Jóvenes universitarios han decidido volcarse hoy para combinar los estudios diarios con las horas, energías y creatividad para educar a otros. Autor: Avilarte Publicado: 21/12/2025 | 12:30 am
¿Educar puede cualquiera? Es una pregunta que no admite respuestas simples ni gastadas. Transmitir ideas tal vez lo pueda hacer cualquiera con cierto nivel de conocimiento. Pero educar, en el sentido integral de la palabra, que encierra formar ciudadanos críticos, éticos y de bien, es tarea de una densidad humana que dista mucho de ser algo simple e inherente a todos.
En el contexto cubano actual, en medio de un período de dificultades económicas profundas y tensiones complejas, el sector educativo, pilar histórico de la Revolución, siente como otros el peso de estas realidades: Escasez de recursos, infraestructura que se resiente, maestros sobrecargados y una fuga de talentos son particularmente lacerantes.
La verdadera dignidad reside entonces en encontrar alternativas para sobreponerse a la lógica del desaliento, a las tendencias que nos rodean. Con esa premisa desde el 2013, asumió la Federación Estudiantil Universitaria la tarea Educando por amor, en la cual alrededor de mil jóvenes universitarios han decidido volcarse hoy para combinar —a lo largo del tiempo—, los estudios diarios con las horas, energías y creatividad para educar a otros.
Voluntad en acción
Daiyor Castro Ramírez es de esos jóvenes que asumió el reto de enseñar desde el amor. Mientras cursaba el segundo año de la carrera de Periodismo aceptó el desafío de impartir la asignatura de Español-Literatura a dos grupos de 11no. grado en el capitalino preuniversitario Tomás David Royo Valdés.
«La primera vez que me paré frente a un aula, confiesa, no me resultó tan impactante, porque ya había sido monitor en el pre. Pero el temor estaba ahí porque ya no eres un estudiante más, ahora eres el profesor».
Ese tránsito de alumno a maestro lo obligó a enfrentar nuevas interrogantes. ¿Cómo lograr que los adolescentes se interesaran por la literatura?, ¿cómo transmitir seguridad cuando la labor es imponente? Admite que lo más desafiante fue asumir el rol de profesor frente a un grupo que siempre esperaba de él el máximo de conocimientos.
De ahí que otro abanderado de la tarea, Enmanuel Oliva Court, estudiante de 2do. año del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, asegure que «para pararse delante de un aula y ser educador hay que tener valor».
Como parte de la tarea Educando por amor, recuerda, «quería transmitir los conocimientos que adquirí en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas de Guantánamo José Maceo Grajales, a mis nuevos estudiantes en La Habana». Pero el reto no fue fácil, confiesa.
En esa experiencia, apunta, coincidí con jóvenes que «carecen del hábito de estudio y de metas profesionales. Algunos, incluso, que asistían a clases como algo secundario, “por asistir”. Sin embargo, hemos logrado muchos más avances de los que esperaba», reconoce con optimismo al hablar de sus métodos didácticos a la hora de hacer más ameno el turno de clase.
A pesar de ello, lidiar con adolescentes de caracteres muy marcados y personalidades divergentes, dice, contribuye a fortalecer las habilidades del educador.
En esa línea, una de las diferencias marcadas que sintió como un desafío Yasmín Fagundo Alonso, durante su propia experiencia en la Tarea como profesora de Español-Literatura a un grupo de 11no. grado, fue la diferencia generacional.
«Los adolescentes ponían a prueba mi seguridad, conocimientos e incluso mi humanidad», afirma. «Al verme tan joven, lo primero que asumieron fue que la clase no sería responsable. Y tuve que trabajar duro para ganarme su respeto y confianza».
Fueron noches de desvelo buscando iniciativas para motivarlos, convencida de que el potencial desaprovechado duele más que cualquier otra cosa. Poco a poco, asegura, logró su objetivo, y sintió la responsabilidad de transmitir, con la asignatura como excusa, «conocimientos sobre Cuba, en aras de cultivar en ellos el amor por la Patria».
