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Cuando el amor se convierte en leyenda

En vísperas del Día del Amor y la Amistad, este 14 de febrero, jóvenes agramontinos abrazan la singular fecha desde el sentimiento más puro y verdadero, el amor sembrado por Amalia Simoni e Ignacio Agramonte en su idilio, ubicado en la manigua redentora camagüeyana

Autor:

Yahily Hernández Porto

Camagüey. —Este 14 de febrero, día de San Valentín, el amor es la fuerza que estremece lo imposible, inalcanzable y hasta lo inimaginable, y aunque para sentir esa fibra mayor solo se necesita amar sin importar la fecha para experimentarlo, es innegable que este domingo algo especial se afirma en el corazón de muchos amantes en todo el planeta.

Historias legendarias que parecen sacadas de cuentos de hadas demuestran que con el amor como detonante el curso de la vida puede girar 180 grados en contra de lo que los presentes de entonces pudieron suponer.

Hace solo unos días, justamente el pasado 6 de febrero, JR publicó La Adelantada, artículo que reveló la pasión y lealtad experimentada por la camagüeyana Ana María Betancourt Agramonte, quien adelantada a su época no solo proclamó la emancipación de la mujer, sino que, junto a su esposo, Ignacio Mora de la Pera, soportó las vicisitudes de la manigua redentora, además de los maltratos de los españoles quienes al capturarla la hicieron soportar hasta el simulacro de su propio fusilamiento, para que delatara a su amado. Más Ana nunca habló.

Igual que aquel idilio con una muy latente dosis de amor insobornable encumbrado en las entrañas de dos seres, otra unión trascendió a la posteridad como uno de los más nobles y honestos: la de Francisca Margarita Amalia Simoni Argilagos e Ignacio Eduardo Agramonte y Loynaz. Este matrimonio, efectuado el primero de agosto de 1868, superó al tiempo, los límites geográficos y la distancia que imponen más de un siglo, y se yergue como amor verdadero, aún cuando persisten tendencias que afirman que es una quimera hablar de pasión auténtica y real.

La historia fiel testigo del tiempo certifica que en Cuba hay genuinas muestras de amor. Con solo revisar el pasado y el presente cercano esta afirmación multa y refuta a quienes desesperados —por falta de amor— se empeñan en negar lo inevitable.

Llegan a la mente como golpes en un madero las esposas y madres de los Cinco Héroes Cubanos, ellas al igual que Ana y Amalia no claudicaron. Y qué decir de Haydee Santamaría, esta cubana le fue llevada a la cárcel el ojo de su hermano Abel en un plato y los restos de los genitales de su novio Boris Luis Santa Coloma, pero tampoco pudieron sacarle ninguna información y al contrario respondió firmemente: «…morir por la patria es vivir».

El amor en tiempo del verbo encendido

No son pocos los escritores e investigadores que encantados por la pasión entre dos amantes han desenterrados sus más profundos y silenciados secretos. Un ejemplo fehaciente de esta latente admiración investigativa insiste en las figuras de Ignacio y Amalia. Los estudiosos han indagado incesantemente en el diálogo epistolar e intenso que sostuvo El Mayor con su amada, primero como novia y luego como esposa, cuando el estallido de la guerra le impuso su separación, por una causa mayor, la libertad de la patria.

En el exquisito texto Para no separarnos nunca más, publicado en 2009, por la Casa Editora Abril, y de la autoría de Elda Cento Gómez; Premio Nacional de Historia 2015, Roberto Pérez Rivero; Doctor en Ciencias Históricas y José María Camero; Cartógrafo de vasta experiencia e investigador histórico, se revela el valor universal de las epístolas, «en no pocas de ellas, el lector sonreirá y sentirá el placer y la felicidad que pudo disfrutar la pareja. A los siempre apasionados saludos, como "Adorada Amalia mía" o "Ángel mío adorado", le suceden las promesas de eterno amor:"yo no puedo vivir, sino junto a ti" o "Tuyo hasta la muerte y aún después", así como las respetuosas y creativas bromas que el joven Ignacio, de vez en vez, escribía a su "picaroncita" o "engañadora novia", cuyo amor lo hacía "cuanto feliz se puede ser por acá abajo"…».

El epistolario de Ignacio a Amalia se divide en tres etapas fundamentales: inicio del noviazgo hasta el matrimonio; la Guerra, con las que le envía misivas desde la manigua de El Camagüey; y el destierro de Amalia y su exilio.

