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Orquesta Sinfónica de Holguín: un colectivo joven, pero excepcional

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Durante la edición 16 de las Romerías de Mayo, la prestigiosa agrupación deleitó a todos con su interpretación de la Sinfonía no. 9 en Re menor. Opus 125 «Coral» de Beethoven

Todos quedamos pasmados. Incluso los incrédulos que dudaban de que una agrupación del «interior» pudiese interpretar con dignidad la Sinfonía no. 9 en Re menor. Opus 125 «Coral» de Ludwing Van Beethoven. Una hora y media después de que el maestro Enrique Pérez Mesa se pusiera al frente de la Orquesta Sinfónica de Holguín (OSH) para que los hijos de la tierra oriental ejecutaran una de las obras más complejas de la literatura orquestal de todos los siglos, las más de 1 500 personas reunidas en la Plaza de la Revolución para presenciar un acontecimiento cultural sin precedentes en la Isla, quedaban convencidos de que en lo adelante habría que hablar de un antes y un después de la Novena «holguinera».

El significativo suceso tuvo lugar hace apenas una semana, durante la edición 16 de las Romerías de Mayo, el más importante evento que auspicia la Asociación Hermanos Saíz. Parecía que los muy jóvenes instrumentistas que conforman la OSH estaban dispuestos a «lanzarse al abismo» con tal de que por fin se tocara en la Ciudad de los Parques no solo el impresionante Cuarto Movimiento que Beethoven concibiera inspirado en la afamada Oda de la alegría de Schiller —los organizadores de las Romerías la eligieron como su himno—, sino toda la monumental composición. Y no encontraron un mejor momento que la celebración del aniversario 185 de su estreno mundial.

Muy cercano al quehacer de la OSH, el maestro Frank Fernández pudo hacerlos desistir de la idea. Sin embargo, los entusiasmó, y no exactamente movido por el orgullo que siente de ser holguinero de pura cepa. «Para mí es una de las mejores orquestas sinfónicas del país, fundamentalmente en las cuerdas, gracias al magisterio de un gran profesor como Héctor Luis Barrientos Ochoa, quien, después de estudiar en Rusia, perfeccionó un método de enseñanza que consigue que todos toquen bien ese instrumento en esta ciudad.

«No ocurre así en todas las especialidades, pero en los contrabajos, por ejemplo, lucen un primer contrabajo “fuera de serie” como Maikel Rodríguez Cruz, quien a su vez tiene un alumno (Henry González Leyva) que, para mí, es un gran virtuoso de Cuba y Latinoamérica. Como puedes apreciar, Holguín tiene ese empuje».

Fernández aseguró a Juventud Rebelde que «en todo caso, el loco no fui yo: fue Harold Ricardo, director general de la OSH; la orquesta misma, la gente de aquí... Sí apoyé, pero sin el maestro Enrique Pérez Mesa, quien se arriesgó a asumir la Novena Sinfonía al aire libre, con nuestros micrófonos —no con los que se utilizan en Leipzig o Weimar—, no hubiera sido posible.

«Contribuyó también al éxito la entrega de los cuatro formidables solistas (María Dolores Rodríguez y Norkristian García —ambas holguineras—, así como Marcos Lima Lima y Rigoberto López Molina), que defendieron de un modo asombroso estos papeles tan difíciles —a Beethoven le decían el asesino de pianistas y violinistas, y el matagargantas—, mientras que los coros estuvieron espléndidos, no sé si se crecieron, porque no habían sonado de esa manera durante los ensayos...

«No fue perfecto —tecnológicamente se necesitaban más recursos—, pero resultó maravilloso lo que todos ellos lograron, y eso es un triunfo de la cultura cubana».

¿En segundo plano?

Pueden ser contados con los dedos de las manos los sucesos culturales de Holguín que hayan sido sonados, donde no aparezca la impronta del reconocido promotor cultural Jorge Luis Sánchez Grass. Y en el mundo de la música de concierto, la Novena Sinfonía fue una locura «disfrutable», como le place decir. Sobre todo, porque ya acumulaba la experiencia de su quehacer como director artístico en la realización (también al aire libre) de la Obertura 1812, de Tchaikovski. Solo que esta vez el desafío fue mayor:

«Las condiciones no eran óptimas para presentar un espectáculo de tanta envergadura, pero nos sobraba voluntad y contábamos con una orquesta mucho más madura y de probada calidad. A nadie se le ocurre interpretar la Obertura 1812 con una orquesta de provincia, y mucho menos la Novena, que aquí se montó prácticamente en 20 días. Era un viejo sueño de Alexis Triana, presidente del Comité Organizador de las Romerías de Mayo, imposible de enfrentar hasta ahora, porque desde el punto de vista de la producción era como hacer otra Romería. Lo conseguimos “conspirando”.

«Hubo que fusionar las voces del Orfeón Holguín, dirigido por María Fernandina Aldana —está cumpliendo 45 años—, con el del Teatro Lírico Rodrigo Prats, conducido por Concepción Casals; trabajar las partituras, buscar asesoramiento en alemán, seleccionar los cantantes solistas..., para que Beethoven estuviera en Holguín».

