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Si no se mueve, la sangre se coagula

Wilfredo Prieto, uno de los más importantes creadores contemporáneos cubanos, representado por galerías del Primer Mundo, comparte con JR sobre su quehacer

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

SANCTI SPÍRITUS.— Cuando la gente te dice: «eso que tú haces lo podría haber hecho mi primo», es el mejor piropo. Así se presenta Wilfredo Prieto, uno de los artistas contemporáneos cubanos más reconocido internacionalmente. Wilfredo ha demostrado que desde obras como un vaso con agua por la mitad o una presilla yen deformada —consideradas por algunos como simplistas— se puede provocar y develar pensamientos e historias.

«El ejercicio más complejo profesionalmente que puedes tener es deshacerte de todos los prejuicios y lograr la máxima libertad posible. La intuición debe manejar con sutileza el intelecto. Creo que esa libertad y esa capacidad de encontrarte es la que se debe mantener. Ahí está el reto y no sé cuánto pueda lograrlo», opina.

Sus creaciones han sido respaldadas por el aval de la crítica y el público en galerías como Nogueras Blanchard, en España, o Kurimanzutto, de México, y las bienales de La Habana, Venecia y Singapur. Su historia comenzó hace cuatro décadas en una zona rural muy cerca de la comunidad de Zaza del Medio, en el municipio espirituano de Taguasco. Allí el entonces niño descubrió que las artes eran el único camino posible.

«Primero fue ir a una Casa de cultura, después a la Academia  de artes plásticas Oscar Fernández Morera, de Trinidad, y luego a la escuela de nivel medio. Crucé esos escalones sin darme cuenta. Cuando vine a ver ya estaba aquí. Es una evolución en la que influyó la cultura cubana, que es muy particular», recuerda.

Gracias a ese camino y de las manos de su talento e influencias, Wilfredo reúne en un amplio currículo reconocimientos que confirman su maestría: ganador en el 2000 del Unesco Prize for the Promotions of the Arts como integrante del grupo artístico Galería DUPP, de La Habana; en el 2006 mereció la beca John Simon Guggenheim, y dos años después su obra Línea ascendente obtuvo el Cartier Award.

Amantes del arte contemporáneo en Japón, Canadá, Francia, Estados Unidos, Alemania, Australia, Suiza, Bélgica e Italia han problematizado junto a este espirituano sobre el consumo, la sociedad, la política, a partir de gestos ínfimos sobre el día a día.

«Hablo de las realidades políticas, económicas, sociales y culturales —dice—. Trabajo desde la experiencia, cada momento y cada vivencia cambia la circunstancia. Por lo tanto, hay temáticas y situaciones que me mueven en diferentes ángulos. Y después, incluso, hay criterios que uno mismo se modifica como la misma estética. Igual pasa en los contenidos. Tú piensas en un concepto determinado y dentro de unos años ya no crees más en él. Evolucionamos y nuestro trabajo también lo hace. Personalmente, no creo en las limitantes. Mi obra no se enmarca en un tema y un estilo, sino en una actitud de conversación».

—¿Cuánto tomas del contexto cubano?

—Muchísimo, siempre está. Por mucho que conviva e interactúe con situaciones diferentes o preocupaciones completamente opuestas a las que vivo en Cuba, siempre estoy volviendo atrás y replanteándome nuestras propias raíces.

—Específicamente de Sancti Spíritus y de Zaza del Medio…

—Es un lugar a donde voy y enseguida se llenan los pulmones de aire. Me relaja de toda la locura internacional. Hay una necesidad siempre de tomar ese aire y adoptar distancias. Los contrastes entre las grandes ciudades del capitalismo y Cuba son muy importantes porque permiten comprender otras valoraciones. Por lo tanto, pasar de Tokio a Zaza del Medio me parece algo fabuloso.

«De esas experiencias han nacido creaciones que han movido el pensamiento hacia la restructuración de conceptos; como lo sucedido con el Vaso medio lleno (2006) o Políticamente correcto (2009), una sandía cortada en forma de cubo. Ambas obras reabrieron la discusión en Europa sobre el valor de lo contemporáneo».

«No se trata de un minimalismo precisamente, sino de una limpie-  za de la comunicación, y tratar de contaminar lo menos posible. La comunicación está en la realidad. El arte sencillamente vive al alcance de todos. Tú simplemente señalas y dices: “Mira, está ahí”. Pero pudo haber pertenecido a cualquiera de nosotros. Es una capacidad solo de estar descubriendo y tener la libertad de verlo».

—¿Qué opinas del mercado del arte contemporáneo?

—Se vive en una época de banalización general; pero eso no quiere decir que no se hagan producciones serias.

—Obras como Amarrado a la pata de la mesa, integrada por un helicóptero que sobrevuela a 30 metros del suelo atado por una cuerda a uno de esos útiles provoca múltiples reflexiones, ¿no cree Wilfredo en la palabra imposible?

—Por supuesto que sí. No creo que pensar algo imposible te quite la posibilidad de realizarlo. Uno tiene que ampliar el margen del límite, ponerse los retos. Realmente un gran reto a veces es algo muy fácil. Simplemente no te lo habías planteado y después te das cuenta de que estaba al alcance de la mano de todo el mundo. Creo que es un poco tener la valentía de coger las cosas, como en la teoría popular del toro, por los cuernos. Hay que retarse a sí mismo y no tener miedo al error.

«Con esa filosofía de vida, desde hace meses, en su estudio, próximo a una de las márgenes del río Almendares, en La Habana, Wilfredo Prieto tiene todos sus sentidos puestos en un punto cercano a la Autopista Nacional, perteneciente a Taguasco, donde ubicará su proyecto Viaje infinito, una carretera de dimensiones colosales que circula en forma de ocho sobre sí misma».

—¿No es un poco arriesgado apostar por una obra tan costosa?

—Es una deuda que tengo conmigo mismo. Uno tiene la necesidad de regresar siempre. No es que tenga un valor más importante por lo que implica en el capital profesional, humano o las empresas ingenieras, sino también por un hecho: el peso de que es una obra más. Resulta más arriesgado apostar por el arte en general, por el que uno quiera hacer, y cuando apuestas por una obra muy económica, muy sencilla, ya estás apostando por una manera de vivir, de hablar. Es una forma de vida, siempre soy esclavo de mis ideas y sigo trabajando.

«Gracias al mundo científico se utilizará para su construcción el cemento LC3, un producto de muy bajo costo y que es resultado de otro proyecto. Además, al concluir, será un espacio que acogerá diversas acciones por lo que dará sustento a las personas vecinas de allí. Nos hemos propuesto terminarlo para la Bienal de La Habana y así se sale un tanto de la capital».

—¿Por qué el símbolo de infinito?

—Es un movimiento continuo y perpetuo que no lleva a ningún lugar. Habla de esa necesidad de viajar de la vida contemporánea, no solo como artista, sino en todas las profesiones; estás en un continuo movimiento y la creación es así, si no se mueve, la sangre se coagula. Hay siempre un ciclo de todas las lógicas que siempre te llevan en esta dimensión y quería meterme precisamente ahí, en el mito no solo matemático, sino como un sentido de vida también.

Vaso medio lleno (2006) reabrió la discusión en Europa sobre el valor de lo contemporáneo al vender la pieza en 20 000 euros. Tomada del sitio www.abc.es.

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