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Casa de las Américas, la casa de todos

Autor:

Juventud Rebelde

No se puede hablar de la proyección latinoamericanista de la Revolución Cubana sin mencionar a esta institución cultural que en 2009 cumple 50 años de creada

Nació de Haydée, que es igual a decir Revolución, que es igual a decir pueblo que se yergue y multiplica sueños. Siempre con la visión puesta en el porvenir y abierta al mundo, en especial a los países latinoamericanos y caribeños. Quiso ser útil y aunó esfuerzos. Sumó voces y las hizo crecer, tanto que cuando todos los gobiernos latinoamericanos, a excepción de México, rompieron relaciones diplomáticas con Cuba, expulsada de la OEA (1962), se convirtió en uno de los vehículos que impidieron el total aislamiento.

Inspirados en su espíritu renovador, cientos de creadores procedentes de todo el orbe dijeron «Sí por Cuba» y ayudaron a estrechar los vínculos entre los artistas y escritores latinoamericanos y caribeños y a difundir sus obras.

Mencionar nombres sería injusto, pues fueron muchos los que abrazaron el naciente proyecto creado el 28 de abril de 1959 por la Revolución Cubana. Cuentan que un gran número de ellos se conoció en el edificio, con apariencia externa de templo, que desde entonces sirve de sede a esta institución. Pero que antes «llegó a albergar a un conglomerado heterogéneo de organismos, al parecer inoperantes», relató en una ocasión su presidente actual, el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, Premio Nacional de Literatura 1989.

«El propio edificio se llamaba Casa Continental de la Cultura; y uno de aquellos organismos, la Asociación de Escritores y Artistas Americanos, editaba la revista América: lo cual explica la existencia del mapa en piedra de toda la América (salvo las Antillas Menores y otras islas) que la construcción ostenta en su fachada», comentó Retamar, quien rememoró en exclusiva para JR los criterios que alentaron el surgimiento de esa institución cultural.

«La creación de la Casa, a menos de cuatro meses después del triunfo de la Revolución Cubana, reveló claramente la vocación continental de nuestra Revolución. Y el que al frente de la Casa estuviera la extraordinaria mujer que fue la heroína Haydée Santamaría, hizo destacar la importancia que se le concedería a la naciente institución.

«Recién fundada, en 1959, trabajé en ella. Recuerdo que ofrecí la segunda conferencia que tuvo lugar en la Casa. Después salí a Francia en misión diplomática. Pero desde 1965, en que comencé a dirigir su revista, he estado intensamente vinculado a la Casa, la cual, durante más de 43 años, ha sido en gran parte mi vida.

«Nunca pensé que algún día iba a presidirla. Haydée me parecía inmortal, como ella dijo del Che. Mariano y yo éramos vicepresidentes de la Casa. En 1980, tras su muerte, la presidencia recayó en Mariano; y al jubilarse él en 1986, me tocó asumir la responsabilidad», confesó el también presidente de la Academia Cubana de la Lengua.

La vigencia de un premio

En el propio año 1959, Casa instauró un premio literario, convocado con el propósito de estimular y difundir las letras del continente, el cual favoreció —y todavía lo hace— el contacto de la intelectualidad del mundo con la realidad cubana.

A la altura de 50 años, este certamen sobresale por su repercusión internacional, originalidad, vigencia, y es uno de los más prestigiosos del planeta, e incluso el más antiguo de su tipo en América Latina. Alejo Carpentier redactó las primeras bases y nombró a gran parte de los jurados.

Para hacerlo realidad fue preciso vencer el bloqueo cultural que impedía la llegada de las obras y la presencia de quienes debían evaluarlas.

Benedetti, por ejemplo, tuvo que volar 50 horas en varias etapas para venir por vez primera a Cuba, en enero de 1966, e integrar el jurado en la categoría de novela. Quedó incluso anclado durante 18 días en Praga porque, como escribiría años más tarde, «los viejos y beneméritos aviones Britannia (los únicos que entonces tenía Cuba) carraspeaban, tosían, padecían náuseas, disneas, temblores y escalofríos, y a veces era imprescindible que fueran urgentemente atendidos por los geriatras de la aeronáutica. Pero estoy seguro de que la Casa nos hubiera traído en avionetas, o en barcos de vela, o en lanchas con motor fuera de borda, con tal de que el Premio siguiera derrotando al bloqueo».