Para no separarnos nunca más expone en su presentación que las misivas de amor se organizaron cronológicamente con el mayor rigor posible: «Las setenta y seis primeras cartas corresponden al momento en que eran novios e Ignacio Agramonte estaba en la Habana, estudiando primero y trabajando después; las cuarenta y siete restantes fueron escritas por el héroe cuando se vio obligado a separarse de su esposa por el estallido de la guerra —recuérdese que el matrimonio tuvo lugar el 1ro de agosto de 1868 y que Ignacio se alzó en armas el 4 de noviembre— hasta el 6 de junio de 1870 por intervalos y, a partir de esa fecha definitivamente, pues Amalia se vio obligada a marchar al exilio.».

Sin duda alguna en estas cartas el idilio desmedido de amor puro se funde en un abrazo con el deber, pues para Ignacio, quien no podía vivir sino junto a su Amalia, la suprema felicidad no sería completa sin la soberanía de Cuba.

En ella se pueden leer líneas impactantes y desbordantes de una pasión indestructible: «...Sí, Amalia de mi vida, eres mi único delirio; a nadie, a nadie amo tanto como a ti, jamás lo dudes. ¡Me siento tan dichoso amándote y siendo el objeto de tu amor!».

Desde las primeras cartas sobresale la ternura hacia su amada. Y es el amor el principal móvil que impulsó a que nacieran expresiones tan profundas como la que escribiera Ignacio desde San Diego, el 13 de abril 1867, « […] yo no te quiero casi como tú a mí. Si quieres tener una idea (ya que no una medida, porque no la admite) de mi amor, multiplica el tuyo, que me figuro que es grande, por la inmensidad del espacio y por la eternidad del tiempo y su resultado te la dará. No quiere ni se inquieta una madre por el hijo que contempla en sus brazos como yo por ti, ni concibo amor alguno que alcance la intensidad y vehemencia del mío. […]».

Hinchadas de pasión y afecto resultan las siguientes líneas: « […] ¡Si tú supieras como el corazón te adora, como mi pecho se abrasa y arde por ti, sólo por ti, siempre por ti!» y, «Antes faltará el firmamento y el orden universal que sujeta a los astros entre sí, que faltar el amor que a ti me liga […]», la primera citada en La Habana, el 8 de mayo de 1867 y la segunda 19 días después, desde la misma ciudad.

No menos impactante resulta la que escribiera el 3 octubre del propio año, « […] Sí, bella mía, quisiera oírte decir incesantemente que me quieres como no es posible querer a nadie más, y que te es necesario mi cariño; que excede a todos; cuya inmensidad no es posible exagerar y que desafía por su duración a la misma muerte, como por su constancia a las mayores contrariedades».

El primero de agosto de 1868, en la iglesia Nuestra Señora de la Soledad, unen sus vidas los enamorados, quienes solo pudieron disfrutar tres meses de feliz unión, pues la lucha por la independencia de Cuba les exigió una nueva etapa de sus vidas, el amor mediado por la separación; por la Patria y su libertada.

El sacrificio no derrumbó a Ignacio, quien no deja de amar y continuar enamorando a su esposa y desde un tono mucho más intimo con cartas preñadas de infinita ternura y devoción, le comenta a Amalia de planes, combates, encuentros y pormenores de la vida en campaña.

Así lo revela el 6 marzo, de 1869, en Bijabo, «Nuestras tropas siempre llenas de vivo entusiasmo, espero harán mucho en breve. Lo único que me impide estar contento es no estar a tu lado».

El nacimiento de su primer hijo, Ernesto, el 26 de mayo de 1869, es motivo más que suficiente para entusiasmar a El Mayor: «Estoy formando un escuadrón de caballería que dejará atrás a la caballería española. ¿Quieres que le reserve el puesto de cabo primero al mambisito?».

Pero justamente un año después, cuando el pequeño cumplía uno de vida, una columna española captura a la familia Agramonte Simoni.

El 26 de mayo de 1870, Amalia e Ignacio se despertaron alegres inmersos en los preparativos del primer aniversario de su mambisito. A las 8 de la mañana llegó un muchacho al rancho avisando que una columna enemiga venía hacia el Idilio, como ellos habían nombrado a su lecho de amor, Ignacio sale a interceptarlos, pero el enemigo coge otro camino, por lo que en ese momento no hay enfrentamiento, y cae prisionera la familia Simoni.

El dolor del esposo y padre se manifiesta terriblemente cuando el 6 junio de 1870 le escribe a Amalia: « […] busqué en el monte y sólo encontré la seguridad de que el enemigo me había llevado mis tesoros únicos, mis tesoros adorados: mi adorada compañera y mi hijo. […]. Qué desolación, amor mío, [...]. ¡Todos, todos tus sufrimientos los he saboreado y cómo me atormentan! […]».

