Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ellos solo quieren bailar

Después de meses de espera, la danza regresó a la sala García Lorca por medio de Lizt Alfonso Dance Cuba, compañía que decidió celebrar su aniversario 29 en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Ya era muy grande la «protesta» de sus piernas poderosas, magníficamente esculpidas; nacidas para danzar, para propiciar el milagro del arte… Y para quienes están habituados a crear con sus piernas, brazos, caderas, con sus cuerpos todos, la maravilla, que es como volar, siete meses sin desplegar hacia la luz las alas pueden parecer una eternidad. «Ellos solo querían bailar...».

Y dicho esto, refiriéndose a esos espectaculares bailarinas y bailarines que conforman su compañía, la maestra Lizt Alfonso no puede evitar emocionarse. «Mis muchachos han retornado a su otro hogar con una madurez que impresiona, lo notamos en cuanto entraron a los salones. Había sed de ese bienestar que se produce cuando entre muchos se logra materializar un sueño largamente anhelado.

«Así que al convocarnos Leonardo Tur Broche, director del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso (GTHAA) para que Lizt Alfonso Dance Cuba (LADC) hiciera suya la sala García Lorca, solo le pedimos que nos diera un margen de 21 días, lo cual coincidió, además, con la semana de nuestro aniversario 29… Resultó perfecto.

«Ojalá hubieras visto el brillo de esos ojos cuando anuncié que actuaríamos en la joya de Prado. Comprendes enseguida lo que significa amar lo que se hace y se alimenta segundo a segundo, para el momento en que tenga la libertad de estallar», dice la Embajadora de Buena Voluntad de Unicef, como si hubiera presentido la «preocupación» de Juventud Rebelde.

—¿No es demasiado «arriesgado» para LADC subir a la escena cuando ha transcurrido tan poco tiempo desde el retorno a la nueva normalidad?

—LADC no descansó durante la cuarentena. Al contrario: trabajamos como poseídos. Los maestros no se detuvieron jamás: preparando clases y comprobándolas; igual los coreógrafos: Diana Fernández, Yadira Hernández, Claudia Valdivia..., no solo enviando orientaciones sobre el repertorio activo, sino además volviendo al espectáculo que andamos montando para que no se olvide lo avanzado...

«Nosotros hemos mantenido un entrenamiento muy riguroso que, claro, se complejizó cuando cada cual necesitó usar internet, tan costoso, pero era la única manera de permanecer en contacto permanentemente. Algunos incluso se movieron a otras provincias, lo cual no impidió que estuvieran a “pie de la barra”, para decirlo en términos danzarios.

«No se debe perder de vista que hubo dos regresos: nos rencontramos la primera vez y los hallé en forma, a pesar de que debíamos insistir más en el salto y la resistencia, por ejemplo. Luego se dio el rebrote y no hubo más remedio que guardar el distanciamiento social, hasta hace unos pocos días. Lo curioso es que daba la sensación de que habíamos acabado de vernos ayer mismo. Y esa fue la ventaja, que aun en cuarentena ni un solo instante se perdió la unión, funcionamos de una manera muy cohesionada, sistemática y coherente, como un engranaje perfecto.

«Para la ocasión preparamos un programa concierto que titulamos Lizt Alfonso Dance Cuba en escena, conformado con parte de Lumière Cuba (Luz Cuba), el espectáculo con el cual nos presentamos en febrero, y durante un mes, en el Teatro Martí, al cual le incorporamos hitos de nuestro repertorio como Fuerza y compás, Hombre..., porque sabemos que el público lo iba a agradecer, y así ha sido», apunta la autora de Amigas, Alas, Latido..., recordándonos que Lizt Alfonso Dance Cuba en escena está en cartelera hasta este domingo, 5:00 p.m.

Un «Foco» de arte

Hacía años que Massiel Yedra no pasaba tanto tiempo en su Matanzas con su familia querida. Se lo «facilitó» la cuarentena a que nos obligó la pandemia. «Nos los “solté”. Me levantaba a entrenar por las mañanas y mi mamá, que nunca más había hecho ni un estiramiento, se convertía en mi partenaire, mientras mi prima, chelista, tocaba para que diera la clase de ballet», rememora esta bella muchacha que por estos días el auditorio ha podido admirar protagonizando creaciones con nombres como Alas para ser, Alas para perpetuar, ¿De ti, de mí o de los otros? y Remembranza.

