Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una nómada en el camino de las palabras

Desde el centro de aislamiento Los Naranjos, en Jagüey Grande, Matanzas, la joven escritora Elaine Vilar Madruga, premio Calendario 2020 en la categoría infanto-juvenil, accede a una entrevista con Juventud Rebelde

 

Autor:

Iris Celia Mujica Castellón

Al parecer vaga desde siempre. Constantemente está a punto de partir dejándose llevar donde los vientos la impulsen. Como un sentimiento muy suyo codicia la libertad, esa que venera como una forma de subsistencia, como un estilo de vida. Parte de su identidad deviene de mantener los brazos serenos, pero la mente centrada y decidida, frenética y obsesiva a cualquier detalle, a cualquier posible historia. 

Elaine Vilar Madruga camina, medita, reta al mundo, y lo hace todo a la vez, mientras vapulea el teclado y acomoda cada idea hasta alcanzar el punto final. Los fieles dirían que ese don desciende de la inspiración divina, pero ella conoce que, desde hace tiempo, la escritura dejó de ser un mero placer para convertirse en un trabajo duro y serio.

Aferrada a ese espíritu insaciable de superación, ha conseguido que muchas de sus propuestas sean merecedoras de varios galardones literarios. Para acercarnos más a la autora, tomamos como excusa la entrega del Premio Calendario 2020 a Cartas de amor para una historia interminable, mejor obra infanto-juvenil de este concurso auspiciado y concedido cada año por la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y la Casa Editora Abril.

Intolerante al encierro, Elaine accede a esta entrevista con Juventud Rebeldedesde el centro de aislamiento Los Naranjos, en Jagüey Grande, Matanzas. Por suerte, su estado de salud posee la misma vitalidad de sus textos. Simplemente radica en aquel lugar como una medida de vigilancia. Una garantía implementada por nuestro gobierno para proteger y contener a tiempo cualquier virulencia pandémica que arribe con estos viajeros procedentes del exterior.

Para aquellos acostumbrados a la libertad, pasar dos semanas en una de estas instituciones sanitarias resulta un proceso largo y difícil. Los minutos se eternizan. Llega el desespero, y con los días la ansiedad roe el espíritu. Aun así esta joven poeta, narradora y dramaturga se domina. Destierra el desánimo que le ronda y en vez de rechazar este cuestionario, como muchos en su situación hubieran hecho, responde a todas nuestras preguntas con la profundidad narrativa que le caracteriza. «Estoy muy bien», fue una de las primeras líneas escritas. En ese momento, supe que era verdad porque, aunque los caminos fueran desconocidos, Elaine, como toda nómada, disfruta caminar. 

¿Qué le motiva escribir?

—Uno vive y luego escribe. Observa y luego escribe. Todo pasa por el filtro de la creación y, a través de él, todo se transforma. Escribir es respirar y madurar, es la experiencia más imperecedera. Escribir es lo perpetuo, el fin último. Te lo digo así y al repasar mis propias líneas, siento incluso que las palabras no abarcan el real significado del arte. Hay biología en el acto de sentarme frente a la página en blanco, que es la página de la posibilidad y también del sacrificio. Ese sacrificio es también motivación. La escritura me sobrevivirá. Saber que esa materia creativa tendrá aún tiempo en la tierra cuando yo no esté, es acaso el mejor motor. ¿Cuánto me sobrevivirá?, eso no importa. Se vive el momento y se sueña con otro horizonte.

«Los temas llegan por sí solos. Son aldabonazos a la puerta. En ocasiones esperas para acudir a su llamado y abrir la hendija, pero ahí están, ahí te esperan. Los temas son pacientes. La escritura es paciente, y ella crece y madura junto a ti, porque el paso del tiempo es ineludible, tanto en vida física como en vida espiritual de la creación. Te diría que me interesa todo lo que vibra y respira, todo de lo que formo parte, y también lo desconocido, lo que nos provoca la extraña sensación de que no hay nada cierto. La incertidumbre y la certidumbre. Me espanta y me conmueve saber que somos criaturas rotas, y que vamos por el mundo intentando coser agujeros. Mis personajes son por eso, quizá, eternos buscadores. A veces encuentran. Otras pierden. Pero no seres pasivos. Como yo tampoco lo soy».

¿A qué edad comenzó?

