores militares, cualquier crimen contra el pueblo ejecutado por gobiernos serviles al imperialismo, era silenciado. Los representantes del imperio no tenían ojos para ver los crímenes y latrocinios. Los respaldaban o toleraban. (...)

Ante semejantes crímenes se imponía la justicia. El pueblo clamaba por ella. La ética revolucionaria y martiana de Fidel, la misma que prevaleció en la Sierra Maestra con el trato humanitario a prisioneros y heridos del ejército enemigo, se impuso. (...)

Frente al reclamo popular de paredón para los asesinos, se erguían las nobles ideas de Fidel para borrar de la mente de las víctimas las terribles imágenes de ayer, y en esa línea de pensamiento de inmediato ordenó bombardear con ropas, juguetes, medicinas y alimentos, los mismos lugares que días antes había destruido la aviación del tirano.

En su discurso en Camagüey, el 4 de enero de 1959, Fidel reconocía la actitud del pueblo ante sus permanentes llamados al orden, en aquellas difíciles circunstancias.

La Operación Verdad fue la respuesta oportuna y transparente del líder de la Revolución Cubana ante la segunda campaña de satanización emprendida por los medios hegemónicos imperiales, esta vez contra la aplicación de la justicia revolucionaria. En menos de 48 horas se organizó todo. El 21 de enero, frente al antiguo Palacio Presidencial, Fidel convocó al pueblo.

Al día siguiente, en el Hotel Riviera, más de 380 periodistas de todo el mundo escuchaban los argumentos de Fidel del porqué de la aplicación de la justicia revolucionaria.

El 23 de enero arribaba a Caracas, como José Martí, a rendir tributo de agradecimiento al pueblo del Libertador Simón Bolívar. Allí le explicó a Venezuela y al mundo el sentido de la Operación Verdad. En un discurso en la plaza aérea El Silencio, reflexionaba:

«Nunca un ejército en el mundo, nunca una revolución en el mundo se llevó a cabo tan ejemplarmente, tan caballerosamente, como se llevó a cabo la Revolución Cubana. Enseñamos a nuestros hombres que torturar a un prisionero era una cobardía, que únicamente los esbirros torturaban. Enseñamos a nuestros compañeros que asesinar prisioneros, asesinar a un combatiente cuando se ha rendido y cuando se le ha ofrecido la vida si se rinde era una cobardía, y no fue asesinado jamás un prisionero.

«[…] Nosotros le dijimos al pueblo cubano: no arrastren a nadie y no teman absolutamente nada, los crímenes no quedarán impunes; habrá justicia para que no haya venganza, y el pueblo confió en nosotros. Le dijimos que habría justicia y confió en nosotros: no arrastró a nadie, no golpeó siquiera a ninguno de los esbirros que cayeron en sus manos, los entregaron a las autoridades revolucionarias. Tenía fe en que íbamos a hacer justicia, y era indispensable que hubiera justicia, porque sin justicia no puede haber democracia, sin justicia no puede haber paz, sin justicia no puede haber libertad.

«El más terrible daño que se les ha hecho a nuestros pueblos es la impunidad del crimen, es la ausencia de justicia, porque en nuestros pueblos no ha habido justicia nunca».

El 15 de abril de 1959, invitado por la Asociación de Editores de Periódicos, Fidel arribó a Nueva York. En permanentes intercambios con la prensa explicó el proyecto de la Revolución Cubana. Para el joven líder, la ocasión se convertía en oportunidad de oro para llevar al mundo, y especialmente a Estados Unidos, la realidad de un país en soberana transformación. El joven estadista colocó a Cuba en titulares de prensa a nivel mundial. Sin temores ni compromisos, la verdad de Cuba se hacía sentir.

En los tiempos en que vivimos, en los que el fascismo asoma nuevamente sus fauces, se impone la transparencia, oportunidad y efectividad del pensamiento de Fidel. El mundo necesita hoy de muchas operaciones Verdad. Urge la denuncia al genocidio israelí contra el pueblo palestino, la denuncia de la peligrosa guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, y la denuncia del criminal bloque de Estados Unidos contra Cuba, pueblo al que pretenden rendir por hambre.

Para Fidel, en la educación y la cultura se hallaba la capacidad de sobrevivencia de la Revolución Cubana. Solo un pueblo alfabetizado y culto puede ser independiente y soberano en su pensamiento y acción. De esa estrategia cultural de la Revolución, nacieron en 1959 instituciones emblemáticas para defender la verdad del quijotesco proyecto transformador emprendido por Fidel, entre ellas, la Imprenta Nacional de Cuba, el Icaic y la Casa de las Américas. Prensa Latina también nació en ese año, como expresión de la vocación soberana, latinoamericanista y antimperialista de nuestros pueblos. Nació para hacer de la verdad, la esencia del periodismo ético y humanista que necesitan nuestros pueblos y que siempre predicó Fidel.

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