«Disfruté de los míos en mi ciudad llena de puentes: me seguían en lo que se me ocurriera y cuando llegaba el momento de enviar las fotos familiares, se vestían sus galas y se perfumaban como si la fragancia pudiera salir en la imagen (sonríe)».

Pero aquel «¿Estás todavía en Matanzas?», la puso sobre aviso. «Al recibir el mensaje de la maestra me dije: debo correr para La Habana, pues no quería perderme nada».

«Es que pretendíamos participar en un concurso internacional, única razón por la cual estuvimos a punto de violentar la cuarentena —esclarece Lizt— con cinco bailarines, pero estaba apretado el margen de tiempo y no íbamos a hacer ningún truco. Ya se habían enviado los pas de deux de Lumière Cuba al comité de selección del certamen para que el jurado los evaluara y dieran el visto bueno para aceptarlos, que así fue, sin embargo,decidimos desistir».

El caso es que en cuestión de horas Massiel Yedra accedía a la capital por el Túnel de la Bahía. «Una muestra más de que nuestra familia vive esta carrera nuestra con la misma intensidad que nosotros. Llegué y no demoré en armar un salón en mi casa que, tomando todas las medidas de protección, puse a disposición de mis compañeras».

En sitio de realización profesional se transformó la guarida de Massiel, sobre todo para quienes el espacio hogareño les quedaba chiquito para estos trajines. Lorena Gutiérrez clasificó entre las acogidas. «Llamábamos a la “Guti” y con frecuencia nos respondía: “Caballero, estoy en una cola” y hasta a esa tarea vital nos dedicábamos en equipo unido como un haz (sonríe). La COVID-19 nos ha llevado a reflexionar, a enfocarnos más en nuestras metas, a darle importancia a lo que verdaderamente lo merece y anhelar muchísimo estar en el escenario».

La Guti, como llaman de cariño a la Gutiérrez, no duda en afirmar que la crisis sanitaria «puso también a prueba nuestro amor por la carrera y nos hizo unas profesionales más integrales. Para estas funciones tuvimos que controlar nuestras emociones para no desbordarnos, porque después de la inevitable lejanía se multiplicaron nuestras ganas de “comernos” el mundo. Igual hubo que acostumbrarse a la idea de ver el teatro con espacios vacíos a lo cual, por la popularidad que goza la compañía, no estamos habituados». 

Lo más común era hallar en estos siete meses a Lorena caminando de Centro Habana hasta el Vedado, buscando la amplitud y el calor que le aseguraban donde estaba Massiel. «Ahora me siento más a mis anchas, más que feliz por volver a nuestra sede y extasiada por bailar en el GTHAA, que es como volver a la vida», enfatiza quien atrae todas las miradas cuando constituye el centro de piezas como Almas en procesión, ¿De ti, de mí o de los otros? y Hombre, ese clásico con la firma de Lizt Alfonso que lleva música de Denis Peralta.

Su tocaya, Lorena Flores (en cuanto a las extensiones largas y la figura envidiable, además), también se sumó con regocijo a la amplitud que les proponía Massiel. «Mi casa es muyyyy pequeñita y yo soy muyyyy grande, me costaba en verdad el entrenamiento y repasar las tareas, las coreografías... A veces nos poníamos de acuerdo y nos encontrábamos en un punto cerca de las diez de la mañana, para dirigirnos juntas hacia nuestro “foco” de arte.

«No obstante, nos manteníamos comunicándonos como compañía, gracias al WhatsApp, que nos permitió sostener grupos como los virtuales de los talleres vocacionales, a través de los cuales seguimos en contacto con nuestros niños», expresa esta muchacha espigada que adora ser maestra e interpretar el rol principal de Alas para el compás.