—Muy pequeña. Tenía seis o siete años cuando le dictaba mis primeros poemas a mi abuela y a mamá. Poemas de niñez, por supuesto, nada perdurable salvo en la ternura de mi memoria. La vocación ha quedado y ha sobrevivido a todas las desbandadas de la primera juventud, y a todos los desencantos del oficio… y también a sus encantos duros, tan peligrosos unos como otros. Empezar a crear desde tan temprano ha sido una escuela. Uno aprende no solo a ser mejor escritor, sino también a no perderse en el camino. El talento, si no viene acompañado de humanidad, es un desperdicio.

¿Cuándo surgió la idea de escribir Cartas de amor para una historia interminable? ¿Satisfecha con el resultado?

—Para nadie es secreto que soy una autora que madura sus procesos a una velocidad bastante considerable. Algunos escritores, más lentos en su creación, suelen mirar por encima del hombro y afirmar que, a mayor cantidad de páginas escritas, mayor posibilidad de desperdicio literario. Lo absoluto se impone, lamentablemente, en el criterio ajeno. Esa es una ley que se cumple algunas veces, no en otras. Yo intento ser parte de la creación que escribe con rapidez y calidad.

«Cartas de amor para una historia interminable nació como una declaratoria y también como un ejercicio de memoria, y también un poco de ejercicio de reescritura de mi propia experiencia. Cuando escribía el libro, pensaba en el primer amor de la infancia, en mi escuela de música, en mis amigos, en mi familia; en mi país: en su dolor y en su luz. De ahí nació el cuaderno y su libertad. Porque así lo pensé, como una manera, quizá particular, de hablar de la necesidad de ser libres, tanto en lo social como en lo familiar, tanto en el cuerpo público como en el privado. Es un libro que fue pensado para niños y adolescentes, pero en realidad eso de los géneros no es otra cosa que estrategia. Los libros no tienen edad, así como las almas no la tienen. Los libros son afines a determinados tipos de almas, sin pensar en tiempos biológicos.

«Y, claro, estoy muy orgullosa del resultado final. No solo por el premio, que ya es un lujo, sino por el hecho de que cuando se experimenta la relación con la escritura a modo de una maternidad que es tanto espiritual como biológica, entonces es imposible no sentir felicidad cuando el hijo crece, y comienza a andar por sí solo».

¿Cuáles son sus mayores inspiraciones literarias? ¿Tiene formación literario-académica?

—Soy músico y dramaturga de formación, y me gradué del Centro Onelio Jorge Cardoso. Y soy, además, una lectora compulsiva y una cinéfila bastante abarcadora. El arte, el buen arte, en cualquiera de sus registros y sus perdurabilidades, me conmueve. Esas han sido mis formaciones. Busco, experimento, desecho y asumo. En la escritura, todo es laboratorio y vibración. Todo es estudio. Desde la imagen que cruza tus ojos hasta una palabra que posee determinada resonancia, desde el cuadro que fue pintado cinco siglos antes hasta la escena de una obra que te eriza el corazón. El arte es la materia que nos mueve. Sus resortes son invisibles, pero están presentes en nuestra vida. La vida, en sí misma, es también arte.

¿Un autor u obra que haya influido en usted?

—¡Son tantos! Te confieso, ¡son tantos! Tendría que hablarte no solo de autores literarios, sino de músicos, de arquitectos, de cineastas, de performadores, de filósofos, de artistas visuales. El mundo de la creación es un mundo de influencias, un filtro en el que penetra todo, un filtro que transforma, que trasmuta. Si hay algo semejante a la alquimia, eso es la creación.

¿Algún nuevo proyecto?

—Varios me tientan en este mismo instante. Mis últimos meses no han sido de reposo, si bien no he podido escribir tanto como suelo hacer. Han sido meses de pensar, de estudiar, de buscar el filo que quiero explorar y pulir. Te confieso que no me he decidido. Hay libros, por ejemplo, cuya idea llega mucho tiempo antes de que tú seas capaz, como autora, de darle su verdadera forma. La literatura es perfecta. Uno debe aprender a ser paciente, a reposar la idea, a añejarla en la memoria. En su momento preciso, esa idea volverá a salir a la luz. Me pasa todo el tiempo, si supieras.

