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Los zombis llegaron ya

La coproducción cubano-española Juan de los Muertos de estreno en los principales cines de La Habana, ha recibido buenas críticas y ovaciones que la acompañaron en sus largos periplos internacionales, o los premios del público en numerosos festivales del mundo

Autor:

Joel del Río

Para quienes todavía no han visto el Prado, Malecón u otros lugares emblemáticos de la capital invadidos de muertos vivientes, torpes y hambrientos caníbales, en fin, zombis pútridos y tambaleantes, pero absolutamente ridículos y ridiculizables, será una sorpresa burlesca, a ratos desconcertante, enfrentarse con Juan de los Muertos, coproducción cubano-española de estreno en los principales cines de La Habana.

Concebida a medias entre la parodia a un cine de horror y suspenso apenas visto en Cuba, y también dentro de los cánones habituales de la comedia satírica de costumbres con pinceladas de humor negro, la película ha conseguido aureolarse con un prestigio de producto raro, medio exótico, porque si una epidemia zombi invade La Habana algo bizarro, extraordinario y singular debe llenar la pantalla, como corroboran en alguna medida las risas, buenas críticas y ovaciones que la acompañaron en sus largos periplos internacionales, o los premios del público en numerosos e importantes festivales del mundo. Estamos delante de la película cubana que ha gozado de mayor divulgación a nivel mundial en los últimos cinco o diez años.

Pensada sobre todo para el público amante de la comedia bufona, irreverente e incorrecta, y también para un auditorio principalmente juvenil, Juan de los Muertos ha devenido sorprendente triunfo del cine joven cubano, pues una parte importante de su colectivo realizador proviene de las aulas de la Escuela Internacional de Cine y Televisión, en San Antonio de los Baños, o de la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisuales del Instituto Superior de Arte.

Entonces, hecha por jóvenes, y coproducida entre la firma española La Zanfoña Producciones —interesada en contar historias peculiares y arriesgadas—, y la cubana Producciones de la 5ta. Avenida, la película carece de referencias anteriores dentro de la producción audiovisual nacional, que apenas ha rozado las tinieblas y los crímenes propios del género del terror, y por lo tanto tampoco ha producido sátiras o parodias respecto al cine de horror o al de acción y aventuras. El formulismo repetitivo de este tipo de películas terminó originando los guiños paródicos que caracterizan las llamadas comedias de terror, y de tales códigos se apropia el director y guionista Alejandro Brugués para realizar este tan inusual largometraje en el ambiente audiovisual cubano.

Para ofrecerle al lector los avances imprescindibles que se esperan de toda crítica informativa, hay que relatar algo de la trama: en Juan de los Muertos surge de súbito el contagio de los muertos vivientes, el pánico se apodera de los habaneros, pero entonces llega un héroe salvador, un hombre de 40 años que se ha dedicado a vivir sin hacer absolutamente nada, y que descubre una forma de hacer dinero con relativa facilidad.

El papel principal fue encomendado a Alexis Díaz de Villegas, un «héroe» que parece inspirado en las películas de Bruce Lee, de samuráis y artes marciales, e incluso en Batman, y va siempre acompañado por su amigo Lázaro, un hedonista y holgazán, interpretado desde la distancia intencionada y socarrona por el también realizador Jorge Molina. A Díaz de Villegas y Molina se suma Jazz Vila como la China, un travesti avispado y mordaz a quien pertenecen algunos de los mejores momentos cómicos de este trío, que conforma una empresa privada encargada de matar a los seres queridos, es decir, a los zombis.

Aparte del costado humorístico y eminentemente dirigido al entretenimiento, y el innegable propósito carnavalesco de Brugués en este, su segundo largometraje de ficción —su ópera prima Personal Belongings apostaba por el melodrama mínimo—, afloran conceptos válidos a la hora de interpretar cabalmente esta historia de las hostilidades entre pillos y zombis, en tanto forma parte de la saga aventurera, encarnada por los numerosos héroes y superhéroes del cine de acción y violencia, en su batalla contra los zombis (o vampiros, mutantes, hombres lobos…) y en relación con la instintiva necesidad de los seres humanos de rebelarnos contra lo viejo y lo muerto, lo oscuro y corrupto.

