Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Amaury Pérez en viejas (y renovadas) aguas

Autor:

Frank Padrón

El disco Agua es un abrazo definitivo del cantautor cubano al pop-rock y a las tendencias contemporáneas, ya esbozadas en Poemas de José Martí cantados por Amaury Pérez

Canciones escritas entre 1976 y 1979, más dos poemas musicalizados, conforman Aguas (1980), el tercer disco de Amaury Pérez realizado por el cantautor a principios de su carrera: un repertorio del que no ha podido desprenderse jamás ante las exigencias de los públicos aquí y allá. Por primera vez en Cuba, mediante esta placa (lógicamente, en vinilo que era el soporte de entonces) se lograba una comunión entre los textos de la llamada «nueva canción» con las tendencias más importantes del momento en el pop, el jazz y el rock, mientras que Pérez reafirmaba lo que ya había asomado en los discos anteriores (Acuérdate de abril y Poemas de José Martí cantados por Amaury Pérez): el hecho de ser, desde ya, un baladista de personalidad y rango.

Aguas, disco preferido de este crítico y de su autor, se ha editado varias veces en Cuba; y con otros nombres, en Perú, México, España, Puerto Rico y Venezuela. Técnicos de la EGREM lo consideran el mejor que se grabara en sus estudios, y grupos como Irakere perfeccionaban su sonido a partir de la matriz.

¿Qué son estas Aguas? Primeramente, un giro radical, un abrazo definitivo de Amaury al pop-rock y a las tendencias contemporáneas, cierto que esbozadas en Poemas...; en segundo lugar, uno de esos trabajos en que el todo y las partes obedecen a un sólido concepto.

A pesar de que inexplicablemente el título del disco no aparecía en la carátula —el mismo no es solo un nombre elegido al azar para el «bautizo», sino que guarda una estrecha relación con los temas que lo integran—, todo aquí es líquido, fluido: algo semejante al LD Wet (Húmedo), de Barbra Streisand (1979).

Una vez que se entra en sus acuáticos surcos, salta a la vista el carácter simétrico de la distribución, al aplicar un equilibrado criterio en los aspectos temático-musicales, pero es en la contundente solfa donde el criterio orquestal entra a jugar su decisivo papel (tanto en su conjunto como en las individualidades) del avezado y (pos) moderno Ricardo Eddy «Edito» Martínez.

Acaso el mérito principal del fonograma radique en su superobjetivo: entregar buenas canciones hechas en Cuba, agradables a la juventud pero no solo a ella, con lo cual el autor se encaminaba ya a una expresión nacional, salida de aquí que, sin embargo, admite cuánto buen aporte le llegue: aquel martiano criterio de integración creadora que refuerza la esencia, lo cual se aprecia en la abundante presencia de células musicales nuestras dentro del aludido sonido internacional.

Ideotemáticamente, empieza ya a predominar el sentimiento erótico, sin que falte la incisiva crítica social (No lo van a impedir), incluyendo la elegía del hombre empujado al alcoholismo (El vino triste), la amistad (Yo tengo un amigo) o ese resumen donde se atacan el facilismo y la derrota (Aguas). El conjunto, por otra parte, es todo un poemario donde se aprecia una creciente madurez tropológica en su autor, un lenguaje coloquial pero refinado, fresco, sin coqueteos con el artificio, con abundantes recursos expresivos muy bien trabajados, que devienen singular nivel literario.

Continúa la utilización de las estaciones, esa constante, como signo de diversos estados de ánimo, pero mucho más feliz resulta una colección de audaces y abundantes metáforas, imágenes de gran fuerza, buen uso de lo que el poeta y crítico literario español Carlos Bousoño llamara «ruptura de sistema» o la paradoja, que hacen olvidar algunos instantes algo forzados o sin parejo vuelo.

Musicalmente, en la propia concepción original y/o en los arreglos, hablábamos de influencias, pero muy bien asimiladas e integradas: desde el rock sinfónico de Kansas hasta el progresivo de Gino Vanelli, pasando por el freejazz de Chick Corea y los superteclados de Frank Zappa, Elton John y Rick Wakeman, con el aleteo interno de la mejor canción trovadoresca.

Disco exquisito, estas Aguas sin duda conducirían a su autor, Amaury Pérez, hacia el mar de la plenitud artística.

El nuevo bautizo

Veintisiete años después de haber sido grabado el LD anterior, Amaury se sumerge de nuevo en aquellas Aguas para facturar un CD (doble, con la habitual elegancia de Moltó en el diseño sobre las expresivas fotos de Alderete) y un DVD, editados por el Instituto de la Música mediante su sello Colibrí, donde aparecen remasterizadas, en el primero de ellas, las Aguas originales (impecable el trabajo de Víctor Cicard) y donde varios de sus colegas (en el otro) le rinden un homenaje, al interpretar las canciones que integraron aquel mítico fonograma.

El propio autor distribuyó cada pieza entre los participantes, según «encajaran» en cada estilo particular, y por ahí debemos comenzar a ver los aciertos de esta Aguas revisitadas, como se denomina el nuevo (o renovado) proyecto: la indudable complementariedad lograda entre esas canciones y sus intérpretes.

De entre estos, sobresalen: el desgarramiento que proyecta un excelente cantante como Manuel Argudín, dando vida a los reclamos «etílicos» y esotéricos que lanza El vino triste (uno de los poemas, del argentino Armando Tejada Gómez); el exacto complemento rockero de Santiago Feliú para Adonde el agua; el lirismo habitual de Beatriz Márquez en una pieza de por sí tan lírica como A que te olvide, o la menos filosófica, pero sí más íntima y apasionada Dame el otoño, tan bien entendida y proyectada por Anabell López; la energía sempiterna de Sara González en ese himno de reafirmaciones que es No lo van a impedir, la ternura y precisión vocalística de Kiki Corona en Aguas, o el sensual, casi acariciante Soneto (el otro texto no propio, nada menos que de Nicolás Guillén) que en Liuba María Hevia encontró a la intérprete ideal.

La orquestación de un músico creativo y talentoso como José Manuel Ceruto, volcó al nuevo CD la sabiduría tímbrica y armónica que le caracterizan: respetuoso del original, sin embargo, no dejó de modernizarlo mediante una plataforma jazzística de indiscutible vanguardia, reforzando vientos, ajustando cuerdas, puntualizando criterios percutivos donde era preciso, para entregarnos una experiencia fiel a los cimientos iniciales, pero enriquecida, moderna, biensonante en todos los sentidos, algo que la mezcla y la grabación (Orestes Águila) encauzaron hacia el mejor puerto.

El DVD ofrece una exhaustiva entrevista con el autor, quien (buen conversador donde los hay) explica hasta el detalle los intríngulis de tan apasionante aventura discográfica; un bien editado documental (Ángel Alderete) con momentos de la nueva grabación y, por supuesto, las piezas que lo integran y que, como excelente noticia, incluyen (así el CD) dos bonus track con una siempre gigantesca Omara en una nueva versión de Vuela pena que, como sabemos, grabara por la época, y al propio Amaury en un arreglo más rítmico, como rumbero, de su pieza emblemática Acuérdate de abril (me imagino que, al igual que yo, la mayoría se quede con el original, mas sabemos cómo siempre los cantautores rehacen con el tiempo sus obras, lo cual no deja de ser saludable).

De modo que estas Aguas, renovadas, ensanchadas, reelaboradas, han pasado del hermoso y sencillo manantial que fueron en sus orígenes, a todo un mar de sonidos y versos que, más de un cuarto de siglo después, tocan de manera delicada pero certera, ese punto cenital que algunos llaman horizonte.

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