«Ahora mismo, tengo una idea para una novela que escribiré en unos cuatro o cinco años. De vez en cuando me tienta, pero sé que no ha llegado su tiempo. Cada libro que escribo funciona como un arco en mi memoria, activa mecanismos y emplea sus propias herramientas. Por eso busco que esas herramientas estén dispuestas para cuando a ese libro, finalmente, le llegue su tiempo».

¿Cómo definiría su estilo?

—Mutable e híbrido, si tuviera que decidir. Y si tuviera que dibujar para responder tu pregunta, lo cual es imposible porque no tengo ese talento, mi escritura sería como un árbol, como un arbusto, como una hoja. Algo fijado al suelo pero que apunte hacia arriba, hacia lo infinito.

A su criterio, ¿cuáles serían las fortalezas y debilidades en su escritura?

—Mi fortaleza es el rigor, eso lo tengo claro. Mi capacidad para dedicarme a la escritura como un oficio verdadero, y no como un trabajo a tiempo parcial. Y, más que como un oficio, como uno de los ejes centrales que acompañan al equilibrio de mi vida, algo que me ata a la tierra cuando todo lo demás se difumina. Creo que esa misma dedicación es mi debilidad, porque sobrevaloro mi capacidad de esfuerzo, y muchas veces voy más allá de lo que el cuerpo puede. Encontrar el equilibrio entre esfuerzo y agotamiento, entre tenacidad y exceso, me ha costado.

El infantil es un público muy exigente y particular. ¿Cuán difícil resulta escribir para jóvenes y niños que, por lo general, tienen una percepción diferente del mundo y la lectura?

—Pienso que la percepción del mundo que tienen los niños es igual a la nuestra. Acaso más transparente, menos neblinosa, pero esas no son limitaciones ni condicionantes. La literatura que se escribe para niños no tiene que ser limitada, por lo tanto. En cualquier caso, el muro se encuentra en la mente del escritor y no en el corazón ni en el intelecto del receptor. En literatura, mejor no colocar muros ni concepciones previas porque cada niño es un universo en sí mismo.

«Los escritores de ese tipo de literatura tan importante debemos pensar que nuestro oficio es legar un material artístico elevado, que entretenga, que divierta, que incentive a nuevas lecturas, que eduque la mente y el espíritu sin ser por eso un manuscrito panfletario. Es que los niños son muy inteligentes, disienten con sabiduría, y aceptan también con sabiduría. Hay que escucharlos mejor y no acallarlos con nuestros gritos».

¿Qué particularidades tiene este tipo de literatura?

—Debe ser una literatura descarnada, que cuente la verdad y no la disfrace. Que hable de lo real, aunque el mundo que describa sea uno fantástico o imaginario. Que abrace al niño y no le enseñe como debe ser, sino que le muestre el camino de la libertad. Debe ser una literatura de la libertad.

Se pueden escribir obras maduras sobre temáticas complejas para niños y jóvenes, sin embargo, la tendencia de muchos autores va encaminada a simplificar conceptos, quizás para construir textos de más fácil comprensión...

—No hay que simplificar nada. La mente del escritor que simplifica es porque carece de riqueza de conceptos, porque se encuentra constreñida dentro de un pobrísimo mundo de referencias. Esa posición de «yo soy el escritor y enseño, porque además soy un adulto» es aburridísima. Y ya sabemos que los niños detestan lo aburrido. No se le puede hablar al pequeño lector de ahora como si estuviéramos encima de una escalera y lo contempláramos como si fuera una hormiga. No se puede porque todos, en este mundo, somos hormigas. Coincido con los niños: los escritores así me aburren muchísimo y por lo tanto, no los leo. Y espero, ansío, que tampoco me lean a mí.

Qué no debería faltar en una obra para el público infanto-juvenil?

—Movilidad. Esperanza, incluso cuando se hable de lo más triste. Dinamismo. Libertad. Autonomía. Y fantasía porque, aunque hablemos de la realidad, esta resulta muy tonta si la calcamos en una hoja transparente. El niño necesita incentivos para mirar lo real desde un espectro más colorido, más amplio e inclusivo.

¿Cómo valoras la salud de este tipo de literatura hecha en Cuba? ¿Qué le falta?