No mejor suerte corrían los manuscritos destinados al Premio, los cuales se recibían después de increíbles complicaciones, en aquellos años fundacionales, y a veces no llegaban. El argentino Julio Cortázar pudo dar fe de dicha experiencia: «los buitres que rodeaban Cuba en un bloqueo total y despiadado los destruían, cuando los miembros del jurado tenían muchas veces que dar la vuelta al mundo para acceder a un aeropuerto que poco se parecía al de hoy».

Pero valía la pena: el concurso representaba «algo así como un desafío desesperado», afirmaba. Un desafío necesario debido a que su creación, a decir del poeta uruguayo, ayudó a «luchar contra la segmentación y el desmembramiento de nuestra cultura, fomentados desde siempre por el imperialismo. Por lo general, los escritores y artistas latinoamericanos y del Caribe sabían más de lo que se producía en París, Londres o Nueva York, que de lo que se creaba en México, Caracas, La Habana, Lima, Buenos Aires, Kingston o Montevideo».

La permanente relevancia de este Premio tras medio siglo dando a conocer al mundo obras de valía universal, se debe, sobre todo, a que «goza de mucho prestigio, por la calidad de los jurados que escogen dicho premio y la seriedad de la institución que lo otorga», subrayó, por su parte, Roberto Fernández Retamar.

Sueños realizables

Si bien la más conocida labor de esta institución cultural es el Premio Literario Casa, al que concurren tanto escritores consagrados como noveles, ella impulsa también el quehacer de artistas plásticos, músicos, teatristas, periodistas y estudiosos de la región y de otras partes del mundo.

El optimismo que ahí se respira tiene mucho que ver con Haydée. Su talento, generosidad y comprensión, su mirada integradora y latinoamericanista laten en cada proyecto de la institución, en cada sueño realizable, aun cuando muchos de los que actualmente dirigen Casa no tuvieron el privilegio de conocerla personalmente, pero se nutren de su ejemplo imperecedero.

La inolvidable manera con que la Heroína del Moncada y de la Sierra solía vincular la política y la sensibilidad humanista está presente en este espacio de encuentro y diálogo, de esperanzas y realizaciones. También su convicción, como recuerda Retamar, de «que los trabajadores de la Casa de las Américas no son solo los que laboramos en sus recintos, sino también los muchísimos seres que a lo largo de toda nuestra América, y aún más allá de sus fronteras, han hecho y hacen posible su existencia.

«Haydée trazó lineamientos que han llegado vivos a nuestros días. E incluso algunos de nosotros, que trabajamos bajo su conducción, seguimos aquí, y hemos intentado, con éxito, que gente joven, como son la mayoría de los trabajadores de esta institución, conserven vivos esos lineamientos y los enriquezcan con nuevas perspectivas, con nuevos fuegos».

Tiene la Casa de Haydée, la Casa de todos, varios departamentos que permiten impulsar la cultura y la defensa de lo mejor de las tradiciones, sin renunciar a la contemporaneidad; una editorial; un Centro de Estudios del Caribe y una biblioteca especializada.

Ningún elogio podría abarcar todo cuanto hacen los trabajadores y amigos de Casa. En la decisión de la Revolución Cubana (hago mías las palabras de Julio Cortázar, en 1980), «de dar al máximo, de proyectarse más allá de la órbita local como la única manera de encontrarse auténticamente consigo misma», la labor de la Casa de las Américas asume una significación trascendental.

Mucho más ahora que América Latina está viviendo procesos de cambios, acontecimientos muy trascendentes como la Venezuela Bolivariana, Ecuador con Correa y Bolivia con Evo Morales, quien introduce, además, el factor indígena.

«Ya es visible para todos lo que Martí llamó la segunda independencia de nuestros pueblos y comenzó a hacerse realidad en la Cuba de 1959... Siempre confié en que un día nuestra América se pondría en pie, y así está ahora y seguirá estándolo en el porvenir», concluyó Roberto Fernández Retamar.

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