También se interesó por debatir temas variados como la influencia de los constantes cambios del mundo en la literatura, así como aspectos económicos, políticos y sociales que no comprendía bien su adolescente auditorio, para ir intencionando en ellos la cultura general integral.
Admite que enfrentar la indisciplina propia de una edad inmadura y la desmotivación es todo un reto.
Y a eso debemos sumarle que equilibrar la vida universitaria con el compromiso de ser maestra no es nada fácil. Yasmín refiere que el trayecto de docente «ha requerido el doble de esfuerzo: sacrificar madrugadas y fines de semana, porque no solo se trata de impartir clases, sino de estar disponible en todo momento para los alumnos».
Como ella misma reconoce, establecer un balance entre ambos procesos de idéntica importancia no siempre ha sido posible.
Empatía como respuesta
Durante casi cinco meses Ichel Carballal Sánchez asumió el reto de enseñar a dos grupos de 9no. grado en la secundaria básica Hugo Rafael Chávez Frías, en el municipio capitalino de Boyeros.
Relata que la experiencia del proyecto se convirtió en una de las más gratificantes de su vida. Años después, todavía la saludan en la calle con un «profe», gestos que se han transformado en orgullo. «A pesar de haber estado poco tiempo, aprendí muchísimo. La verdadera recompensa fue la satisfacción de acompañar y dejar huella en otros».
Para Ichel, la palabra que mejor define la experiencia es, justamente, amor. Desde el inicio, se presentó como alguien en quien sus alumnos podían confiar, más allá de la autoridad de la maestra, y su decisión de conocer a los estudiantes sin prejuicios fue clave.
«Les dije que quería crear mi propia opinión de cada uno de ellos, eso les transmitió confianza; porque los nuevos maestros siempre llegaban predispuestos por las descripciones de otros», recuerda.
Durante esa etapa descubrió la importancia de atender las inquietudes personales de los adolescentes, no siempre desde el rigor, sino escuchando y acompañando. Dominar ambos aspectos es crucial para lograr un vínculo auténtico que favorezca tanto el aprendizaje como el crecimiento humano.
La innovación fue su herramienta para conectar con los estudiantes. «Siempre trataba de llevar presentaciones en PowerPoint, videos, materiales visuales para hacer las clases más dinámicas». Su percepción establece que los adolescentes de hoy crecen en un mundo tecnológico distinto, y el desafío del maestro radica en presentarles algo nuevo, una propuesta trasformadora que los sorprenda en el aula.
Los profesores de estos tiempos, asegura, parecen destinados a la superación constante, a una de mayor exigencia. Y lo dice porque hoy los estudiantes tienen acceso a las nuevas tecnologías, a las redes sociales, por lo que someten a juicio y contrastan de manera continua la opinión de los maestros.
Una de las clases más memorables de Ichel fue sobre las consecuencias del consumo de drogas, recuerda. «Decidí abordarla con un poema que había marcado mi propia adolescencia. Comienza como una historia de amor y después percibes que habla de la droga. Los estudiantes quedaron atrapados por el texto y luego escribieron sobre el tema desde perspectivas diferentes, alejadas de discursos repetitivos».
Valor, amor y experiencia. Paciencia, perseverancia, autoridad. Legitimidad forjada en el fuego de la vida cotidiana. Todos son necesarios para educar, más allá de la vocación. Pero también el ejemplo. Educando por amor, para estos jóvenes, también ha significado rendir homenaje a los educadores que marcaron su formación.
Ahora ellos concentran sus voluntades en multiplicar un poco de lo que aprendieron, para apropiarse con calidez de un espacio en la memoria de sus nuevos estudiantes, y que, con un poco de suerte, ellos sigan sus pasos. Educar es una labor titánica, austera, pero cuando llega con amor verdadero ennoblece y conquista.
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