—Existen excelentes voces y también mucha mediocridad. Historias que me sorprenden y algunas que han nacido, por desdicha, para no contar nada, salvo la propia dimensión de su vacío. Es difícil generalizar a la hora de ejercer un criterio, porque me obligaría a hacer un porcentaje (cuántas voces creo forman parte de lo que sirve y cuáles opino que forman parte de la masa necesaria para que resalten quienes verdaderamente lo merecen). Es una cuestión compleja, pero en literatura hacen falta, tanto como los talentos, las mediocridades. Por un sentido básico, el que sustenta a la luz donde la sombra, y viceversa. Las antípodas son definiciones unas de las otras. Desgraciadamente, lo que sucede en ocasiones es que la mediocridad ocupa los espacios que el talento merece. La mediocridad es rápida y certera, y sabe colarse por los pequeños agujeros que dejamos a su disposición. Soy de las que piensa que, por ello, el talento no debe nunca ceder espacios, tanto simbólicos como físicos. Es craso error, y en arte, esos errores tienen efectos a largo plazo.

«No sabría decirte qué le falta a la literatura infantil y juvenil. Creo, en ocasiones, que sinceridad. Se notan las costuras. Las costuras en el sitio donde debería existir honestidad y donde solo aparece lo vacuo».

¿Cómo ha sido la acogida y reacción del público? ¿Alguna historia en particular?

—El público siempre ha sido gentil conmigo. No puedo quejarme, tengo mucho que agradecer. El reconocimiento, si bien es algo que no perdura mucho, es una parte del camino, quizá no vital, pero sí reconfortante. En este oficio, que no es tan solitario como se pretende, encontrar al otro (en este caso, el lector) forma parte de las experiencias y de la memoria de lo maravilloso.

«La más linda historia que tengo, no puedo contártela. No me pertenece del todo. Involucra a un niño enfermo y a su familia. Solo puedo decirte que uno de mis libros acompañó a un hogar cubano en un momento bien difícil. Sé que esa historia estará conmigo siempre, aunque viva cien años».

¿Tienen los jóvenes escritores cubanos espacios suficientes para publicar y promocionar sus obras? ¿Existe una retroalimentación entre noveles creadores, entre autores y lectores?

—Sí, los hay. Sucede que Cuba es un país de tanto talento, de tanto buen talento, que siempre se peca de omisión. A mí, con honestidad, siempre me pesa no poder hacer más por los jóvenes escritores que me acompañan, y sobre todo por los autores con talento, aún desconocidos, que guardan sus manuscritos en gavetas porque no saben qué hacer con ellos, por fatalismo geográfico, porque no conocen los mecanismos adecuados para llegar a una editorial, o carecen de recursos para entregar a un premio las tres mencionadas copias que, al parecer, será una moda que progresivamente desaparecerá de nuestro país para ser subyugada por lo digital, un método mucho más democrático.

«Me duele pensar que existen talentos que no llegaran a nada por su contexto, por su historia personal o por sus inseguridades, o simplemente porque se toparon por el camino con alguien que les cortó el impulso o que, por simple maldad, hizo una crítica fuera de lugar. Y me duele porque siempre pienso que pudo pasarme a mí. Las circunstancias existieron y quizá una Elaine con una vida distinta pudo ser una de esas autoras anónimas, silenciadas, que desconoce su propio talento. Parte de mi misión como escritora es intentar, desde el esfuerzo individual, que siempre es escaso, aunque no inútil, que en el tablero de las posibilidades que es el arte, no todos caminen solos.

«La retroalimentación no es tal. Ocurre por momentos, por coyunturas, a través de proyectos. Pero no es una retroalimentación a largo plazo y cuesta ver su efecto, y que este sea preciso en la vida cotidiana y el quehacer de un autor. La escritura, el arte en general, requiere de cierta comunión, de cierto ritual de confraternización que no creo exista en la actualidad».

¿Cuánto ha aportado su formación profesional al desarrollo de su escritura?

—La música me dio la disciplina. La dramaturgia me enseñó a construir personajes vivos. La poesía me advierte diariamente de la necesidad que aparezca, toda ella y toda desnuda, en cada espacio creativo que abordo. El autor es el tejido de todas sus experiencias, tanto profesionales como humanas.

«Con honestidad, creo que toda mi obra es dramaturgia, o al menos parte del principio de lo teatral. Imagino cuerpos en la escena, incluso cuando escribo poesía. Cuerpos vivos, no entelequias, ni fragmentos difusos. El estudio de lo teatral, si es bien aprovechado, puede hilar tejidos diversos, complejos, dentro del mapa de la escritura».