«Es que Alas para el compás me hace sentir plena, con esa obra soy yo en escena, sin olvidar las pautas técnicas e interpretativas. Es de esas creaciones a las cuales uno le pone su personalidad», insiste la Flores, quien debutó en dicho papel en la gira que en 2019 mostró en 17 ciudades canadienses, incluida la capital, Ottawa, la aplaudida fusión con que LADC es reconocida internacionalmente.

Para que el apartamento de Yedra tomara un respiro, y sobre todo cambiar de aire, Karelys Rodes abrió de par en par la propiedad de su suegra cuando la querida madre de su novio partió a Matanzas. Entonces aprovechó para armar en medio de Plaza de la Revolución el campamento de LADC.

«Independientemente de la preparación y de que no hubo pausas, ha sido sorpresiva la rapidez con que regresamos de la cuarentena. Una y otra vez nos preguntábamos cuándo volveríamos a un teatro, porque la situación era complicada, sin embargo, resulta evidente que con profesionalismo, disciplina, entrega, pasión, se puede llegar donde quieras».

Bien de amores

Si hay otro elemento que incidió de modo favorable en la cuarentena, ese fue el «bien de amores». La misma Rodes encontró en su pareja un apoyo incondicional, al igual que lo encontró quien «dobla» con ella el papel principal en De Novo, Shakira Bustelo, que por la estrechez de La Lisa, de vez en cuando buscaba ensanchamiento en La Habana Vieja, junto a su novio, el actor Marlon Pijuan.

«Pudimos establecernos un horario para que nuestros padres también participaran, sobre todo cuando nos hallábamos en La Lisa. Ellos se encargaban de las luces, del audio, o de las “rectificaciones” de las clases de ballet. De pronto oía a mi madre: “Shaki, sube más la pierna” (sonríe). Hasta ahora jamás había pasado, te percatas de que con los años se van volviendo “expertos”.

«En La Habana, mi asistente fue Marlon, al igual que yo fui la suya en los “pases” para el espacio Vivir del cuento... Sin dudas, sin excepción hemos crecido desde el punto de vista creativo, en el dominio de las redes sociales, en la factura y terminación de los videos... La cuarentena nos obligó a salir de nuestra zona de confort para probarnos ante desafíos nuevos, para experimentar, investigar, intentar lo diferente».

¿Lo que más le afectó? «La distancia con los abuelos, pero debíamos cuidarlos. No obstante, me chocó porque soy muy familiar y necesito ese abrazo, ellos son mi mayor energía».

En ese sentido, muy difícil se las vio Jessica Manrara, quien en esos meses mientras su mamá trabajaba, cuidó con mil amores a su abuelita, hemipléjica, pues sufrió una caída. «Debía levantarla, llevarla al baño, prepararle la comida, estar al tanto de cada detalle…, y cumplir con mis clases y entrenamiento.

«Por las mañanas desarmaba mi casita superpequeña y atestada de muebles, para dedicarme a mis responsabilidades con LADC y luego arreglar el “desorden” para cuando mi madre regresara todo estuviera en orden. Entonces le contaba de mi día, le mostraba las filmaciones en las que mi novio se encargaba de la cámara (y de mimarla, aunque no lo diga)... Su colaboración ha sido fundamental para mí», admite la muchacha de Fuerza y compás.

Cardiólogo de profesión, el doctor Soto no contaba ciertamente con tiempo para andar montando set y pendiente del play, pero en este largo período Juan Antonio se hizo cargo de una acción tal vez más significativa para Yadira Yasell: darle felicidad, con eficacia.

Después de todo, la espectacular primera figura de LADC que hace tan suya esa Remembranza, pieza de Lizt Alfonso para la cual compuso la partitura especialmente el maestro César López, se vanagloria de poseer el familión más “estelar” del universo: si se debe llenar una piscina portátil porque «hace calor en La Habana» ahí está el Joe; si debe caerle a la bailarina-actriz un cubo de agua pa‘ que se refresque, Ivonne, la mamá, sabe justo cuándo debe empaparla; si lo que requiere es un público entusiasta, enseguida Carmita, Yadira y, por supuesto, Yasell, el padre, aseguran butacas...