Brugués exalta en sus protagonistas matazombis —en tanto cubanos típicos—, el espíritu de supervivencia ante toda catástrofe, se mofa de sus virtudes y caricaturiza sus defectos, vierte unas cuantas líneas ingeniosas respecto a ciertas epidemias, el conformismo y el declive que padecen algunos, e ilustra con tintes bien oscuros una versión apocalíptica, para el futuro. Aunque tampoco se pretende inquietar demasiado a nadie, porque al fin y al cabo se trata de una comedia con visos de las aventuras fantásticas tan en boga en el cine comercial contemporáneo.

Elogiada en virtud de su gracia e irreverencia a la hora de manejar, de conjunto, el humor negro, la farsa y el cubanísimo choteo, en una vertiente similar a Vampiros en La Habana, primera y segunda parte; o Alicia en el pueblo de las maravillas y Plaff, o demasiado miedo a la vida, la película cubana de zombis parte de un formidable, hasta original presupuesto inicial, pero la evolución de dicha idea se empantana luego de la primera media hora de metraje, y hacia el final la comedia pierde su hinchado aire iconoclasta e intenta, desesperada e inútilmente, dignificar a su protagonista.

Después de que ya entendimos las primeras bromas respecto a la invasión y la epidemia, se acumulan irrestrictamente el mismo tipo de chistes gruesos y elementales, como si cada 15 minutos de acción los hacedores de la película hubieran intentado subirse la parada de la descompostura y la escatología, y entonces la acción avanza a empujones, y la trama divaga, como si se tratara de un larguísimo relato medieval, con varios «caballeros» andantes que atraviesan peripecias flanqueadas por la grosería, el estruendo y las situaciones grotescas o picarescas. Ocurre que tales situaciones se reiteran y engordan a partir de un precepto simpático, pero insuficiente para sostener el conjunto completo.

Imperfecta y chocante, a ratos caótica y colmada de fútiles reiteraciones y palabrería infructuosa en términos anecdóticos (siempre el aspecto visual es mucho más atrayente que el verbalismo demostrativo y ampuloso de los personajes), protagonizada por antihéroes cínicos y hedonistas (que el realizador intenta redimir con improcedentes golpes de melodrama o extemporánea concientización, como el torpe despliegue de la tragedia filial del héroe y su hija abandonada), Juan de los Muertos representa la puesta al día de nuestro cine respecto a ciertas tendencias del audiovisual posmoderno, en cuanto a la preeminencia de pastiches que entremezclan varios géneros en apariencia poco afines, el empleo de personajes principales marginales o desencantados, y el regusto por un tipo de entretenimiento dirigido más a lo insólito que a lo trascendente. Además, y esto no lo puede negar nadie, contiene tres o cuatro, tal vez cinco, secuencias que se cuentan entre las más delirantes jamás representadas en una película del patio.

Luego de los numerosos comentarios a favor y en contra, después de las polémicas desatadas por los sucesivos estrenos de Y, sin embargo…, Verde Verde y Fábula, cada una de estas postulada desde andamiajes narrativos y estilísticos totalmente dispares, la aparición de esta película de zombis viene a ensanchar las veredas de nuestro universo audiovisual hacia una línea del horizonte gobernada por un gigantesco signo de interrogación.

Parece que todo es posible cuando la osadía de los realizadores se decide a desbordar el complejo de inferioridad que le atribuye a Hollywood el papel de gran entretenedor universal. Juan de los Muertos quiso ser divertida, jodedora (por decirlo en términos que le cuadren a su estilo) y bastante heterodoxa respecto a ciertos prejuicios trascendentalistas que signaron 50 años de la producción de cine cubano de ficción.

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