¿Qué significa ganar el premio Calendario por tercera ocasión? ¿Cuánto evolucionó en este rango de tiempo?

—Alguien me dijo que soy la primera autora en la historia del premio en obtener tres galardones. Más allá del dato, que ya es motivo de orgullo, festejo por el libro en sí, porque es un texto que amo y en el que confiaba. En definitiva, un texto que deseaba sacar a la luz. Publicar poesía, tanto infantil como para adultos, nunca me ha sido fácil. Lo agradezco porque es el género en el que he tenido menos oportunidades.

«Han mediado más de seis años entre un premio Calendario y otro. En la vida de un escritor, ese es un rango considerable, sobre todo si se trata de un autor joven, como es mi caso. Siento que Cartas de amor para una historia interminable es un libro medular en mi escritura para niños. Marca un punto de no retorno y eso me agrada, porque no me gusta nadar en la misma agua dos veces, aunque el río ya no sea el mismo, ni yo tampoco. Lo que muta es siempre evidencia de vida».

¿Qué elementos de la literatura hace única una obra: la trama, los personajes, la narración?

—Una mezcla de todo lo que mencionas. Se necesita técnica para escribir. Pero la técnica sin alma es un instrumento sordo o desafinado. Por tanto, se necesita también que mente, corazón y entrañas formen parte del proceso. Hay un aspecto mistérico, que alguien podrá definir como talento y al que yo no adjudico palabra alguna, que marca la diferencia entre la buena escritura y lo sobresaliente. Quizá nunca sabremos qué es o de qué se trata, pero existe, y negar su presencia es tapar el sol con un dedo.

«Además, se necesita también a un escritor capaz de seguir los pasos de su idea, de su propia obra. Los autores a veces son los peores asesinos de sus textos. Los chamuscan, los rompen, los venden. No hay nada peor que una idea a la que le ha llegado su tiempo y a la cual su autor ha decidido quebrar en virtud de fama, aplausos, dinero o premios. Ese autor nunca mereció a esa idea porque olvidó su grandeza. El día que los autores entendamos que somos ánforas, entonces habrá terminado la fiesta del ego y comenzará el verdadero espectáculo de lo bien hecho».

¿Cuánto pudo o puede afectar a su desarrollo profesional el hecho de ser joven en un mundo y un mercado literario dominado por carreras y nombres establecidos? ¿En su caso ha sido un freno o un motivante, o ambos?

—El miedo es un freno, y muchos autores jóvenes entran al coliseo de la escritura con miedo. Con temor a ser retados o aplastados por las voces establecidas. Con temor a la competencia, al talento ajeno (debo advertirte, no obstante, que ese miedo no abandona ni siquiera a ciertos autores consagrados que tienen, como propósito vital, entorpecer la aparición de nuevos talentos). En mi caso, vi los muros, las vallas, las trampas, y no me creí invencible (porque ciertamente no lo soy), pero tuve el desenfado de abrirme paso, de aprovechar las oportunidades que se me dieron, de cerrar mi corazón a las críticas destructivas (nunca a las constructivas, que todavía se agradecen) y de comprender que, en el jardín de lo humano, existen aves y también escorpiones. Confío en mí y en mi trabajo, ambos nos somos leales.

¿Cómo definiría su poesía?

—Es una poesía sobre un país y una mujer, o sobre una mujer en un país, o sobre un país que habita el cuerpo de una mujer. Es de carne y huesos, y es mi ventana al mundo. La poesía no miente ni traiciona.

¿Qué es para usted una buena obra literaria? ¿Lo ha logrado o está cerca de lograrlo?

—Una buena obra literaria es aquella idea a la que le ha llegado su tiempo y que ha elegido al escritor ideal para que sea su receptáculo. Toda buena obra literaria es libre, y respira sola. No necesita más que el primer impulso. No sé, y honestamente tampoco me interesa saber si he estado cerca de lograr alguna. En la incertidumbre hay belleza. La incertidumbre me obliga a perseguir el horizonte, y no a sentarme en esa poltrona llena de polvo en la que se acomodan algunas voces establecidas. Yo no quiero establecerme. Prefiero ser nómada. Caminar mucho. Ser viajera en el propio país de mi memoria y mis experiencias. Si el camino es ese, entonces habrá valido la pena.

 

 

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