«Esta situación fue muy atípica para todos. Por supuesto, haber estado lejos de lo que más uno ama provoca ansiedad. Por momento me asustaba porque sentía que extrañaba demasiado, pero, sinceramente, disfruté al máximo a mi gente: acerqué mi trabajo a mi hogar y me encantó ver cómo mi mamá, mi abuela, se sentaban a ver mi rutina diaria.

«Siempre estuvimos ocupados aprovechando el tiempo de la mejor manera posible. Por esa razón estábamos tan preparados para enfrentar Lizt Alfonso Dance Cuba en escena, pero fue muy valioso que mi mamá conociera de primera mano en qué consiste mi quehacer en la compañía.“¿Pero todas esas clases?”, se asombraba. Las tareas también constituyeron un momento de acercamiento porque motivaron la creación colectiva… después de experiencias como esas, ¿cómo no querer bailar y “arrasar”?».

Grandes desafíos

Helen Rodríguez consiguió, por su parte, que el dueño de sus días le inventara una barra en la terraza, para que dejara en paz la ventana, mientras su mami se graduó de «especialista». «Lo mismo se hizo regisseur, camarógrafa y fotógrafa, que una experta en distinguir la mejor hora para rodar, el mejor ángulo de la casa, como detectora de ruidos... En ella hallé mi mano derecha, izquierda... bueno, como de costumbre...

«Me sentí la cuarentena, especialmente al principio porque acabábamos de finalizar una temporada excelente en el Martí. Estábamos muy arriba y parar de pronto me asestó un golpe duro. Veníamos muy bien entrenados y desentrenarnos para luego empezar de nuevo, representó mi mayor desafío. Me afectó en lo sicológico, pues necesitaba seguir bailando».

Egresado de la Unidad Artístico-Docente de LADC, como Helen Rodríguez, incluso del mismo año, Luis Mario Miranda tuvo que arreglárselas para no salir disparado por la ventana de su apartamento más que ajustado «porque cada vez que intentaba un ejercicio parecía que había entrado un huracán. Tenía que andar a cuatro ojos con el televisor, el búcaro, la cocina..., y por lo general conformarme con los estiramientos».

Por suerte, en la cancha de básquet vecina un amigo lo auxiliaba cuando necesitaba ayuda «porque lo que no podía de ningún modo era quedar mal con la compañía. Entrar de nuevo en la sede significó llegar al paraíso; esos siete meses ya me estaban haciendo estragos, porque yo necesito bailar para sentirme vivo».

Aldair García se organizó entre Pinar del Río, Camagüey y La Habana para no dejarse caer, mientras que Leandro Molina estaba consciente de que si se acomodaba se le iba la vida, es decir, la oportunidad de estar en forma como el resto de sus compañeros, pero no podía dejar a su papá solo con la construcción de la vivienda en el placer donde empezaron a levantarla cuando se mudaron de Holguín para la capital.

«Debía planificar muy bien mis entrenamientos para ayudar a mi papá, porque no podía pasarle a mi madre esa responsabilidad. De modo que terminaba la clase y corría a coger la pala para batir concreto, y de ahí cambiaba para repasar una coreografía, entonces me llamaban porque la placa se filtraba...

«Del estrés del cuerpo mejor ni te cuento, habituado como está a una carga fuerte de ejercicios, y a la vez debí de cuidarlo mucho porque es mi instrumento de trabajo. Me parece estar escuchando a mi mami: “muchacho, mantente tranquilo que acabaste de almorzar”, sin embargo, no lo conseguía.

«A veces perdía la noción del tiempo, ni me enteraba si aquello era un sábado o un domingo, porque esos días, por orientación “suprema”, debía recesar... Ya ahora es distinto, contagia de alegría verse rodeado de su otra familia, con la que bailar se hace genial, una experiencia que te llena y emociona cuando eres capaz de expresarle al público de otra manera, que no son las palabras, cuánta maravilla estamos sintiendo por dentro».

Lorena Gutiérrez, Luis Mario Miranda y Lorena Flores. Fotos: Buby Bode

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