En el incuestionable éxito jugó un papel determinante el director asistente de la OSH, Orestes Saavedra, quien se encuentra cursando el último año de dirección de orquesta y composición en el ISA. Miembro desde el 2003 del colectivo sinfónico holguinero, Saavedra había llevado a cabo dos grandes asistencias (una de ellas la Obertura 1812), antes de asumir idéntica responsabilidad con la Novena, «una obra que hacen solo los grandes directores y debía tenerla lista para que cuando llegara el maestro Enrique Pérez Mesa solo diera los contrastes finales.

«Se trata de una composición de notables dificultades técnicas, con reiterados cambios de tiempos. Prepararla fue muy duro. Trabajé con los músicos de la orquesta y con los 12 instrumentistas invitados y los estudiantes; les exigí y exhorté a que estudiaran sin descanso para que tuvieran la música en los dedos y en las mentes», explica Saavedra, quien por estos días salta de felicidad desde que supo que dirigirá al maestro Frank Fernández con la OSN, interpretando también a Beethoven.

«Cuando pensé que mi labor había terminado, me solicitaron que atendiera los coros, con más de 60 voces. Cada día se nos acercaban personas interesadas en estar. Hasta un inglés que vacacionaba en Cuba, que nos escuchó en los ensayos, nos pidió cantar; le dimos una partitura y estuvo con nosotros... Sí, fue duro, pero me siento honrado, un artista privilegiado, porque pude dirigir, aunque fuera en un “segundo” plano, la Novena», dice con emoción Orestes, minutos después de que Pérez Mesa lo invitara a subir junto a él al podio, para compartir la merecida ovación.

«Por supuesto que sacar adelante una partitura tan compleja requiere de mucho esfuerzo, y se pudo conseguir, en buena medida, gracias al quehacer de Saavedra. Esta orquesta, que se distingue por su férrea disciplina, había elaborado un plan detallado para enfrentar la obra. Y me encontré con una orquesta muy bien preparada, lo cual no dice poco de ella y sus integrantes».

El director titular de la Orquesta Sinfónica Nacional señala que, en esta segunda ocasión, se sintió más a gusto y seguro al llevar la batuta en la Novena Sinfonía —debutó en esta «hazaña» en el 2004, durante la Feria Internacional del Libro dedicada a Alemania—, «quizá porque mi experiencia es mayor y porque me encanta trabajar con jóvenes deseosos de lograr cosas. Por eso, ya les dije que podían contar conmigo para fin de año, cuando piensan defender el Réquiem de Mozart».

Sin arrepentimientos

Lejos estaba Harold Ricardo de pensar que justamente en Holguín, su tierra natal, tendría la posibilidad de realizar un anhelado sueño. Ahora reconoce que en el 2001, cuando se graduó en el ISA, regresó a su ciudad a regañadientes para cumplimentar el servicio social. «Mi camino profesional estaba bastante labrado en la capital, pues formaba parte de la Orquesta Música Eterna, con el maestro Guido López-Gavilán, y de la Sinfónica Nacional con el maestro Iván del Prado. Me costó, pero comprendí que en Holguín estaba mi lugar».

Estuvo un año dándose cabezazos, asegura, porque la orquesta o el proyecto de orquesta —eran solo tres violinistas, dos violistas y un contrabajista— permanecía inactivo. «Supe enseguida que si quería cambiar el estado de las cosas debía participar, asumir responsabilidades. Por eso acepté formar parte del consejo técnico, de la dirección de la orquesta».

—¿Satisfecho?

—Sí, aunque siempre puede ser mejor. Llevábamos un mes preparándonos para ese concierto, durante el cual ensayamos diariamente de una manera muy intensa. Desmontamos la obra por partes, por secciones, trabajamos por atril, por cada músico... porque le exige mucho a cualquiera orquesta profesional del mundo —de hecho apenas se ejecuta—, y más a la nuestra, que es joven y cuya nómina la integran estudiantes en más de un 50 por ciento.

«La Novena Sinfonía nos permitió medirnos, saber de qué somos capaces para si algún día llegáramos a tener las condiciones que requiere la música de concierto, enfrentar proyectos que enriquezcan el espíritu de nuestra gente».

—¿Qué le falta a la OHS para consolidarse?

—Resolver dos problemas fundamentales: el primero, el completamiento de todas sus secciones. Somos una orquesta A2 (aquella que tiene dos instrumentos de viento por secciones) y solo contamos con un oboe y un corno —ninguno de Holguín.

«En segundo lugar, necesitamos una sala de conciertos donde podamos ensayar y presentarnos. Somos objetivos, sabemos la situación del país y no pedimos que sea pronto, pero ¿cuánto más no podríamos hacer si contáramos con las condiciones necesarias?».

—¿Te arrepientes de haber asumido la dirección?

—No. Cuatro años después me siento muy feliz de que la OSH haya participado en todos los encuentros nacionales de orquestas sinfónicas, y que en todos haya sido elogiada por su trabajo, su disciplina, y porque también asume sin miedo los retos más difíciles; esos que hacen decir a los escépticos: «están locos». Y tienen razón: locos por trabajar, por hacer arte.

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