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El artista tiene que ser un pensador

Mujer transgresora, Zenaida Romeu ha marcado singularidades en la dirección coral y orquesta del país, y ha mantenido por más de tres décadas un gran proyecto musical que defiende la identidad cubana

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Busca entre sus archivos personales las fotos de momentos memorables de su vida, de su familia, de sus experiencias musicales, de sus presentaciones con la Camerata… y es tanto. Atesora mucha historia la mujer que un día decidió casi rapar su cabeza y llevar medias negras pocas horas antes de dirigir una orquesta que es imposible resumir todo en pocas líneas. 

Zenaida Romeu, excelente conversadora y jovial, accede a compartir unos minutos de su tiempo para contar, reflexionar, aconsejar, confesar...

—Directora de orquesta y directora de coro, pero conociendo su vida desde niña, usted pudo haber elegido tantos caminos en el arte...

—Sí, pude haber sido bailarina, pintora, pero me decidí por la tradición familiar. Empecé primero como pianista.  Imagínate, mi mamá, pianista; mi tío Mario, pianista; mi tío Armando, director de orquesta de Tropicana, fue él quien hizo toda la música desde que este lugar abrió, por décadas. Otro era contrabajista; otro, violinista. Todo el mundo era artista. Mi mamá tenía una academia de piano y, claro, desde niña empecé con el piano y me presenté en el Teatro América cuando tenía cinco años. 

«Estudié con mi mamá, por supuesto, y en el Conservatorio Internacional de Música —hoy llamado Manuel Saumell—, donde me gradué a los 15  años como profesora de solfeo, de teoría y armonía.  Había recibido ya clases de ballet, inglés, pintura… Entonces, realmente estaba muy dedicada al arte, no tuve tiempo para jugar prácticamente.

«No sabía montar bicicleta, no sabía tirar una pelota, no sabía hacer muchas cosas, pero mi mamá se ocupó muchísimo de mi futuro y me propició una formación muy universal, amplia, para tener herramientas para la vida. Quise terminar mi bachillerato en ciencias y letras, y luego matriculé Sicología. Sin embargo, posteriormente decidí volver a la música y me pasaron directamente a nivel medio, como profesora».

—Frente al piano, las manos tienen la fuerza, y también, aunque de otra manera, al desempeñarse como directora coral y orquestal...

—Es increíble lo que pueden decir las manos. Todos los sentimientos humanos se pueden hacer a través de la gestualidad. El reto es cómo transmitir lo que un compositor sintió en su cabeza y lo llevó a la partitura. ¿Cómo puede ser visual? Lo único que tenemos entre el compositor y nosotros es la partitura. Entonces, para sentarte delante de la orquesta, tú tienes que tener todo ese concepto en la cabeza y expresarlo con las manos. Tienes que dar el carácter, el tiempo, la dinámica, el timbre… si lo quieres más oscuro, más clarito, todo eso es con las manos.

—Me habla de estas directrices, que son universales; pero usted dotó a la dirección coral en Cuba de singularidades. 

—Me gradué en 1982 de dirección de orquesta y de dirección coral después, porque ya tenía un bebé y no podía graduarme de todo el mismo año. Fui la primera mujer directora de orquesta graduada en Cuba. Mi primer compromiso laboral fue desde el magisterio, pero yo quería mantenerme en activo en la música y formé un coro con los estudiantes para hacer música cubana.

«Y sucede que, por lo general, los coros cantan en posiciones muy rígidas, y eso no tiene nada que ver con nosotros. Quise hacer algo novedoso y todos eran lindos, jóvenes, capaces; todos tenían ilusiones y eran buenos músicos, y quise hacer un repertorio donde la cubanía se exprese.

«Entonces empezamos a movernos, no solamente en el lugar, sino que nos cambiamos de posición según las obras para hacer visible el movimiento interno de la música. Y nos agachábamos, hacíamos un performance…».

—Ha sido una mujer transgresora. Ahí está la Camerata Romeu 32 años después, la primera orquesta femenina de cuerdas en la región. Fue transgresora a la hora de elegir ese formato y ese tipo de música cuando en los años 90 estaba el boom de la timba. En los tiempos de la música popular bailable, usted decidió abrirse camino por otro sendero…

—Quise hacerlo y el proyecto pudo ser beneficiado por la Fundación Pablo Milanés. La orquesta de cuerdas fue la célula madre, después se pudo llamar a un flautista, aumentar a vientos, invitar un día a un timpanista que toque... o sea, tener la posibilidad de ampliarme cuando la circunstancia lo condicionara. Así se fue enriqueciendo el repertorio, y fuimos creciendo.

«Empecé a buscar música, por ejemplo, de Guido López Gavilán, y tuvimos mucho éxito con su Camerata en guaguancó, y así con otros autores, porque mi tesis fue siempre la música cubana desde la alta cultura. Hacía versiones también de danzas del siglo XIX, que eminentemente eran danzas para piano…

«Me han entregado muchos premios y reconocimientos en mi país y en otros, y me alegra, porque creo que el trabajo ha marcado un antes y un después, y por eso yo creo que la gente también nos ha reconocido». 

—Gestar un proyecto es importante, pero mantenerlo en el tiempo y de manera exitosa, contra viento y marea, lo es aún más. ¿La clave está en aquella máxima de su familia: si vas a dedicarte a algo, tienes que ser estrella?

—Ha sido difícil y mi familia no sabía a todo lo que hay que enfrentarse que va más allá de lo artístico. Mantener la orquesta exige dedicar mucho tiempo también a gestiones no musicales en un contexto complejo y con la inestabilidad de sus integrantes. Es empezar de cero una y otra vez.

—¿Cuál consejo comparte, como sabia mujer y artista incansable que es, con quien desee dedicarse al arte?

—Hay que ser consciente de que se trata de un compromiso de vida que exige dar el máximo cada día. Es que, si hoy llegaste a un punto, mañana no puedes quedarte en ese punto. Tienes que levantar la tabla del salto, levantar un poco más…

«Para poder hacer eso tienes que tener conocimiento y faltan los conocimientos en los muchachos que últimamente tengo. No les dan importancia a muchas asignaturas, a muchos contenidos que son necesarios para la excelencia. Tienen que estudiar bien solfeo, armonía, estudiar la forma. O sea, todas esas asignaturas complementarias que ven como algo secundario son las herramientas que necesitarán para ser ese puente entre el compositor y los músicos…

«El artista tiene que ser un pensador. No puede saber solamente de la técnica del instrumento. Es un artista, es una persona que tiene que conocer el mundo para llegar a la particularidad desde lo global. El músico es una persona que se expresa con los sonidos y debe tener un bagaje cultural. Si no sabe lo que debe saber, y llega a la Camerata, debo entonces unir todas esas piezas para que tengan un cuerpo que eleve la comprensión y su ejecución de la música. El músico no es solamente el que toca las notas, es el traductor de una época, de una cultura. Y necesita estudiar mucho y saber mucho para ser excelente».

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