En la última etapa de la correspondencia de Ignacio y Amalia, el tema de la separación es aún más doloroso, porque se unen la lejanía y las penas.

El fin del epistolario está marcado el 19 de noviembre de 1872, con la última carta que se conserva, en la que Ignacio expresa su preocupación por la esposa, su familia y la confianza en el triunfo, « [...] aguardando lleno de fe un porvenir de ventura, de que sin duda disfrutaremos después que hayamos acabado de cumplir los deberes que Cuba nos ha impuesto».

La carta de Amalia que nunca llegó a su amado

La única epístola que se conserva de Amalia está fechada el 30 de abril de 1873, y es respuesta a la última carta que escribiera Ignacio, fechada en Camagüey, el 19 de noviembre de 1872, la cual llegó a ella mucho después de enviada.

Amalia en su misiva le suplica a Ignacio que se cuide por sus hijos, por ella que lo espera eternamente y por Cuba, que tanto necesita de la fortaleza de su brazo y de la justeza de sus principios. Tristemente Agramonte nunca leyó estas líneas desbordadas de amor, pues cae combatiendo en el Potrero de Jimaguayú, en el municipio de Vertientes, el 11 de mayo l873.

Un idilio que no muere

Como leyenda el amor de Ignacio y Amalia ha trascendido la posteridad tal cual su esencia de ser un amor sin fin. En honor a tan desmedido idilio, camagüeyanos y camagüeyanas rinden tributo a su amor no solo depositando espontáneamente ramos de flores de los novios recién casados en la estatua del Parque Agramonte, del centro histórico agramontino, sino que cada primero de agosto, se realizan bodas simbólicas, en la que enamorados de todas las edades escogen la singular fecha para unirse en matrimonio.

Más una nueva impronta nace desde este 13 de febrero, víspera del Día del amor y la amistad, pues un grupo de jóvenes, liderados por la UJC en Camagüey, no solo ubicaron el lugar donde los protagonistas de esta historia se rencuentran en la manigua, en una finca nombrada los Güiros, situada al suroeste del rio Jigüey, a 55 kilómetros al noroeste de Puerto Príncipe —actual Camagüey—, y al sureste del municipio de Esmeralda, que pertenecía en aquel entonces al primo hermano de Amalia, Pompilio Argilagos, para rendir honor a quienes no renunciaron a amarse y respetarse, desde la lealtad y la distancia y convertir en tradición lo que nació como leyenda y convicción.

En carta fechada el 6 junio de 1870, Ignacio comenta lo sucedido: «Once días han transcurrido después del 26 último, aciago cumpleaños de nuestro Ernesto, y todavía no encuentro alivio a mi tormento. Pienso incesantemente en todos tus sufrimientos. ¡Pobre ángel mío!

«Nunca he estado más tranquilo por tu seguridad que en los momentos de salir de los Güiros….Había enviado exploradores en todas direcciones que avisarán a Simoni con tiempo si encontraban al enemigo… No parecía posible una sorpresa: estaban tomadas todas las precauciones. Figúrate, Amalia mía, cual sería mi sorpresa cuando convencido de que el enemigo marchaba a San Juan de Dios, regresaba a los Güiros y allí me encontraba de súbito con su caballería. Todavía abrigaba la esperanza de que los exploradores que envié por el camino que podía traer esa caballería hubieran avisado con tiempo para que escapara Simoni con la familia. Corrí al rancho por senderos extraviados y sólo encontré despojos y efectos tuyos entre otros esparcidos…».

Al cierre de este reportaje las nuevas generaciones de agramontinos, junto a investigadores locales y el presidente de la Fundación Antonio Núñez Jiménez en Camagüey, el periodista Eduardo Labrada; quien colaboró con la ubicación exacta del lugar, marchaban hacia el Idilio, como nombraron los amantes a su lecho y refugio en la manigua.

Y es que el amor de Amalia e Ignacio no ha tenido fin, no solo porque la infatigable camagüeyana le fue siempre fiel a su novio, esposo y compañero, y viceversa, sino porque como ella misma afirmó una vez a su hija: «no se podía amar más».

Pie de Fotos:

Ignacio Agramonte le profesó eterno amor a su esposa Amalia Simoni a través de cartas: «Te aseguro que vacilaría si alguna vez encontrara tu felicidad y mi deber frente a frente; creo que ya te lo dije en otra ocasión. Ojalá nunca se encuentren».

Vea además:

Así era Ignacio Agramonte

Las maneras de nombrar a El Mayor

Revelaciones sobre la muerte del Mayor General Ignacio Agramonte

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